Ciudad turística y la guerra por otros medios

Me asombra la velocidad con la que el capital resuelve su sobrevivencia. Nos hacen creer que la crisis es la falla de un sistema, pero que ésta no justifica su cambio, que pasará. La lógica de la caja invisible del mercado, el truco de magia, se llama gentrificación. Se realiza de la siguiente manera -y es fundamental para la organización política y colectiva-: las políticas públicas de planeación urbana, acceso a la ciudad y desarrollo económico van de la mano de instituciones de Estado: regidor de turismo, Secretaría de Turismo, Policía Turística, Kioskos de información…es decir, el turismo forma parte esencial de la toma de decisiones para el acceso al espacio público, y por tanto, es una disputa política.

Por nuestra parte, sentimos la necesidad de ser el espectador que descubre lo que hay detrás del truco que deja al público asombrado. Nosotros sabemos que es una trampa: han llegado al barrio, vestidos de cultura -es su caballo de Troya- y han emprendido una batalla por la ciudad que nosotras hacemos día con día. Estas reconfiguraciones funcionan, al final, como modalidades de la colonialidad, que apropian, nos anulan y vuelven a la ciudad en nuestra contra.

En ese sentido muchos espacios culturales son procesos de gentrificación, y desplazan a la comunidad para vender no sólo arte, sino la experiencia del barrio y la exotizacion de la comunidad. Sin embargo, los habitantes -carniceros, panaderos, costureras- no asisten a esos espacios ni son involucrados en la medida en que no garantizan la entrada del capital,  aunque artistas y gestores culturales alimenten su discurso a costa de ellxs.

Estos artistas y gestores recurren a la asistencia social y deben moldearse para ser compatibles con el paradigma economía de la crisis: sobreviven por vía de sus relaciones públicas, y de paso, colaboran para que el arte secuestrado por esos faristeos de la cultura que están en puestos de poder, en agencias de gestión cultural, en procesos de gentrificación, que se disfrazan de promotores de la cultura, pero que obviamente mantienen el statu quo.

Entonces, ¿Cuál es el interés en el arte vestido de cultura, mezclado con lo alternativo y lo periférico? Colonizar el espacio urbano y embellecer la pobreza, pues en el arte se encuentran las posibilidades de sustentabilidad de la acción política y sus potenciales consecuencias en el acceso al espacio público:

“Hay que poner Universidades Jesuitas por aquí, alrededor unas Galerías, Casas de Cultura por allá, bistrós frente a la panadería, comida orgánica y restaurantes; también hoteles cinco estrellas, a los que una persona solo accede trabajando ahí, por $150 diarios; tras limpiar un piso de seis habitaciones, cada una se renta en $1947, y no puede la trabajadora evitar pensar que son espacios inaccesibles para una clase que una noche en un hotel es su renta, la despensa del mes o el costo del transporte”.

¿Cómo permanecer en el territorio? ¿Cómo acceder a la ciudad y al espacio público?

El Estado oferta en nombre de la renovación urbana y las constructoras plantean un proyecto para comprarlas, incrementa el costo del suelo y la venta es a partir del blanqueamiento y en nombre del progreso. Así, existe un eje colonial que se reconfigura de manera constante, pues se crean espacios cerrados, departamentos corporativos, y a nosotras las habitantes nos incluyen sólo a través del trabajo precarizado, la explotación de mano de obra, el despojo de energía y vivienda de la población nativa: desalojarte de tu casa es despojarte de un derecho humano.

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¿Cómo permanecer en el territorio? ¿Cómo acceder a la ciudad y al espacio público? La gentrificación  destruye el tejido social, las formas de organización colectiva y de participación vecinal en el barrio, y se han formado en torno al malviaje de la seguridad: vecino vigilante es un programa que quita las potencias de organización urbana en torno a la denuncia al sujeto, reinserta al policía, de modo que el criminal que atenta contra el barrio es el grafitero o el vagabundo teporocho, no el arquitecto o el abogado que en cualquier momento pueden darles vuelta con los terrenos, porque tienen todo el pensamiento de instrumentalización de su lado. ¿Curioso no?

Aunque la gentrificación comienza en los años sesenta y se define como ese despojo de la clase rica–burguesa que transforma los barrios de la clase trabajadora a partir de que se inserta en ellos a través de la vivienda, esta es la guerra por otros medios, pues así han logrado expulsar y destruir comunidades enteras, y así diluyen la toma de decisiones, que antes giraba en torno a asambleas. Lo que muere, entre otras cosas, es el espacio público para ejercer política.

El mensaje de fondo es que la calle no es nuestra, y tampoco donde vivimos, pues en cualquier momento podemos ser desalojadas por la fuerza, pero también por la sobrevivencia: decidimos dejar de vivir ahí porque los costos incrementan, porque no cae el agua, porque se va la luz de vez en cuando, porque salubridad deja de mantener cañerías…hasta llegar a pensar que es necesario privatizar la zona donde vivimos.

¿Qué alternativa tenemos si no es defender nuestro espacio vital? Hay que cuestionar esos modelos de desarrollo que tienen como prioridad medir la satisfacción humana desde las dinámicas de consumo como ideal, donde no importa si se destruye la calidad de vida: somos testigos de esta maquinaria que demuele casas para construir centros comerciales vacíos.

El Estado y el mercado disponen de estos dispositivos materiales concretos para hacer inaccesible la ciudad y establecen maneras de organizar el poder colectivo, no en cómo se estructura la vida social, sino a partir del acceso al consumo, de modo que ésta dinámica concentra el poder de decisión. Entonces decimos cosas tan catastróficas como que “se generan empleos” y se disuelve la frontera público/privado, como si no existiera el conflicto.

Primero fue la fábrica la que se encargó de la acumulación del capital en nombre del progreso y la industrialización, pero ahora es el hotel el que está financiando la ciudad. Se trata de supervivencia, de lucha de clases, pero se omite, como si la transformación urbana no fuera el colágeno en los pómulos de un sistema que está condenado a la muerte. La voluntad general expresa la vida que no tiene nada que ver con la administración del Estado, que la condena al olvido y después la despoja por el capital inmobiliario.

La ciudad es nuestra. Eso significa devenir rebeldes, poder hacer historia, ser la respuesta. Sabemos que no es fácil: nos niegan encuadrarla en una disputa de clases sociales ante esta hiperflexibilidad del capital que administra el espacio público, y entonces somos la chusma, que decide salir de la cloaca, para que en revancha del espacio social, seamos el decidir colectivamente.

Las diferencias no están superadas: nos organizamos desde la autonomía o nos veremos sumergidos en la masificación, cual condena de muerte; muere el capital o muere el ejercicio colectivo de lo social. Esta es la guerra por otros medios, y uno de los campos de batalla es la ciudad.

Turista, regresa a casa.

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