Alejandra Estrada Velázquez #VocesVioletas

Alejandra Estrada Velázquez (México, 1986) Licenciada en lengua y literatura hispánicas por la UNAM. Poeta, docente y correctora de estilo. Ha sido miembro del taller de poesía experimental del CCLXV en México, D.F. Ha publicado en la Colección La Séptima Llave coordinada por Raúl Renán (Impresiones, tejidos y vidas. 2011 y Segmentos Rutilantes. 2012).

También ha publicado en la gaceta bimestral Río Arriba (Gaceta Noviembre – Diciembre 2010 Tema: Muerte) y en revistas electrónicas como  Dos Disparos y Contraescritura. Fue becaria de Los signos en Rotación Festival Interfaz ISSSTE. Actualmente, es becaria del programa PECDA-FOCAEM.

A continuación presentamos una breve selección de sus poemas:


Mudez y danza de una mujer desnuda con miedo a su cuerpo y al silencio en la sala de su casa

Prometea: custodia el silencio tras los muros que elegiste como casa.

(El silencio es la última llama del fuego que robaste de la boca de dios)

Pasea por los pasillos ciegos, Prometea,

_____

_____

nadie puede verte.

Eres un quejido vagando en el laberinto de esta mañana.

Gemido

◊◊◊◊◊◊silbido

◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊aullido

◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊Tus pasos apenas se sienten.

◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊Muerte.

Nadie puede verte.

Hueles a ausente, a cadáver, a primavera descompuesta, a silencio postergado


◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊extendido

◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊aletargado .

Hueles a las plantas después del amanecer

◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊te abres como las plantas al amanecer.


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Tú: llama infinita sin color ni sílabas, sin forma.

Todo es silencio arrinconado,

incendio que invade tus pupilas

y brota nidos en tus labios.

Nadie puede verte

Y la seña de tu cuerpo rasga el aire como un grito

y bailas frente al espejo como si los reflejos fueran todos los ojos

y te desnudas como si el aire fuera todas las manos

y lloras como si el tiempo pudiera contenerte

y nadie puede verte

◊◊◊◊◊◊soliloquio

◊◊◊◊◊◊tu corazón hace un perfomance:

deambulas entre los muebles.

Recuerda, Prometea: nadie puede verte.

Aquí,

ningún cuerpo,

sólo el tuyo.

Te detienes otra vez frente al espejo.

Has herido el tiempo, Prometea,

eres una hierba crecida frenéticamente en el polvo revuelto de esta sala,

en esta casa que te sirve de mordaza y de tumba al mismo tiempo;

si los hombres te vieran, dirían que estás loca,

que te llamas Amanda o Penélope,

pero tú no aprendiste a ser mujer:

eres Prometea, profeta del mediodía y de las horas que le siguen,

bailarina del espacio en blanco,

estruendo del vacío, Prometea.

Quieta, pareces algo cotidiano:

tu cabello color flor marchita,

tu languidez de cortina,

tu proporción de mártir.

Pero también sabes volar, Prometea,

y el sol ya no puede incendiar tus alas.


 

Casandra

 

“Es el instante de poner cerrojo a los labios”

Alejandra Pizarnik

 

El dios sembró la verdad muerta

en mí, tierra sin sonido.

Soy  madre de la palabra seca

de la que brota hecha polvo,

la que no habita ningún tiempo.

 

El dios desarmó mi boca con su irá

y de raíz me arrebató la lengua.

 

Enfermé de palabra.

El dios necio retorció sus oídos.

 

Todas las voces me habitan

todas las palabras se despeñan desde mis ojos

todos los sonidos en mí se precipitan.

 

El dios era mi voz,

el hogar y el lecho,

la revelación y el presagio.

Mi semilla era su oráculo.

Era yo la voz del dios

el grito de su estirpe se regaba en mi ombligo,

In illo tempore

los hombres nacían de nuestro sonido.

 

 

El dios enfermó de ceguera

 

Mi voz, apenas sombra,

incendia hombres

desdibuja ciudades;

mi voz, profecía de los adagios disonantes.

 

 

Dolor  que reverbera en el canto   

procesión de ecos en la garganta inerte    

memoria estancada de los muertos    

sonidos mutilados  por la incertidumbre

es mi voz.

 

El dios me abandonó al silencio,

carcomió mi boca

condenó mi palabra a ser estatua

edificó las murallas  y forjó el cerrojo.

 

El dios, plaga de paranoias,

veneno silbante,

mi piel, carroña para su furia,

el estigma de cobardía, mi corazón.

 


 

MADRUGADA

Desabotona mi pecho. Descubrirás atónito un corazón que te dibuja en mis paredes. Primitivo y rupestre, cartógrafo, mi corazón ha trazado la ruta de tu sonido. Tu voz ha llegado al mar de mis espasmos. Mi corazón que danza en braile, que danza y suena, que sueña y te habla; mi corazón que adolece de premura y que tiñe mis ojos con un grito. Te miro como un grito; te grito y la luz te ensordece. Atada de lengua y manos, mi corazón antiguo, mi corazón precario te habla en el lenguaje del abismo.


Hallazgo

 

I

Desempolvé mi rostro y ahí estabas.

Nostalgia arcana

negué ser  tu corazón sometido por el silencio

negué ser agua del cauce de tus ojos

oculté los restos de luna que desmoronaste para teñir mi piel

◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊pero ahí estabas

en mi cabello

◊◊◊◊◊color  pasado boscoso,

en mis ojos

◊◊◊◊◊apocalipsis de tu gemido

en mi piel

◊◊◊◊◊que tejiste de tabúes

me derramaste al mundo

◊◊◊◊◊con mi herencia en las venas

◊◊◊◊◊con mi corazón de agua

◊◊◊◊◊con mantos de miedo.

Tu regazo intentó acallar mi sexo

pero me crecieron alas

y me hizo el amor el aire

y le entregué mi lengua

y tu fe no pudo salvarme.

Madre

juguemos al espejo

tu eres boca y yo  palabra

◊◊◊◊◊no podemos

◊◊◊◊◊Madre

tú eres tierra ◊◊◊◊◊◊◊◊◊ yo  soy  viento

 

II

Madre tiene el rostro lleno de arcilla,

de barro;

es una Venus enterrada

en el paraje más seco del tiempo.

Madre tiene escamas color espejo.

Yo, Narcisa, me asomo a su orilla

y descubro un reptil de plata.

Nadie puede ver la tristeza de mi madre,

Está prohibido:

la tristeza es un secreto de familia,

pero los vidrios en su voz la delatan.

Madre guarda un pantano en la mirada:

te observa y tiende una trampa.

La boca de mi madre está colmada de vacío,

su palabra es trasparente.

Mi madre es un hueco: el aire arrastra lo que se oculta en sus rendijas.

Madre es un reptil que aprendió a enredarse en el tiempo.

 


 

 

Piedra

I

Yo quería ser pluma y nací piedra. 

 

Quiero abandonar mi cuerpo, dejarlo con el desparpajo del indigente que duerme en la escalinata de mi edificio: extenso, desenvuelto, cínico. Tiene los pantalones abajo y mis vecinos lo miran, lo miran como si su morbo lo protegiera.  Así quiero abandonar mi cuerpo. A la intemperie, a la buena de dios, a la mala de los hombres, a la mirada de todos arrojaría este cuerpo abierto para que lo vean del otro lado. Quiero abandonar este cuerpo con las estrías que nacieron a los doce, con la cicatriz en la rodilla derecha, con el recuerdo del origen de la cicatriz en la rodilla derecha: una niña torpe, una niña redonda, una niña pesada y oculta, no invisible, no, oculta, escondida detrás de ella misma, detrás de su vientre, entre sus piernas, implotada entre vísceras, con su boca de ombligo y voz de miocardio; una niña traza la trayectoria de su soledad en el patio de la escuela; una niña que, sentada en la última banca, busca el espacio suficiente para su cuerpo deforme en las pupilas de los otros. Una niña que sabe oler el suelo: polvo, polvo, polvo…  una herida que suena: risas, risas, risas…   La niña no cabe. La niña es el tamaño del mundo.

 

Miro al indigente. Lo envidio

 

Mamá, yo quería ser pluma y nací piedra.

 

 

 

 

 

II

Llamo a la puerta de una piedra.
—Soy yo, déjame entrar.

—No tengo puerta —dice la piedra.

Wislawa Szymborska,
Conversación con una piedra

Hay lugares en mí que no tienen boca,
sitios que partió el silencio:
piedra rota.

Mi rostro se revela
en la inquietud del insomnio.
Mi rostro estalla y nadie escucha.
Hay noches en las que sueno a desierto
y mis huesos crujen al paso de la memoria.

La memoria es una procesión de tumbas.
Cada parpadeo
me asfixia.
Las horas atraviesan mi cráneo
y con su ancianidad
deambulan mi rostro que se desmorona.
Piedra distorsionada
por la carcajada asimétrica
del tiempo.

Soy una piedra enferma
y el reloj, una taquicardia que me amenaza.

III

Mi madre quería una muñeca callada y debe soportar mi lengua de pájaro. Mi madre quería una muñeca callada y con vestido rosa: mi tendedero está lleno de encaje negro. Mi madre quería una muñeca callada, con vestido rosa y que se quedara inmóvil en la almohada de su cama. Mi madre sigue esperando que yo regrese a casa alguna madrugada

 

 

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