Adiós a la comida chatarra en las escuelas: La SEP declara la guerra a las cooperativas escolares

A partir del 29 de marzo de 2025, las cooperativas escolares deberán despedirse de las frituras, los refrescos y la comida rápida. No, no es una broma ni una nueva tendencia de TikTok, es la más reciente medida del Gobierno Federal para “salvar” la alimentación de la infancia mexicana. La Secretaría de Educación Pública (SEP) y la Secretaría de Salud han decidido que la mejor manera de combatir la obesidad infantil es prohibir tajantemente los alimentos ultraprocesados en todos los niveles educativos, desde preescolar hasta educación superior. ¿La solución definitiva o una regulación con más buenas intenciones que aplicación real?
La estrategia, bautizada como “Vive Saludable, Vive Feliz”, tiene como objetivo principal garantizar que en las escuelas solo se vendan alimentos “nutritivos, suficientes y de calidad”. Para ello, se ha diseñado el Manual para personas que preparan, distribuyen y venden alimentos en las escuelas, un documento que parece más un recetario de abuelita que una regulación gubernamental, pues recomienda vender esquites, tlacoyos y atole en lugar de las hamburguesas y papas fritas que tanto han deleitado a generaciones enteras de estudiantes.
Las reglas del juego: Lo que sí y lo que no
La lista de alimentos prohibidos no deja margen de duda: adiós a los hot dogs, hamburguesas, donas, pasteles, refrescos y todo lo que tenga un sello de advertencia en su empaque. Pero no todo está perdido: las cooperativas aún podrán vender elotes con limón, palomitas naturales, habas enchiladas y quesadillas de requesón con verduras. Al parecer, la estrategia no solo busca mejorar la alimentación, sino también revalorizar los antojitos mexicanos… siempre y cuando no contengan manteca ni ingredientes industrializados.
Entre las bebidas permitidas, la SEP ha optado por una selección más tradicional: agua simple potable, atole, champurrado y pozol, demostrando que la “salud” puede tener un sabor bastante nostálgico. En cambio, los jugos en caja, néctares y leches saborizadas han sido exiliados del menú escolar por su alto contenido de azúcar.
¿Una medida viable o una misión imposible?
Aunque la intención de la SEP es noble—combatir la obesidad infantil y mejorar los hábitos alimenticios—, la pregunta del millón es: ¿realmente funcionará? No es la primera vez que se intenta una regulación de este tipo, y en el pasado ha quedado demostrado que las reglas se cumplen a medias. Si bien en el papel la prohibición es clara, la realidad es que muchos estudiantes seguirán encontrando la forma de conseguir su dosis diaria de chatarra, ya sea en tienditas cercanas o con los clásicos vendedores ambulantes apostados en la salida de las escuelas.
Además, la viabilidad de esta medida también depende de la disposición y capacidad de las cooperativas escolares para adaptarse a los cambios. Vender botanas saludables suena bien, pero ¿serán rentables? ¿Los estudiantes realmente preferirán una alegría de amaranto en lugar de unas papas fritas? La resistencia de los consumidores (los propios alumnos) podría ser el mayor obstáculo para el éxito de la estrategia.
Sanciones para los infractores: Más que una simple advertencia
Para aquellos que no acaten las nuevas disposiciones, las sanciones no serán un simple regaño. De acuerdo con la Ley General de Educación, las escuelas que vendan comida chatarra podrán enfrentar multas de hasta 113 mil pesos y, en casos graves, la revocación del Reconocimiento de Validez Oficial de Estudios (RVOE). En otras palabras, si un directivo se atreve a permitir la venta de un chocolate o unas papas con chile, podría perder su trabajo. Un castigo que, comparado con las multas que reciben las grandes cadenas de comida rápida por publicidad engañosa, parece desproporcionado.
¿El problema es la comida o el contexto?
Si bien la obesidad infantil es un problema real y urgente, la estrategia de la SEP parece enfocarse únicamente en un aspecto del problema: la oferta de alimentos dentro de las escuelas. Pero la mala alimentación no se limita a lo que se vende en las cooperativas; también está influenciada por el entorno familiar, la falta de educación nutricional y el sedentarismo.
Además, aunque el programa incluye la promoción del ejercicio y revisiones de salud en los planteles, no queda claro cómo se garantizará su implementación efectiva. Las brigadas médicas que medirán peso y talla a más de 12 millones de niños pueden hacer diagnósticos, pero sin un seguimiento adecuado, podrían quedarse en simples cifras sin impacto real.
¿Un cambio real o una regulaciónte con fecha de caducidad?
El Gobierno Federal ha decidido tomar una postura firme contra la comida chatarra en las escuelas, pero la historia ha demostrado que las regulaciones estrictas sin mecanismos eficaces de cumplimiento suelen terminar en el olvido o en la simulación. Aunque la medida pueda sonar bien en términos de salud pública, su éxito dependerá de la vigilancia, el compromiso de las escuelas y, sobre todo, de la aceptación por parte de los estudiantes y sus familias.
En el mejor de los escenarios, podríamos ver un cambio positivo en los hábitos alimenticios de los niños y jóvenes. En el peor, las tienditas clandestinas y los vendedores ambulantes harán su agosto con la venta de todo aquello que la SEP ha prohibido con tanto ahínco. Al final, solo el tiempo dirá si esta estrategia es un paso hacia una alimentación más saludable o simplemente otro intento fallido de regular lo que muchos consideran un placer culposo e incontrolable.