Respuesta al Fiscal Especializado en Personas Desaparecidas en Jalisco

Este viernes 11 de mayo se publicó en Mural una entrevista con José Raúl Rivera, nombrado hace poco como Fiscal Especializado en Personas Desaparecidas en Jalisco. Justo después del 10 de mayo, fecha crucial en el dolor de toda madre con un hijo desaparecido, es necesario atender a su discurso para responderle.

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La primera parte de la entrevista versa sobre las cifras de desaparecidos y de personas localizadas. Ahí el fiscal rechaza compartir al periodista cualquier dato: “se me haría de mi parte algo incorrecto darle una cifra cuando venimos trabajando, queremos dar números concretos y exactos.” En medio de la problemática de desaparición masiva que vivimos, tal pretensión de exactitud se convierte en una imposibilidad de producir cualquier dato. Si justo la desaparición abre el terreno de la incertidumbre, esto es así también para las formas de contar, de hacer estadística, de producir información sobre el tema.

Sin embargo, cualquiera que sepa un poco de estadística es capaz de presentar un conjunto de datos si los acompaña de su contexto: si las cifras que se presentan son acotadas al tiempo y al espacio de la investigación, si la selección de las muestras, la metodología y otros detalles técnicos son explicitados. Ateniéndose a esto, cualquiera debe poder presentar los avances de una investigación en curso.

Pero en lugar de hacerlo, el fiscal se queja de cómo los números que se difunden por los medios “son cifras negras, y nunca sacamos adelante el trabajo que está haciendo las instituciones”, cuando no atina él mismo a otorgar cifras que permitan ver ese trabajo (o cualquier otra cosa). Si, con escasa elocuencia, el fiscal denuncia que “los números que nos permiten ver el trabajo que está haciendo la Fiscalía nunca lo vemos reflejado en los números” [sic] tendría a bien darnos una cifra que “reflejara” algo más allá de la lentitud (siendo caritativos) de los procesos de su fiscalía.

Pero hay algo más grave aquí: “no podemos dar un número exacto en este momento, porque hay personas que están apareciendo constantemente y hay que manejarlas correctamente, y eso es lo que nunca vemos reflejado, las personas aparecidas”. A nivel discursivo, el Fiscal Especializado logra algo sorprendente: pasa de la problemática de los desaparecidos a la desaparición de los aparecidos. Parece olvidar que justo lo que ya no vemos, lo que no conseguimos ver, son las personas desaparecidas que queremos aparecer.

Hacia el final de la entrevista, tal prestidigitación discursiva del fiscal toma un cariz muy especial. Se queja de la falta de apoyo que recibe la Fiscalía por parte de los manifestantes en las marchas recientes: “yo no he visto que alguien diga ‘vamos ayudar a la Fiscalía’, yo no he visto que digan, ‘vamos a apoyar a la gente que va llegando’, yo no he visto que digan, ‘ah, el fiscal nuevo, hay que ayudarlo’, no, lo primero que dicen es ‘ya llegó, no tiene experiencia, hay que criticarlo, y criticarlo’”. En esto que parece un berrinche, pide atenciones para la institución cuando los familiares no han dejado de pedir atención a las instituciones. La Fiscalía ya no es quien debe ayudar, sino quien debe ser ayudada: las víctimas dejan de ser los desaparecidos y sus familiares porque la Fiscalía se ha convertido en la víctima.

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A media entrevista, Rivera declara que “si estuviéramos con especialistas en materia de psicología y psiquiatría, nos percataríamos de que tantas marchas están vulnerando el aspecto emocional de los familiares de las víctimas.” Aquí nos plantea escuchar a los especialistas cuando no es capaz de escuchar a las familias. No toma nota de que lo que en realidad vulnera tal “aspecto emocional” es justo la desaparición de sus familiares …

En su referencia a los psicólogos y los psiquiatras, el fiscal especializado insiste en el concepto (por demás cuestionable) de estrés postraumático. No se da cuenta de que está comparando la desaparición con una golpiza o con cortarse en el dedo con un cuchillo: de que sólo podría hablarse de algo post-traumático después de un trauma. Su especialización no le basta al fiscal para saber algo básico: que la desaparición no es algo que se haya cometido sino que se sigue cometiendo mientras la víctima no aparezca.

Lo más fundamental que podríamos preguntar al fiscal es por qué las familias participan de las marchas si es algo que las vulnera. Y, en efecto, el periodista lanza la pregunta, pero no parece que el fiscal la escuche, como no escucha tampoco el coro de las multitudes en el “no están solas”. Como, con seguridad, no escuchó (no atendió) a la marcha convocada por las Familias Unidas por Nuestros Desaparecidos Jalisco (FUNDEJ) este 4 de mayo: porque hay familiares que no sólo asisten a las manifestaciones, sino que las convocan. En definitiva, hay que tomarle la palabra a Rivera cuando dice que “no forma parte de los movimientos”: parece que justo lo que hace es no moverse.

Pero sí abre la boca, y mucho: “lo ideal es que se manifiesten, sí, que saquen todo, es una forma de desahogo, sí estoy de acuerdo, pero con tanta frecuencia, para mí se me hace incorrecto e ilógico, tiene que haber un porqué.” No puede ver el porqué de las marchas porque las reduce a un desahogo, y las reduce a un desahogo porque no encuentra el porqué. No toma nota de que ese porqué de las marchas es el porqué de su propio puesto: hacer aparecer a quienes no aparecen.

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En su inquietud por la frecuencia de las marchas, Rivera propone atender “los ejemplos de la comunidad internacional” como Argentina; olvida que ahí las desapariciones masivas ocurrieron hace décadas mientras en México suceden ahora mismo. Nos dice: “las familias de la Plaza 9 de Mayo, ¿cada cuándo se manifiestan? Cada 9 de mayo, cada año. Hay actores que hacen de la manifestación su forma de vida.” Aquí parece confundir la gimnasia con la magnesia, la plaza de mayo con la plaza del 25 de mayo y con la del “9 de mayo” (que no existe), pero no sólo de ahí está ausente ese 9 de mayo. Las madres de mayo, las abuelas de mayo, no se manifiestan anualmente, sino cada jueves del año desde hace más de cuarenta años. ¿Qué nos dirían ellas sobre su estrés postraumático?

Pero después de todo, hay algo en lo que el fiscal tiene razón, aunque no tiene idea de por qué: en que “hay actores que hacen de la manifestación su forma de vida”. No puede ver que las protestas, las manifestaciones y cualquier cauce que tomen sus acciones en la búsqueda de sus familiares se han convertido en un soporte subjetivo para muchos. Sentado en su oficina le costará mucho trabajo ver por qué es justo y necesario hacer de la sublevación nuestra forma-de-vida.

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