Migración y violencia: tres poemas contra los muros

Ante las consignas de segregación y racismo que se imponen como resultado de la hegemonía de un sistema político y económico, una de las herramientas que tenemos para construir comunidad es la poesía. En Tercera Vía presentamos una brevísima selección de poemas que se manifiestan como un vínculo de fraternidad con aquellos que han sido heridos por el desplazamiento y la migración de sus comunidades de origen. Dicha selección busca contribuir a la idea de una manifestación en contra de culaquier clase de muro que divida y vulnere el diálogo, el respeto y la cultura.

La Bestia

(The American way of death)

 

Somewhere over the rainbow

Way up high,

There’s a land that I heard of

Once in a lullaby.

 E.Y. Harburg.

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Pero el horrible tren ha ido parando

en tantas estaciones diferentes,

que ella no sabe con exactitud ni cómo se llamaban,

ni los sitios,

ni las épocas.

Dámaso Alonso.

 

 

Para Claribel Alegría

 

 


Tan filoso es el viento que provoca

la marcha de la herrumbre

sobre largos raíles,

travesaños del óxido…


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Y qué difícil es

ignorar el cansancio, mantener la vigilia

desde Ciudad Hidalgo

hasta Nuevo Laredo,

sobre el ‘Chiapas-Mayab’ que el sol inflama.

 

Nadie duerme en el tren,

sobre el tren.

Agarrados al tren

todos buscan llegar a una frontera,

a un sueño dibujado como un mapa

con líneas de colores:

una larga y azul que brilla como un río

que ahoga como un pozo.

 

Atrás quedan los niños y su interrogación,

las manos destrozadas de las maquiladoras

que en un gesto invisible

dicen adiós,

espérenme,

es posible que un día me encarame a un vagón.

 

Queda atrás Guatemala,

Honduras, Nicaragua, El Salvador,

un corazón de tierra que late acelerado.

 

Las gentes congregadas muy cerca de la vía

con un trago en la mano,

el olor a fritanga y a tortilla

como si fueran fiestas patronales,

esperando el momento para subir primero,

y no quedarse en el andén del polvo,

montar sobre ‘La Bestia’, en el ‘Tren de la Muerte’

o esperar escondidos adelante,

en los cañaverales,

con un rumor inquieto.

Y esquivar a la migra.

 

Después habrá silencio durante todo el día,

un silencio asfixiante,

como un arco tensado que no escogió diana

y una tristeza

de funeral sin cuerpo

y paz de cementerio.

 

Es mejor no pensar en las mutilaciones,

en la muerte segura que hay detrás de un descuido

o en los rostros tatuados.

Amenazan igual que los jaguares,

aprovechan la noche y sus fantasmas

y ya todo es dolor y más tragedia.

 

Es tan lenta la noche mexicana…

Bajo la luna inquieta

una herida de hierro y de listones

traza un perfil oscuro,

un reguero de sangre que seguir.

El olor de la lluvia sobre la tierra seca

se corrompe mezclado con sudor y gasóleo.

Es agua que no limpia, que no calma la sed,

que sucia se derrama

entre las grietas de la vieja máquina,

una oscura metáfora del animal dormido.

 

Escrito en un cartel: “Nuevo Laredo.

¡Lugar por explorar!”

El coyote ya espera

para cruzar el río,

atravesar desiertos,

y burlar el control, la border patrol,

los perros, helicópteros,

¿aquello tan brillante es San Antonio?,

el sol de la injusticia que percute las sienes.

 

Sopla el viento filoso en la frontera

y otro tren deja atrás el río Suchiate,

los niños, las maquilas,

la arena de un reloj que se hace barro.

 

Transitan los vagones por los campos

donde explotan las más extrañas flores.

Pasan noches y días

como sogas del tiempo en marcha circular.

Cada milla ganada a los raíles

aleja en la llanura otra estación del sur.

 

Marcha lenta la máquina

con racimos de hombres a sus lados.

El humo del gasóleo

difumina un perfil que se pierde a lo lejos.

 

Ha pasado ‘La Bestia’ camino a la frontera.

 

Avanza hacia el norte

 

el viejo traqueteo de un tren de mercancías.

Daniel Rodríguez Moya

 


Meditaciones desde el muro

*

Desde este muro las rocas aceptan

las exacerbaciones de la espuma

con la resignación de un buey

que espera el próximo golpe.

Tus pensamientos se van aventurando

a la inestabilidad de las olas

como aquellas balsas

que una vez soñaron con la otra orilla.

*

Tratas de asir eterno

este lapso que convives,

pues no basta resumir la muerte del cíclope

a la hora de estrenar luces y fachadas

o embriagar guitarras bajo noches

que se antojan infinitas al aroma de un cigarrillo.

*

A tus espaldas otros sonríen

como la luna desde la mano de Dios

y los sueños se agolpan contra las casas,

aún cuando en el suelo gime

el cadáver de lo que fuimos.

*

Todos creen que el muro es el límite

de una ciudad inconstante

como el mar que la recorre,

sin darse cuenta que detrás

una isla aguarda.

Osmany Echevarría Velázquez


Alabanza

(Fragmentos)

Salimos de Odesa con tanta prisa que dejamos olvidada fuera de nuestro edificio una maleta llena de diccionarios en inglés. Vine a América sin un diccionario, pero algunas palabras permanecieron:

 

Olvido: un animal de luz. Un pequeño barco encuentra viento y larga velas.

 

Pasado: figuras que llegan desde el borde del agua, cargando lámparas. El agua está sospechosamente fría. Muchos están de pie en la orilla, los más jóvenes lanzan sus sombreros al aire.

 

Cordura: una barrera que me separa de la locura no es una barrera, en realidad. Una enorme pecera llena de hierbas acuáticas, tortugas y peces dorados. Veo destellos: movimientos, nombres inscritos en las frentes.

 

Una risa repentina: ella se reclinó, intrigada. Yo bebí muy rápido.

 

Muerto: al entrar en nuestros sueños, los muertos se convierten en objetos inanimados: ramas, tazas de té, perillas de puerta. Yo me despierto y quisiera poder traer esta claridad conmigo.

 

Tiempo, gemelo mío, llévame de la mano

por las calles de tu ciudad;

mis días, tus palomas, se pelean las migajas.

 

***

 

Por la noche, una mujer pide un cuento con un final feliz.

No tengo ninguno. Como refugiado,

 

me voy a casa y me convierto en fantasma

en busca de las casas en las que viví. Ellas dicen:

 

el padre de mi padre de su padre de su padre era un príncipe

que se casó con una muchacha judía

 

contra la voluntad de la Iglesia y la de su padre y

la del padre de su padre. Perdiéndolo todo,

 

ansioso de perderlo: propiedades, barcos,

escondiendo este anillo (su anillo de bodas), un anillo

 

que mi padre le entregó a mi hermano, y que le arrebató.

Entregado, luego arrebatado, precipitadamente. En un álbum familiar

 

nos sentamos como maniquíes

de niños de escuela

 

cuya destrucción,

como si fuera una clase, ha sido pospuesta.

 

Luego mi madre empieza bailar, recordando

su sueño. Su amor

 

es difícil; amarla es tan simple como poner frambuesas

en mi boca.

 

Sobre la cabeza de mi hermano: ni siquiera

una cama, él le canta a su hijo de doce meses.

 

Y mi padre le canta

a su silencio de seis años.

 

Así es como vivimos en la tierra, una bandada de gorriones.

La oscuridad, un mago, halla monedas

 

detrás de nuestras orejas. No sabemos qué es la vida,

quién la hace, la realidad ha quedado espesa

 

por tantos anhelos. La subimos hasta nuestros labios

y bebemos.

Ilyá Kamínsky

 

 

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