Convertir lo que parece inimaginable en posible

México atraviesa una de las peores crisis de su historia. Y no quiero ser grandilocuente y menos exagerar el momento que vive nuestro país. Como mexicanos, sabemos que momentos difíciles hemos tenido siempre. Es más, la crisis es casi una forma con la que nos referimos al tiempo. México como un país que se mueve entre coyunturas críticas, entre momentos complejos. ¿Cómo olvidar el trágico 68? ¿O los magnicidios y la crisis económica de 1994? ¿O incluso la fuerte decepción que significó Fox para este país?

Sin embargo, hoy estamos frente a algo más. No es una crisis cualquiera en la que vivimos. La actual, es una crisis de régimen; es una crisis del sistema mismo. Nunca antes, tantos consensos, tantas instituciones, tanto horizonte, estaba puesto en cuestión. Como dijera Gramsci: México vive una crisis orgánica. Los partidos políticos están a debate; las instituciones políticas están deslegitimadas; los medios de comunicación son puestos en cuestión; la democracia no significa lo que significó en los noventas; el modelo económico ya no da para más.

Desde mi punto de vista, México enfrenta una serie de crisis superpuestas que culminan en un cuestionamiento del sistema en su conjunto. No sólo lo vive México, pero creo que en nuestro país después de las últimas decisiones políticas, la inconformidad y el hastío con este proyecto que se llama “México”, crecen con una velocidad inusitada.

Enfrentamos una crisis política: de la política y de los políticos. No sólo en las formas, sino en el fondo. Los partidos son visto como reminiscentes de un pasado por el que no vale la pena luchar. El hastío con la política bien nos puede llevar a reformar nuestro sistema hacia un modelo más democrático y abierto o también que se abran las puertas a las tentaciones autoritarias. Todos los días a mi programa de radio llegan mensajes de gente pidiéndome que me sume a una iniciativa para desaparecer al Congreso o eliminar por decreto a los partidos políticos. La crisis política es gravísima.

Crisis Económica innegable, por un modelo de país que arroja a la pobreza a dos personas por minuto y que ha provocado que el 21% de la riqueza de México se encuentre en las manos del 1% más rico. O que los cuatro hombres más ricos de este país todos expliquen su riqueza por concesiones del estado. O que en México 58% de los ciudadanos no tengan acceso a ninguna protección social y que 28 millones de personas padezcan pobreza alimentaria. Nuestro modelo económico es un fracaso, lo miremos por donde lo miremos. Un capitalismo de cuates que sirve para beneficiar a los amigos del gobernante de turno.

Una crisis social que vemos todos los días en la calle. No sólo son las protestas por los gasolinazos, son también los profesores en protesta, los empresarios inconformes, las clases medias encabronadas, los universitarios sin horizonte de futuro, los homosexuales criminalizados y las mujeres enfrentando violencia estructural. Y hasta un joven que entra a su escuela con una pistola y decide descargar toda su furia contra sus compañeros, y luego quitarse la vida. Esas escenas que antes eran un espejo de la podredumbre social en los Estados Unidos, hoy nos ocurren aquí, frente a nuestras narices. O una violencia que lo afecta todo, con un promedio de 50 mexicanos asesinados todos los días. Una guerra que se ha llevado a más de 200 mil mexicanos en una década y que nos ha convertido en un país repleto de fosas comunes con miles de cuerpos sin reconocer. Y los que mueren son los jóvenes, como ustedes y como yo. De acuerdo a Merino, Zarkin y Fierro, en un artículo publicado en Nexos bajo el título: “marcados para morir”, 64% de los homicidios en este país se dirigen contra mexicanos que tienen entre 18 y 40 años. La mayoría son pobres y con pocos estudios. El bono demográfico dilapidado por una estrategia fracasada de combate contra el crimen organizado.

La crisis de liderazgo es también notable. Los hombres fuertes de la transición, aquellos que dieron luz sobre lo que debería ser el México democrático, hoy apagan sus voces. Adiós a los Cardenas, los Woldenberg, los Muñoz Ledo y toda esa generación que diseñó al México de la transición. Hoy tienen poco o nada que decirnos. De acuerdo a Integralia, más del 60% de los altos puestos de representación en México tienen más de 50 años y el relevo al interior de los partidos es muy lento. México se ha convertido en un país marcado por la brecha insalvable entre los políticos que siguen entendiendo el poder y el juego de sillas de forma muy clásica, y una ciudadanía que comienza a reclamar mayores espacios y mayor participación.

Y todo esto confluye en una gran crisis de proyecto. Es como si México tuviera que ir al psicólogo y sentarse a confesar sus traumas y miedos. No vamos para ningún lado. Ya no es cuestión de arreglarle una llanta a nuestro coche. Ni cambiarle el aceite o los amortiguadores. Hoy México necesita un coche nuevo, un modelo que rompa con lo establecido y con todo aquello que hoy nos tiene atados a la deriva. Lo vemos con Trump. ¿En qué momento permitimos que un Tweet pusiera de rodillas a nuestra moneda? ¿En qué momento permitimos que las inversiones en México se decidieran en la Casa Blanca? ¿Cómo es posible que nos hayamos creído ese cuento de que nuestra única alternativa era ver hacia el norte? Que nuestro mundo culminaba ahí donde los deseos y los caprichos de los consumidores americanos marcaban. La amenaza de Trump nos desnuda como un país que no ha logrado consolidar un verdadero y auténtico proyecto nacional.

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Dijo el gran dramaturgo y poeta alemán, Bertolt Brecht, que la crisis se produce cuando lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer. Esta frase Ilustra magistralmente el momento que vive nuestro país. Vivimos frente a inercias que nos atan a ese México que se niega a morir: violencia, inseguridad, desempleo, pobreza, marginación, exclusión, elitismo, sexismo, discriminación, clientelismo, corporativismo, corrupción. Lo viejo sigue marcando el debate público cotidiano en nuestro país.

Sin embargo, México no es sólo tiene ese rostro. Nuestro país es también cuna de movimientos sociales activos y críticos; jóvenes que se comprometen con su país y luchan todos los días en un contexto de exclusión; mujeres que se sacrifican en un entorno de desigualdad; universitarios creativos que son reconocidos mundialmente; una sociedad que comienza a ser más solidaria; líderes políticos emergentes que ya no piensan en enriquecerse de la política, sino en contribuir a construir un país más igualitario y justo. Lentamente, lo viejo en la política comienza a morir, y lo nuevo comienza a hacerse espacio.

La coyuntura crítica por la que atravesamos necesita liderazgos de otro cuño. La historia está hecha por tendencias, estructuras, y fenómenos. Pero también está tripulada por personas, personas de carne y hueso ¿Alguien se imagina la independencia de la India sin que a la cabeza nos venga la imagen de Gandhi? ¿O es posible pensar en la Revolución Mexicana sin Zapata, Villa o Carranza, ahorita que estamos a algunos días que se cumplan cien años de la Constitución de 1917? ¿Realmente hubiera sido posible la transición democrática en España sin Suárez, Carrillo o González? ¿Ustedes creen que Sudáfrica sería hoy la misma sin la aparición de Mandela? Las personas son el espíritu de la historia, aunque algunas veces su legado se encuentre invisibilizado entre grandes procesos históricos.

Un héroe es aquél que se atreve a decir que no, cuando lo más sencillo y lo que hacen todos, es decir que sí.
¿Y por qué los jóvenes tienen un rol que jugar en este momento histórico? Si tal vez son ustedes los menos responsables de lo que ocurre en México en este momento. Javier Cercas, un extraordinario novelista que se los recomiendo, en su texto “Soldados de Salamina”, nos comparte una definición de héroe que a mí me gusta mucho: Un héroe es aquél que se atreve a decir que no, cuando lo más sencillo y lo que hacen todos, es decir que sí. Es aquél que se niega cuando todo el sistema está hecho para reproducir los peores vicios. Un héroe es quien se niega a recibir una mordida cuando lo primero que pensaríamos es: “por qué no lo hace, nadie lo va a cachar”. O el que dice, a pesar de que todos los partidos caigan en las mismas porquerías, yo me niego a caer en ese juego. Tal vez hay definiciones más poéticas de la heroicidad. Sin embargo, lo extraordinario del concepto de Cercas es que nos dice: lo heroico está al alcance de los mortales. Tuyo y mío. O como dijo Obama: cosas extraordinarias pasan cuando la gente común decide involucrarse en la política.

Es por eso que los jóvenes tienen que involucrarse y comprometerse con el devenir de nuestro país. En 2018, tres de cada cinco mexicanos con derecho al voto, tendrán entre 18 y 39 años. Es decir, 50 de los 83 millones de mexicanos tendrán menos de 39 años. Si el abstencionismo no impera entre los jóvenes, como ha sucedido en el pasado, los jóvenes serán definitivos a la hora de elegir al siguiente presidente del país o al gobernador del Estado. Nunca los jóvenes habían tenido tanto peso electoral, si deciden hacer uso de él.

De la misma forma, los jóvenes deben alzar la mano por otra razón: las generaciones que nos preceden demostraron su auténtico fracaso a la hora de comprometerse con una nueva forma de hacer política. Las generalizaciones son odiosas e injustas, pero lo cierto es que la generación de la transición hizo lo que pudo y ahora toca a aquellos que nacieron en democracia y que la competencia entre partidos la ven como algo natural e irrenunciable, dar un paso hacia el frente. Y, por último, la política y el cambio tecnológico son dos caminos que se juntan. Las redes sociales, las transformaciones en los medios de comunicación, el cambio en las identidades políticas, todo ello configura una nueva forma de hacer y entender la política. Un cambio que está a la mano de los jóvenes y la generación que le tocará dirigir los destinos políticos de este país en algunos años.

Por lo tanto, el momento por el que atraviesa México demanda liderazgo. Liderazgo político y, con especial atención, liderazgo político de los jóvenes. No me refiero al líder que sale en las revistas de los empresarios o en los libros de autoayuda. Sino un liderazgo de ideas, inspirador, creativo y dispuesto a asumir riesgos. Un liderazgo que no se finque sobre la reproducción de lo establecido, sino sobre el cambio; sobre la ruptura con lo establecido. Y digo político no porque me refiera a los partidos, sino a cualquier liderazgo que se cimiente sobre lo público. Público y política son, para mí, sinónimos, aunque el segundo concepto acarree una denostación profunda.

Antes de situar algunas características del liderazgo político que me parecen importantes ante los retos que enfrenta México. El líder político debe entender los desafíos de su tiempo; es decir, tener un proyecto. Nadie sigue ni escucha a quien improvisa. El liderazgo se finca en las ideas y en los proyectos políticos, son los únicos pegamentos que te permiten construir equipos sólidos de trabajo. El liderazgo político es el compromiso con una idea y la congruencia a la hora de actuar.

Desde la forma en la que veo la cosa pública, considero que el liderazgo político deberá tener las siguientes características en los años por venir. En primer lugar, alguien capaz de cuestionarlo todo. Hasta a su propio partido. Se deben acabar los tiempos de la militancia débil, sumisa y chambista. Las nuevas generaciones de los partidos deben ser críticas del propio funcionamiento de su instituto político; ser aquellos que abanderen las ideas de transformación y que no permitan que las plataformas políticas sean cooptadas por oligarquías que no permiten la participación auténtica de los simpatizantes. Sean críticos, hasta con ustedes mismos. No hay mejor forma de lealtad política que la que ejerce deliberando, debatiendo y ejerciendo el disenso.

¿Qué pasó con tantos y tantos jóvenes que comenzaron brillantes carreras políticas en Jalisco y que terminaron en la corrupción, los excesos y el enriquecimiento injustificado?

En segundo lugar, el nuevo liderazgo político tiene que partir de la ruptura con lo establecido. La ruptura en las formas y en el fondo. Nada de comprar votos y lucrar con la pobreza de la gente. Nada de mentir y engañar por un puñado de votos. Nada de ver en la política un botín para asegurar tu futuro. Nada de pensar que las ideas y las convicciones se mercadean con tanta facilidad como comprar un pantalón o una camisa. La nueva política es ante todo congruencia e ideas, consistencia y convicciones. Austeridad y vocación. ¿Qué pasó con tantos y tantos jóvenes que comenzaron brillantes carreras políticas en Jalisco y que terminaron en la corrupción, los excesos y el enriquecimiento injustificado? ¿Qué pasó con esos que hablan de valores en el día, y en la noche ya estaban vendiendo sus principios al mejor postor? La nueva política es la ruptura con la incongruencia, la mentira y el engaño que han caracterizado a la clase política de este país.

En tercer lugar, el nuevo liderazgo político debe ser radicalmente democrático. México nunca será una democracia consolidada si antes no construimos una sociedad apalancada en criterios democráticos. No puede haber una democracia sin demócratas. La democracia exige el respeto a la pluralidad, a la libertad de expresión, al disenso. Exige pensar horizontalmente. Los partidos políticos ya no pueden ser “oligarquías de hierro”, como los llamó Robert Michaels hace ya un siglo. Los partidos se deben transformar en espacios de deliberación, con decisiones horizontales y en donde la participación de los militantes es fundamental. La generación que se va no lo hizo; logró traer la democracia, pero se olvidó de que ésta necesitaba demócratas. Hoy, la nueva política exige líderes auténticamente democráticos.


En cuarto lugar, no hay nueva política sin honestidad. No hay nueva política sin transparencia. El hombre público, ya sea los que están en partidos políticos como ustedes o como yo que trabajo en medios de comunicación, debemos asumir que la democracia nos pide renunciar a una parte de nuestra privacidad. La transparencia es el mejor aliado de quien piensa antes en construir una trayectoria limpia y con prestigio, que en hacer dinero a costa de lo que sea. Transparencia con tus ingresos, tu estilo de vida. La transparencia y la congruencia son dos caminos que se retroalimentan. Sin lo primero, tampoco habrá lo segundo.

Yo digo que la política en Jalisco más que asemejarse al Juego de Tronos, se parece a un Juego de Gnomos.
En quinto lugar, México necesita liderazgos que empujen una auténtica revolución moral. El año pasado leí “el código de honor: cómo suceden las revoluciones morales”. Un libro magnífico que nos explica cómo las sociedades cambian. Por qué un día son racistas y el próximo el racismo es condenado con total ahínco. Y su autor, Kwame Anthony Appiah, filósofo anglo ghanés que da clases en Princeton, nos da su receta: el liderazgo es aquel que se atreve a condenar todo lo que perjudica a una sociedad. Una revolución moral comienza por señalar aquello que le hace daño al interés general. Desde lo más pequeño: cuestionar al gandul que se atreva a estacionarse en el lugar de discapacitados; al corrupto que gane un contrato por dar una mordida; al empresario que no respete los derechos sociales de los trabajadores, o al automovilista que bloquea la banqueta. Las revoluciones morales son el cuestionamiento de prácticas que hoy se asumen como normales. Y que hay que extirparlas como un tumor maligno.

Y por último, la preparación. Yo digo que la política en Jalisco más que asemejarse al Juego de Tronos, se parece a un Juego de Gnomos. Políticos con una cabeza tan pequeña que su aspiración se termina en conseguir una chambita, o apoyar a su cuate a que le den alguna concesión de Gobierno, o incluso un negocito al amparo de los impuestos de todos. La preparación no sólo informa, sino también forma. Nos lleva a los rincones de los verdaderos principios, de aquello por lo que vale la pena lucha en esta vida. La posibilidad de que un joven con pobreza pueda estudiar la universidad; la posibilidad de que un adulto mayor viva con dignidad hasta el último día de tu vida; la posibilidad de que tus méritos y no tu apellido definan tu vida; la posibilidad de que puedas caminar por la calle sin temor a ser asaltado. La política vale por cumplir estas aspiraciones, el resto es simplemente un juego de enanos. Recuperar la credibilidad en la política es también recuperar su altura moral y de principios.

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Conclusiones

Me gustaría concluir abrazando el optimismo. A pesar de los pesares, las grandes transformaciones políticas de la historia comienzan con una buena idea. O como escribió Víctor Hugo: “No hay nada más poderoso que una idea a la que le ha llegado su tiempo”. Para ello, la imaginación es el mejor antídoto contra una realidad que hoy en día muestra su cara más sombría.

Imaginemos juntos: “la amenaza Trump sirvió para que México se uniera, encontrara un proyecto nacional propio que surgiera de su pueblo y dejó de prenderle velitas a las buenas consideraciones que nos hiciera el presidente de Estados Unidos. México logró diversificar su comercio y ahora el mercado interno es la gran palanca nacional.

Lo mexicano, nuestros productos y servicios, tienen un gran atractivo en el mundo. Surgen liderazgos que le imprimieron rumbo a México y, hoy en día, nuestro país crece a tasas muy superiores que las del pasado, reduce la pobreza de forma acelerada y tomamos conciencia del daño que nos hace la desigualdad. Ahora, un joven no se queda sin estudiar; un adolescente no se debe enrolar con el narco porque no le queda otra; una mujer de la tercera edad no muere en la sala de espera de un hospital porque no hay capacidad para atenderla; no hay gobernadores y alcaldes corruptos que saquean todo lo que pueden; se acabaron los privilegios de la clase política y la batalla contra la impunidad comienza a darnos resultados.

La lucha contra la corrupción se ha convertido en una política de Estado que no se tuerce, aunque haya cambio en el partido de Gobierno y los mexicanos entendemos que quien la hace, la terminando pagando. México, con dificultades y piedras en el camino, pero logra convertirse en un país con un rumbo definido, una democracia que representa a la ciudadanía y del cual nos sentimos profundamente orgullosos”. Es cierto, ese país existe sólo en la imaginación, pero esa es la magia de la política, convertir las aspiraciones en realidades. Convertir lo que parece inimaginable en posible.

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2 comentarios

  1. ‏️‏️
    11/02/2017 at 11:08 — Responder

    Pides liderazgo, pero al mismo tiempo pides que los jóvenes sigan legitimizando el sistema de partidos con el tachar de la boleta. ¿Vivimos en democracia? por el amor a Querzalcoatl jajajajaja, el hecho de que jueguen a las sillas, no significa que el PRI deje de mover los hilos tras bambalinas.
    Menconas a los “heroes” de la revolución, sin tomar en cuenta que se traicionaron y mataron por obtener el poder.
    No señor, no necesitamos líderes meseanicos que prometan sacarnos de jodidos, necesitamos una población que piense por si mismx, sólo así podremos cambiar nuestro destino.

  2. Oscar Hernandez
    11/02/2017 at 11:35 — Responder

    Supongo estabas inspirado cuando escribiste la columna. O eso percibo. Porqué señalas la corrupción de Jalisco sin dar nombres? Por qué crees que la responsabilidad del liderazgo debe recaer en una sola persona? No es ese el mismo problema que señalas? Todos esperando un Mesías. Un salvador. El que por arte de magia en cuanto asuma el poder cambie tan lúgubre futuro.

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