Detrás de la narracción: ¿Solo es Trump contra Merkel?

A finales de mayo, la actualidad internacional se concentró en las confrontaciones públicas que tuvieron lugar entre Donald Trump y Angela Merkel. En concreto, el presidente de Estados Unidos arremetió en contra de los alemanes y de su política comercial y militar, la cual considera dañina para los intereses estadounidenses. Por su parte Merkel también fue bastante explícita, aunque utilizó formas más sutiles, pero dejó claro que las relaciones no son buenas, declarando que “los tiempos en los que se podía confiar en otros han quedado atrás”. Es cierto que ambos líderes encarnan narraciones muy diferentes, están distanciados politicamente y no tienen que apreciarse mucho a nivel personal. Sin embargo, este enfrentamiento responde, sobre todo desde el punto de vista de EEUU, a una lógica radicada en los objetivos estratégicos y en la historia de las relaciones entre los dos países. Justo en mayo, la revista italiana de geopolítica Limes, publicó un monográfico titulado “Usa-Germania, duello per l’Europa”, dedicado a este enfrentamiento, que, según ellos, tiene profundidad histórica y una perspectiva de larga duración.

Hace ya tiempo que algunos países occidentales están asumiendo posiciones y estrategias divergentes, en un contexto mundial de multipolaridad y nuevos actores emergentes. Pasando por el escándalo del Data Gate o por el conflicto en Ucrania, Alemania está empezando a recuperar una política más autónoma, sobre todo facilitada por su posición hegemónica en el concierto de poderes europeos. Después de la derrota en la Segunda Guerra Mundial, el Estado alemán perdió su voluntad estratégica y su mentalidad militarista, también por la acción de otras potencias interesadas en que el país no volviese a hacerse dominante a nivel europeo y, por lo tanto, a “ser un problema para la paz”.

Los aparatos alemanes, sobre todo los militares y de inteligencia, se acostrumbraron en la post-guerra a vivir del paraguas atlantista en el caso occidental y de la maquinaria militar soviética en el caso oriental. Pero al terminar la Guerra Fría, en un momento de optimismo general y casi de “borrachera idealista”, adversaria del determinismo geográfico, se impulsó por parte estadounidense la reunificación de Alemania, sin calcular que en pocos años se iba a consolidar como líder económico de la Unión Europea. Y es que, Alemania es naturalmente el hegemón europeo por razones demográficas (80 millones de habitantes), geográficas (es el corazón continental) y ligadas a la disciplina social alemana, que favorece un alto nivel de desarrollo social e industrial. Actualmente, impidiendo la devaluación de la moneda Euro, puede mantener un alto nivel de exportaciones, aunque a costa de sus “partners” continentales.

Sin embargo, el estado alemán sigue careciendo de capacidad militar y estratégica y sobre todo no tiene mentalidad imperial (al contrario de Estados Unidos), sino economicista. De hecho, con sus vecinos no produce interdependencia, sino deflación, impidiendo que sus satéllites posean parte de su deuda, algo necesario para la centralidad imperial, y no está interesada en “gobernar” Europa, incluso entendiendo que no todos los países pueden ir al mismo ritmo de crecimiento. En la actualidad, la sociedad alemana tiene arraigado un fuerte sentimiento pacifista que obliga el gobierno a una retórica diplomática y a contener tanto sus intervenciones como su capacidad militar. Ahora bien, una grave deficiencia alemana, desde el punto de vista estratégico, es que es una potencia económica exportadora con superávit comercial, que no controla las rutas comerciales, en particular las rutas marítimas. Como podemos comprobar, las rutas marítimas son el verdadero “esqueleto” de la globalización económica tal y como la conocemos y no es casualidad que estén controladas por Estados Unidos, a todos los efectos una potencia marítima (talasocracia). Cuando Trump acusa a Alemania de no gastar militarmente y de aprovecharse del superávit comercial, está poniendo en la mesa esta debilidad alemana.

A lo largo de la historia, la pesadilla por excelencia de los estrategas anglosajones ha sido la posibilidad de que una potencia se hiciese hegemónica en Europa o, peor aún, en Eurasia, sea a través de cooperación o alianzas o, más facilmente, sometiendo a las otras. De hecho, la superpotencia norteamericana ha combatido dos guerras mundiales (contra Alemania) y una Guerra Fría (contra la Unión Soviética), animada principalmente por este objetivo. Alemania es un viejo adversario, una potencia económica que mantiene superávit comercial y un país muy ligado a la historia estadounidense.

Después de las diferentes crisis que han golpeado a la Unión Europea, se está haciendo fuerte en los aparatos alemanes de gobierno la idea de cohesionar un territorio europeo continental, mucho más funcional a la política exterior y económica alemana. La posibilidad de que Alemania pueda construir y consolidar una propia área de influencia preocupa en Washington y esta es la visión que tienen los aparatos estadounidenses en relación a la “Europa a dos velocidades”. Este proyecto geoeconómico, que llegaría a incluir la creación de un “euro del norte”, comprendería territorialmente la Mittleuropa (Alemania, Países Bajos, Suiza, Polonia, República Checa, Austria, Eslovenia, Croacia, Hungría y Eslovaquia) y tendría como esfera de influencia económica más estrecha a zonas septentrionales de Italia y España (principalmente el norte de Italia y Cataluña) y Escandinavia. Sus principales vecinos, en términos comerciales y diplomáticos serían Francia, España, Reino Unido y Rusia. En sustancia, para Estados Unidos sería la formalización y consolidación de una esfera de influencia alemana que ya existe de facto y que representaría un desafío directo a la hegemonía global estadounidense.

A este desafío se puede sumar la posibilidad de que crezca y se haga realidad el proyecto chino de las Nuevas Rutas de la Seda. Proyecto grandioso, cuanto ambiguo, se configuraría como una red de conexiones terrestres y marítimas por Eurasia (controladas por China) y representa el marco principal de la política exterior de Xi Jinping, además de la base para la política neoimperialista de la República Popular. En su completa realización, debería llegar a involucrar a más de cuarenta países y propiciar la construcción de una globalización hegemonizada por China, interesada en proponerse como líder geoeconómico mundial, sin enfrentarse directamente con Estados Unidos, ya que no tiene medios militares para hacerlo. En las palabras del general chino Qiao Lang es una “estrategia de protección en contra de las maniobras norteamericanas en Oriente”.

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Por ahora, no hay grandes fondos presupuestados para este proyecto. Los aliados orientales son solo dos (Pakistán y Corea del Norte) y el territorio en el que pretende realizarse es extremadamente fragmentado, con un cinturón de estados (de Israel hasta Corea del Norte) armados fuertemente y, en muchos casos, divididos. De todas formas, el proyecto está en marcha y Angela Merkel ha mostrado querer reforzar las relaciones con China y en ser un partner importante en la realización de este eje geoeconómico. De hecho, el objetivo final en términos comerciales sería obviamente el centro y el norte de Europa, la esfera de influencia alemana que se está concretando. Por esta razón, los chinos han invertido tanto dinero en el puerto del Pireo y se han mostrado interesados en profundizar relaciones comerciales en los puertos italianos. Si la consolidación de una esfera de influencia alemana en Europa es un desafío importante para Estados Unidos, la creacción de un eje comercial y estratégico entre las principales potencias euroasiáticas es una pesadilla.

Otra potencia que juega su papel en este tablero global es la Federación Rusa. Tanto chinos como alemanes están interesados en plantear una alianza con Rusia, solo con ésta en posición de debilidad. Los primeros miran con interés a ocupar las enormes zonas casi no habitadas de Siberia, los segundos han abandonado la política de Ostpolitik y la demonstración ha sido el desenlace de Euromaidan en Ucrania, inicialmente provocado por Alemania con el apoyo de Polonia y países Bálticos (en el que sucesivamente han intervenido los Estados Unidos).

Por lo tanto, en principio el Kremlin no tendría interés en profundizar relaciones estratégicas en esta dirección. Sin embargo, es posible que el gobierno ruso se vea obligado a tomar posición, involucrándose en este proyecto. En este sentido, el enfrentamiento entre Donald Trump y los aparatos de inteligencia y diplomáticos (cuya única causa es la posición del Presidente y su grupo hacia Rusia) asume relevancia fundamental para el mantenimiento del equilibrio mundial. Si la Casa Blanca, por la oposición del Deep State, no a va a ser capaz de formular una propuesta creible de cooperación o, por lo menos, de deshielo a Putin, el Kremlin acabará probablemente por formar parte del eje chino-alemán y esta es una perspectiva muy preocupante. De hecho, si Berlín, Moscú y Pekin llegasen a formar un único eje euroasiático, Estados Unidos, antes o depués, se vería obligado, tanto por su ideología y cultura estratégica, como por inercia geográfica, a una ofensiva de amplias proporciones, que no tendría porque desarrollarse necesariamente como un conflicto abierto y mundial, pero sí que esta posibilidad estaría en la mesa.

El duelo tiene una amplia profundidad histórica y las implicaciones en la actualidad internacional son enormes e involucran a diferentes escenarios. Las relaciones entre Rusia y Estados Unidos son muy complejas y ligadas a diferentes obligaciones: se hace necesario plantear mayor cooperación internacional (algo que ya está pasando en Siria) y que ambas partes abandonen la lógica del enemigo exterior para cohesionar el frente interior. Otro factor a tener en cuenta es Corea del Norte, elemento de desestabilización en Extremo Oriente y considerado una amenaza seria en Washington. Sin embargo, algunos estados europeos deberían estar particularmente interesados en consolidar una posición autónoma en este enfrentamiento, intentando mediar entre las dos potencias y aprovechándose del mantenimiento de equilibrio en la probable estrategia de contención que pondrán en acto los Estados Unidos.

Por el momento, parece que el único gobierno que está moviendo ficha con resultados en este escenario es el de Macron. El presidente francés se ha reunido más de una vez tanto con Merkel, como con Trump, de manera cordial y colaborativa. Con el segundo, aunque haya evidenciado la distancia en términos políticos, ha mantenido relaciones positivas. El tradicional desfile militar del 14 de julio ha sido más muscular que en el pasado, probablemente con la intención de recordar que Francia sigue siendo la principal potencia militar en Europa. Además, sobre el tema immigraciones ha recuperado la retórica en contra de la inmigración irregular o económica, también impulsado por necesitades de política interna. En definitiva, el neo-presidente francés ha demostrado cómo los intereses concretos de los estados y las obligaciones geopolíticas son preeminentes con respecto a cualquier narración mediática, en particular a elecciones ganadas. Y es algo que conviene tener a mente para interpretar la realidad internacional que se está conformando, sobre todo porque este enfrentamiento y todas sus implicaciones tendrán amplios efectos en los estados europeos.

Limes indicaba a Italia como candidato ideal para ser mediador entre Alemania y Estados Unidos, sobre todo después del Brexit, que ya no permite al Reino Unido ejercer este papel. Además, ha aclarado que el estado italiano tiene que actuar con inteligencia estratégica y entender que ya no existe un único “frente occidental” y que hay que empezar a practicar una política exterior más autónoma. Parece cierto que, a la hora de analizar las contingencias y las implicaciones de este enfrentamiento, también el estado español debería estar interesado en plantear su propia estrategia, de manera similar a la italiana. De hecho, para ambos países, la construcción de una esfera de influencia alemana plantea un desafío territorial de alto nivel, ya que echa carne al fuego en territorios con tendencias separatistas (tanto el norte de Italia, como de España, son parte de la cadena de producción alemana). Además, los aparatos militares y de inteligencia de los dos estados son muy influenciados por Estados Unidos, algo que plantea otra posible división interna a los poderes del estado (división que en España ha emergido también a raíz del atentado en Barcelona del pasado 17 de agosto). Tercero, son dos países mediterráneos, es decir tienen todo el interés en poder desarrolar una política regional autónoma, sobre todo frente a los desafíos representados por la demografía africana y las migraciones, en un contexto de caos creciente.

Estas cuestiones pueden leerse a través de varios enfoques, no solo de tipo estratégico o geopolítico, pero es cierto que desde este punto de vista, las perspectivas de enfrentamiento futuro se hacen más probables y adquieren dimensión histórica y de larga duración. Por lo tanto, es un aspecto que no hay que descartar y un instrumento de análisis que se hace necesario añadir para no caer en el “fuego cruzado” de las respectivas propagandas entre adversarios.

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