La unión de la familia y la segregación de los cuerpos

A veces nos entregamos mucho a discutir los discursos en vez de mirar desde dónde son producidos. Y eso que hacemos no es para menos, porque nos viene del corazón esta defensa de la vida. Pero no por criticar esa racionalidad irracional de los discursos debemos perder de vista que tales enunciamientos son actos de habla, movimientos con sus actores e intereses detrás.

¿Quiénes se benefician de la discusión polarizada sobre los modelos de familia?

En otras palabras, la (in)coherencia de un discurso no debe distraernos de su economía política, como aconsejaría el santo querido de muchos anormales: Michel Foucault. Mientras discutimos sobre el aborto y el derecho a decidir, unos intereses y unos cuerpos deciden sobre otros. No dejemos de señalar eso: miremos hacia allá también.

14315738_1239930462723893_781151773_o¿Quiénes se benefician de que las mujeres no decidan sobre sus cuerpos? ¿Quiénes se benefician de la discusión polarizada sobre los modelos de familia? ¿De dónde proviene el capital invertido en la publicidad espectacular de esta manifestación? En este caso, Jenaro Villamil apunta hacia ciertos grupos religiosos, hacia personajes como Norberto Rivera y hacia una revancha de la iglesia católica contra el gobierno de Peña Nieto por no haberles cumplido una serie de “acuerdos inconfesables”, como la reforma al artículo 24 de la Constitución, en relación con el negocio de la educación religiosa en las escuelas públicas.

Pero más allá de eso, y siguiendo al propio Jenaro, la defensa de la familia es un pretexto. ¿Para cuál texto? En medio de esta disputa común, recuerdo a Harold Lasswell: “¿quién dice qué, a quién, por qué canal y con qué efecto?” Porque la disputa es una forma de batalla, y especialmente en tiempos de las nuevas guerras que —vale reiterarlo— no son sostenidas para ser ganadas, sino para ser perpetuadas. ¿Cuáles son los poderes que se benefician de esta segregación que siembra el desprecio total por ciertas formas de vida?

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El negocio de la educación religiosa en escuelas públicas
Y no, yo no defendería más a la familia. No sólo por los análisis de Engels y Marx que nos señalan cómo el capitalismo se sostiene sobre ella a través del matrimonio, de la herencia y de muchos mecanismos. No sólo por las críticas queer a los movimientos asimilacionistas que quisieran incluir su abecedario LGBT en una sociedad violenta y sus instituciones podridas; porque sí, en nombre de la familia se cometen atrocidades, así como en el nombre de dios, del amor, del partido o de cualquier causa. No defendería más a la familia para ponerle el apellido de diversa, igualitaria o incluyente, porque no creo que se trate de familias, sino de formas de vida relacionándose para resistir viviendo en goce, potencia en expansión.

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Y sin embargo, también podemos tomar esta manifestación como un aviso: como patadas de ahogado o el llanto de una sirena a la que no hemos de mirar de nuevo. Judith Butler sintetiza a Adorno al decir que “si bien el ethos colectivo se ha vuelto anacrónico, no se ha convertido en pasado: persiste en el presente como un anacronismo. Se niega a volverse pasado, y la violencia es su modo de imponerse al presente”. Sucede hoy en México, pero también en otros mapas, como en los de Francia y La manif pour tous.

Querernos en las diferencias, en las multiplicidades que somos al hacer lo que hacemos
Quizá en estos tiempos de desprecios profundos por algunas vidas lo más crucial que nos corresponde es tomar, aprovechar, la posibilidad de querernos. Aunque sea con restricciones o con distancias, aunque querer no sea ya lo que nos han dicho sobre amarnos sin condiciones. Pero sí querernos en las diferencias, en las multiplicidades que somos al hacer lo que hacemos. Porque como dicen Deleuze y Guattari: «siempre hacemos el amor con mundos. Y nuestro amor se dirige a esta propiedad libidinal del ser amado, de abrirse o cerrarse a mundos más vastos, masas y grandes conjuntos».

Quizá no querernos pese a todo, porque no se trata de poner la otra mejilla ni de querer a quien nos hiere de gravedad. Pero sí pese a otras circunstancias: sí pese a nuestros infiernos, sí pese a pensar que ese otro no tiene nada que ver con nosotros. Porque en principio todo otro es un querido posible.

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