Rock y Ron: Cuba Stone

Por Emmanuel Medina // TW: @emmanuelmedina

No hubiera llegado jamás a este libro sino hubiera atestiguado, con mis propios ojos, y gracias a la magia del ya en desuso DVD, “The Rolling Stones: Havana Moon”: la potencia de una de las tocadas de la banda de rock más prestigiada de este planeta, en el último reducto de una revolución socialista en América.

Colecciono el registro de conciertos para mis ansias melómanas y no tenía ninguno de sus Satánicas Majestades: de hecho, no soy (o no era, más bien dicho: ahora no paro de tararear “Gimme Shelter”) fanático de esta agrupación inglesa hasta ver, en mi pantalla, el registro de su concierto en la capital cubana como uno de los momentos trascedentes de la historia del rock y su poder oceánico para derribar muros y levantar pasiones bajo los pantalones.

Años después, me brinca en los estantes de una librería el libro de crónicas “Cuba Stone”, editado por Tusquets Editores y en la mesa de saldos de una librería recién abierta por la pandemia.

“Cuba Stones” es un retrato a tres bandas de los días previos y posteriores, junto con la poderosa noche en que los cubanos se cimbraron con el impetuoso Mick Jagger cantándoles, con una capa roja de plumas: “Permitámenme presentarme / soy un hombre de riquezas y buen gusto / ando rodando desde hace muchos años, muchos años / he robado el alma y la fe de muchos hombres”. Sí, la provocadora  “Sympathy for the Devil”, con pantallas como jamás habían visto este pueblo revolucionario, donde se proyectaban (quién se lo imaginaría en plena Semana Santa en Cuba) imágenes vudú.

El ejercicio literario, comandado por una de las maestras de la crónica literaria latinoamericana Leila Guerrero, reúne a tres plumas de tres países diferentes: Argentina, Perú y México, enviados a este acto de masas que cambiaba ,aparentemente y para siempre, el status de la isla en mundo.

Luego llegó Donald Trump y todo al diablo.

Como ya cantaba el acelerado Jagger.

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En las letras de los periodistas Javier Sinay, colaborador buonarense en espacios como el diario “El Clarí”n o la revista “Letras Libres”, o Jeremias Gamboa, escritor habitual de “El País” y “Gatopardo”, se nos presentan crónicas sentidas de un pueblo, el cubano, frente a un enorme escenario, el del cuarteto inglés, como David seducido por las canciones de Goliath, en el apoteósico final del Tour Olé, y todas las implicaciones que conllevó haber asistido a esta celebración que significaba la apertura sonora al mundo de un pueblo aislado por los dictatoriales hermanos Castro.

Los sentidos relatos recogen las voces y las situaciones de las calles y los personajes que se preparan para asistir, a pesar de que muchos siguen prefiriendo el reggaetón al rock al que, suponen, el acto masivo más importante de medio siglo en la Isla, rodeada de “la maldita circunstancia del agua” que diría el poeta cubano, Virgilio Piñeira.

De México, la historia más simplona está firmada por Joselo Rangel, el guitarrista de Café Tacvba, que no resiste la tentación de escribir sobre lo que vio y vivió “sin tener un gafete VIP” como él está acostumbrado y que se resigna a estar parado, entre la muchedumbre, que sólo parece tolerar porque, en algún momento del atardecer de ese show, alguien lo confunde con uno de los músicos ingleses que darán el concierto y le piden una selfie. Un ejercicio de egolatría que se disfraza, mal y a fuerzas, de reseña musical.

Fuera de estas prescindibles páginas que dejan a la crónica mexicana mal parada, en las entrañas de “Cuba Stone” se registra, para amantes del rock, para seguidores de las vicisitudes cubanas y para nostálgicos del ron, unas de las radiografías más emotivas de Cuba y su impacto ante el poder del rock, capaz de cambiar por más de horas en un ritual de riffs y brincos de Jagger, la geografía que mueve un pueblo.

Las revoluciones también pueden ser a punta de acordes y una voz cascada y poderosa pidiendo a una multitud que nunca está satisfecha.

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