Tú y yo

Lo habíamos ensayado todo en la imaginación, cuando nos besábamos sin pudor en el rincón de una calle, en el escondite de un árbol, o temerariamente ante la puerta del vecino.

Así que nada podíamos probarnos si ya lo sabíamos de antemano. Tocar ahí, oler allá, besar donde nunca, morder un poco pero sin doler, lamer el cuello y agarrar las nalgas, acariciar la espalda y sentir los pechos de uno en otra o de otra en uno, que es igual, porque nadie puede atribuirse quién comenzó el atrevimiento.

Emocionarse con el otro, manifestarlo de modo visible, que se note el ardor y las ganas, estar enhiesto para estar contento, y sobre todo hacérselo sentir con la esperanza de que guste y motive a dejar la vida y su sensación en manos ajenas, de rendir la conciencia en la pérdida y el hallazgo de quien nos abraza con tanta manifestación.

Luego ondular los cuerpos desnudos, entrar y salir, sacar y recibir. Tallar y tallarse con mucho gusto, como si subieras la rama de un árbol o a un poste sin menoscabo de no lograrlo porque el asunto no era tanto treparlo sino la forma de hacerlo.

Gritar y bufar al mismo tiempo; estallar como explotar dentro de sí.

Y luego un silencio feliz, totalmente personal.

Entonces abrir los ojos con alegría y mirarse con atrevimiento, con pecado consumado, con febril vidriosidad. Presumir los dientes entre los labios abiertos. Saber que no se respira igual sino con velocidad pero con descanso.

Desnudos, uno al lado del otro. Sin más belleza que el amor mismo consumido en la pira de los cuerpos.

De uno, volvimos a ser dos.

Tú y yo.

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1 comentario

  1. Claudia O.
    29/08/2019 at 19:13 — Responder

    Está espléndido,amorosamente perfecto,seré siempre la primera en ovacionar y congratularme de su escritura e intelecto.

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