¿Votar o no votar? Un mar de dudas en medio de un océano de miedos y expectativas

En México, así como en el resto del mundo, las coyunturas electorales se han convertido en una competencia por el poder y no por bienestar social y eso es algo en lo que seguramente coincidimos como mexicanas y mexicanos, independientemente de la preferencia electoral que se tenga o no. Ello ha llevado a un gran número de la población a optar por el abstencionismo. No obstante, no hay que olvidar que en el caso de México existen otros factores como la violencia y la inseguridad que, de manera consistente desde 2009 a golpeado entidades como Tamaulipas, Chihuahua, Michoacán, Guerrero o Sinaloa, provocando con ello el repliegue de la sociedad civil.

Ahora bien, también en cierto que el sector abstencionista no es homogéneo. Es menester hacer una distinción entre el abstencionismo pasivo y el abstencionismo activo. En cuanto al primer segmento, se puede decir que se trata de personas que no asumen una postura política como tal y se limitan a quedarse en la crítica y la queja de lo que observan en su cotidianidad en cuanto a la violencia, desempleo y atropello a derechos humanos.

Por otro lado, está el abstencionista activo para quien el abstencionismo es una postura política en sí misma. Al contrario que los pasivos, los abstencionistas activos dicen dar mucha importancia a las elecciones por el enorme daño que le hacen al país. Este grupo dice invitar a debatir y reflexionar sobre temas que las mentes partidistas no quieren que se discutan ni reflexionen. En este grupo su análisis, incluso el más sencillo, identifica en el capitalismo, y más concretamente en las condiciones y relaciones sociales que produce la forma valor, el problema fundamental que genera la barbarie que impera, de ahí que ningún problema de México pueda ser resuelto por medio de estas “tramposas elecciones”, de esta falsa democracia y su estado burgués. Como se observa, ambos afirman que participar en las elecciones es legitimar una democracia simulada, en donde, mientras el primer grupo ya no cree en ella, el segundo más bien la rechaza.

En su conjunto, este sector olvida que aquellos que rechazan el sistema (capitalista) son producto e hijos de esas mismas relaciones sociales que pretenden subvertir y que la transformación social, si ese es el fin que se proponen realizar, no surge de algún lugar fuera del capitalismo ni es llevado a cabo por ángeles inmaculados, libres de “pecado”, sino que surge en su seno y bajo las condiciones y contradicciones que la sociedad capitalista misma ha generado. Por otro lado, dicha postura imposibilita la conjunción de fuerzas políticas, y que al preferir no distinguir entre enemigos de derecha y enemigos de “izquierda”, cae en un sectarismo corrosivo.

De manera contraria a las posturas abstencionistas, encontramos un segundo sector denominado “votante”. En él se encuentran quienes sí toman la vía electoral como una arena en disputa y mediante la cual, se pueden hacer “ajustes”, tales como incorporar algunas agendas o cambios sustanciales en distintas materias. En este sector, ubicamos una gran cantidad de movimientos políticos, organizaciones o partidos de la así llamada “oposición” o de “izquierda” cuyas organizaciones se han pasado la vida negociando sus movimientos políticos a conveniencia y beneficio de sus líderes.

Al igual que con el sector “anti electoral”, en el sector “votante”, además de estas organizaciones clientelares y “charras”, encontramos a ciudadanos de a pie con aspiraciones progresistas que, o no pertenece ni ha militado en ningún partido u organización como tal, pero que sabe diferenciar los proyectos políticos que representan cada uno de ellos. Para esta parte del sector electoral de izquierda, el sistema político mexicano y su estatalidad aparecen como un espacio que puede ser aprovechado para poner en marcha algunas tímidas y muy limitadas transformaciones que impidan la agudización del proceso incesante de precarización de sus condiciones de vida y por ello, la consigna de “todos los partidos y todos los candidatos son lo mismo” no se corresponde con la realidad. Para este grupo de votantes el proyecto de nación de MORENA, con todo y las transformaciones que ha experimentado desde 2006 a la fecha, representa para ellos esa posibilidad de frenar, aunque sea momentáneamente, la barbarie que se actualiza día con día.

En conclusión, los factores que inciden en las formas de participar o no en la política son múltiples, motivo por el cual vale la pena tenerlos en cuenta y así ampliar nuestra mirada en cuanto a nuestra compleja cultura política. Ahora bien, en un intento por poner en la balanza el sector “votante” que se inclina por las propuestas de MORENA y considerando que muy probable dicho partido gane la elección presidencial, muchos analistas coinciden en que, si Andrés Manuel López Obrador llegase a la presidencia, su cargo no significaría ni fin de la corrupción, ni el fin del sistema como lo conocemos. La transformación radical y el desmantelamiento final de la chatarra del viejo régimen tendrán que esperar y, necesariamente, deberán venir los movimientos sociales y de la sociedad civil organizada.

Se trata de redistribución y pacificación. Pero, ¿cómo saber –con exactitud- cuáles serían los alcances y límites de su administración (incluso la de cualquier otro candidato) en caso de consumar su llegada a la silla presidencial? Siendo honestos habría que reconocer que, para el caso de MORENA las expectativas son muchas al igual que los miedos, y a mi modo de ver, ambos son exagerados.

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En términos generales, se vote por quien se vote, no se trata en ningún caso de dar un cheque en blanco. Se trata de votar y hacerse responsables de ese acto, al tiempo que la exigencia del cumplimiento de promesas hechas en campaña sea una acción constante. El abstencionismo únicamente beneficia, como puede observarse en los diferentes países del mundo donde la derecha ha conseguido mayor representación y puestos en las estructuras estatales, a los sectores más regresivos y retrogradas de la sociedad.

Las estrategias y programas de cambio respecto al “modelo societal” deben impulsarse desde las calles, desde espacios fuera de las instituciones estatales, pero también al interior de éstas, pues es ahí se toman decisiones que impactan al grueso de población nacional. Nuestra incipiente democracia mexicana puede ser simulada sí, pero es la que tenemos y la que quizá, con la participación de movimientos, organizaciones y colectivos ecologistas, feministas, LGTB, indígenas y campesinas, estudiantes, académicos, etc. en sus instituciones, pueda ser en algún momento el punto de partida para impulsa un verdadero sistema democrático sustantivo.  

 

*Alejandra Medina

Estudiante del posgrado en Desarrollo Rural, UAM-X

medina.alejandra.d@gmail.com

 

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