Trump se echa para atrás: decreta una pausa arancelaria de 90 días para todos los países excepto China

En un movimiento que mezcla pragmatismo electoral, presión económica y show político, Donald Trump anunció una tregua arancelaria de 90 días para más de 75 países, dejando fuera a China, a la que elevó los gravámenes hasta un 125%. La pausa llega en un momento de creciente tensión comercial, y ha sido recibida con entusiasmo por los mercados internacionales, aunque no despeja las dudas sobre la consistencia de la estrategia comercial estadounidense.

La medida, anunciada desde Truth Social —la plataforma personal del expresidente—, se presenta como un gesto de buena voluntad hacia aquellas naciones que, según Trump, “no han tomado represalias” frente a las políticas arancelarias estadounidenses. Este alivio temporal incluye una reducción sustancial de los llamados aranceles recíprocos, bajándolos al 10% durante el periodo de gracia. Sin embargo, no modifica los aranceles ya existentes a sectores clave como el acero, el aluminio y los automóviles, ni mucho menos toca el castigo a China.

El argumento del mandatario se sostiene en la idea de que múltiples países están “desesperados por negociar” acuerdos bilaterales con Estados Unidos. “Todos quieren entrar”, dijo Trump, en una mezcla de tono empresarial y autosatisfacción, sin ofrecer claridad sobre cómo se gestionarán tales negociaciones en paralelo. La tregua, en ese contexto, funciona tanto como pausa táctica como señal de poder: una manera de marcar quién coopera y quién se enfrenta.

Los mercados financieros celebraron con entusiasmo la noticia. Wall Street experimentó alzas de entre el 6% y el 8%, y empresas como Apple, Nvidia y Walmart —fuertemente golpeadas por la guerra comercial anterior— lideraron la recuperación. La Bolsa Mexicana de Valores también mostró un repunte cercano al 3.5%, y el peso mexicano se fortaleció tras días de presión. Estas reacciones confirman que, al menos en lo inmediato, el respiro comercial genera confianza y estabiliza expectativas.

Pero la ambigüedad persiste. No está del todo claro cómo se aplicará la reducción de los aranceles recíprocos, ni si habrá excepciones ocultas entre los países beneficiados. Tampoco hay señales concretas sobre qué sucederá tras los 90 días: ¿una apertura a nuevos acuerdos o una vuelta al endurecimiento?

Mientras tanto, China queda aislada como el blanco de una narrativa punitiva. Trump justifica el aumento del arancel a 125% alegando que el país asiático ha mostrado una “falta de respeto hacia los mercados globales”, y asegura que “los días de estafar a Estados Unidos se han terminado”. El tono, más confrontativo que diplomático, revela que la tregua es más una táctica de presión selectiva que un intento genuino de distensión global.

Al mismo tiempo, otras potencias como la Unión Europea no han quedado pasivas: Bruselas anunció su propio paquete de aranceles contra productos estadounidenses que entrará en vigor el 15 de abril, un recordatorio de que esta tregua de Trump puede tener ecos limitados si no se acompaña de diálogo efectivo.

En definitiva, la pausa arancelaria de 90 días puede ofrecer un respiro al comercio internacional y a los mercados bursátiles, pero no soluciona el fondo de la cuestión. Con una estrategia basada en excepciones, amenazas y tácticas personalistas, la tregua parece más una herramienta de presión que una señal de apertura. Y cuando la diplomacia se maneja como una subasta, el reloj no solo marca 90 días: también mide la credibilidad.

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