El México que despertó el 19 de septiembre

La primera vez que pisé suelo mexicano fue en el año 2000 y, traía en la sangre  “un centenar de razones para amar”. Cuba y México sostienen relaciones diplomáticas ininterrumpidas desde 1902.  Estas tierras resguardaron a Julio Antonio Mella de la tiranía de Gerardo Machado, aquí vivió Mella su idilio con Tina Modotti y aquí recibió un tiro de la espalda cuando ambos caminaban por la calle Abraham González.

Del puerto de Tuxpan zarpó  el yate Granma, la embarcación de 82 expedicionarios que encabezados por Fidel  se dirigieron rumbo al oriente para iniciar allí el enfrentamiento contra la tiranía de Batista. Aquí se conocieron el Ché y Fidel, y cuando se declaró el carácter socialista de la Revolución cubana y Estados Unidos promovió la expulsión de Cuba de la OEA, México fue el único país de la región  que se opuso y  mantuvo relaciones con el pueblo cubano.

Cuando descendí del avión en aquel entonces, me embargó esa sensación de quien llega a un lugar conocido. Gracias a amigos muy amigos,  y muy queridos,  entre imposibles que sólo la euforia estudiantil hace materia, este país se convirtió en un lugar de aprendizaje y  raíces. Cuando me marché, tenía la certeza de que volvería siempre. El sismo del pasado 19 de septiembre me sorprendió en Guadalajara, en uno de mis regresos.

Primero en 1985, ahora en 2017, el 19 de septiembre es un día que los mexicanos quisieran tachar del calendario. Se ha convertido en una jornada que les roba la vida desde las heridas de la tierra. Pero más allá de la conmoción, el dolor y la muerte, las enseñanzas de este pueblo no dejan de sorprenderme.

A la individualidad ha impuesto la solidaridad. Por estos días nadie ha sido  un extraño, las manos se han extendido sin preguntar, sin esperar nada a cambio. Se ha hecho la magia de que a todos, les importe más el otro.

 Los héroes dejaron de ser excepciones. La principal fuerza de rescatistas ha sido el pueblo, el que estaba cerca y llegó primero, el que escuchó un grito y sin herramientas empezó a morder los escombros para arrancarles la vida a las piedras, ese que permanece insomne para que la ciudad le gane la pelea a la destrucción. Las mascotas olfateando los latidos y dejando su vida en el intento. Los que salvan sin capa y sin nombre, han sido la regla.

Una gran parte  de los mexicanos considera  que la política se ha alejado de la vida. Horas después de ocurrido el sismo, se subió una petición a la plataforma Change.org  solicitando que el Instituto Nacional Electoral done el dinero de los Partidos Políticos a las víctimas del temblor. En cuestión de horas, según los creadores de Change.org, se acumuló medio millón de firmas, el pico más alto de tráfico en la historia de la plataforma. Hasta el momento la petición ha sido firmada por más de 1 millón 726  mil personas y su meta es alcanzar los 3 millones.

El reclamo es más que claro. Los mexicanos consideran que el dinero de la política en su país no le sirve a la vida, y exigen como acción improrrogable que los recursos destinados a elecciones, campañas, publicidad y burocracia, vuelvan a las manos de quienes los producen, el pueblo.

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A cuatro días del sismo, entre mis amigos, incluso los más jóvenes, es frecuente escuchar el clamor porque esa infinita cadena humana que hasta hoy sigue quitando escombros  y juntando en ese sublime acto los pedazos del México roto,  no se quiebre nunca. En medio del dolor y de  la angustia han percibido lo que son como nación, han visto a un pueblo empoderarse. El águila sacó sus garras y levantó su vuelo para cuidar de sus hijos. Anhelan mantener vivo ese espíritu y se preguntan cómo lograrlo.

Están convencidos de que los mexicanos de verdad no son los que asaltan, los que roban en medio del caos, los que hacen del sufrimiento un espectáculo político y trafican con el dolor de la gente, los de los medios de comunicación que se arman “telenovelas” para ganar rating. Saben que son mucho más que eso: son los voluntarios, los rescatistas, el ejército y la marina al lado de la gente, el que se quita lo que tiene para ayudar al que perdió todo y lo hace con humor. Son los que aman México, y se saben mayoría.  

He sentido muchas sensaciones estos días, pero hay una que quiero preservar intacta: la admiración por el orgullo de los mexicanos de ser mexicanos. Que esa fuerza humana telúrica no se pierda cuando se acaben los escombros, que la solidaridad no sea tan efímera como la intensidad del sismo, y que juntos cumplan su sueño de mover todas las piedras que hagan falta para salvar al país de otras tantas ruinas.

 

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