La crisis de los candidatos en la crisis de las democracias.

Durante el siglo XX la democracia como forma de gobierno ha pasado por diferentes crisis, por ejemplo en la década de los años treinta eran en realidad pocos países en el mundo que tenían esta forma de elegir a los gobernantes. De hecho en esos años se registraron grandes movimientos políticos que de plano negaban la democracia como régimen político.  Tras la Segunda Guerra Mundial, nació la Guerra Fría y nuevamente la democracia pasó a concentrarse en un grupo de países que se autodenominó “el mundo libre” mientras que del otro lado de la “cortina de hierro” prevalecían formas autoritarias extremas que hacían esfuerzos igual de extremos por afirmarse en lo social sea por la vía de la llamada democracia popular, de la representación del proletariado, de la lucha de clases o hasta de la clase elegida. La cuestión fue que a la democracia se le invocó por diferentes vías, aunque las evidencias de democracias competitivas se concentraron en unas cuantas naciones.

La Guerra Fría significó para América Latina una época por lo menos aciaga en materia de desarrollo político e institucional, fueron los tiempos de las dictaduras militares, de los golpes de estado, de los hombres fuertes, y de la “franca espada”; pocos países pudieron prevalecer bajo un orden de libertades básicas y procesos democráticos, entre estos México, nuevamente la democracia estaba en crisis y el debate en esos años pasó por rutas tan extremas como el aniquilamiento global de la raza humana vía la Guerra Nuclear.

Tras los acontecimientos de 1989 reinició el debate sobre las posibilidades de la democracia para reposicionarse como una forma de gobierno que pudiera dar salidas a los graves problemas sociales, políticos y económicos, en especial tras la desintegración de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y el nacimiento de la Comunidad de Estados Independientes (CEI) que paradójicamente coincidió en el tiempo con el fin de la Comunidad Económica Europea (CEE) y el nacimiento de la Unión Europea (UE).

Fue en la década de los ochenta del siglo XX que la democracia se estableció como un orden político integrado por supuestos y esquemas de libertades que ofrecía mejores expectativas de orden y conducción que los pasados acumulados desde la década de los años veinte del Siglo XX. En la vida contemporánea se presenta una universalización de los valores y las prácticas democráticas. La mayor parte de los países tienen sistemas en que con mayor o menor intensidad, apelan al principio de la libre elección de los gobernantes por parte de la ciudadanía. Se trata sintéticamente de la cristalización de un derecho político fundamental que consiste en la capacidad pública de decidir quién gobierna y bajo qué proyecto.

 

Esta universalización, debe asentarse, no es igual en todas las regiones del planeta. Existen problemáticas y desafíos bajo los cuales se desarrolla la democracia a lo largo y ancho del mundo, desafíos que este sistema debe enfrentar y a partir de los cuales fortalecerse, esto es lo que los teóricos llaman el binomio del liberalismo democrático. En palabras llanas y simples hoy la mayor parte de los países del mundo se dicen a sí mismos democráticos y se dicen a sí mismos también Repúblicas, pero en todos los casos se tienen graves retos sociales y económicos que la propia democracia, esto es, las instituciones y los gobiernos deben resolver.

El periódico británico “The Economist” elabora el Índice de las Democracias donde a su modo de ver evalúa y determina el rango de la democracia en 167 países. En este estudio se conglomeran cinco categorías distintas a saber: 1) proceso electoral y pluralismo, 2) libertades civiles, 3) funcionamiento del gobierno, 4) participación política y 5) cultura política. Con ello cataloga a los países entre democracias plenas, democracias defectuosas, regímenes híbridos y regímenes autoritarios; en este estudio México obtuvo en la edición 2014 una puntuación de 6.90 colocándola en el puesto 51 como “democracia defectuosa”.

De acuerdo a reportes de las Naciones Unidas, en específico el trabajo del PNUD “La Democracia en América Latina. Hacia una Democracia de Ciudadanas y Ciudadanos” en Latinoamérica existe un descontento por parte de la sociedad hacia la democracia. De acuerdo con este reporte las personas no estaban conformes con este sistema político y en significativa medida consideraban aceptable un gobierno de corte más autoritario, pero que tomara decisiones y éstas se vieran reflejadas en el día a día. En suma, desde la década de los noventa en América Latina ocurre también que las personas están dispuestas a cambiar libertades por bienestar social, en evidencia, esto queda muy lejos de la cultura política de una democracia, pero a la vez muestra la gama de contradicciones y problemas sociales que se viven, al punto que las personas desestiman las aportaciones democráticas.

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Esto obedece, en evidencia, a múltiples factores como son el estado de la economía mundial o las crisis financieras que se han vivido, pero también obedece a la distancia entre las expectativas generadas por los procesos de transición a la democracia así como por la alternancia en el poder frente a los resultados logrados por los gobiernos. Por ejemplo para el año 2002, casi la mitad de los encuestados, 48.1 por ciento decían que preferían la democracia a cualquier otro régimen, y un porcentaje semejante (44.9 por ciento) que decía preferir la democracia, estaba dispuesto a apoyar a un gobierno autoritario si éste resolvía los problemas económicos de su país. Una gama de votantes de casi el 45 por ciento con esta percepción representa una grave situación para las libertades democráticas, más aún ante la emergencia de líderes providenciales, movimientos populistas, o elites autoritarias que buscan hacerse del poder político, como lo es el caso emblemático de Venezuela.

El texto titulado “El déficit de la democracia en México” que editó y publicó la UNAM da cuenta de un compleja situación que acontece en el contexto contemporáneo, ahí se expone que la ciudadanía no está interesada en temas políticos, que hay un desapego respecto de la política, la búsqueda de información y la consolidación de la ciudadanía.  Pero México no es el único caso por supuesto, en realidad, se trata de fenómeno global que ha tenido sus expresiones más emblemáticas en la elección de candidatos a puestos de elección popular que más allá de sus precarias capacidades para gobernar, expresan el descontento, la inconformidad y la desconfianza hacia los partidos políticos ante sobrados casos de corrupción, crisis económicas y promesas incumplidas al seno de las democracias.

En la década de los noventa las democracias en América Latina y en el mundo prometieron a todos todo, en nombre del libre mercado, de la apertura comercial y la desregulación económica se ofrecieron altas expectativas de desarrollo, confrontar la pobreza, elevar los niveles de vida, establecer políticas para abatir la desigualdad y en suma mayor justicia social. Tras casi treinta años, los resultados muestran que el actual modelo de creación de riqueza no ha sido el mejor para que las democracias generen desarrollo, menos aún cuando se vive el mayor nivel de desigualdad económica y social en la historia de la humanidad.

El síntoma que significa Venezuela y otros actores políticos electos en procesos democráticos como son los casos de comediantes, luchadores, deportistas y demás perfiles que en funciones de gobierno no mostraron mayores aportaciones al desarrollo de sus países y que en otros casos provocaron graves problemas de gobernabilidad e incluso de estabilidad política, debió ser un mensaje suficientemente consistente para los partidos políticos en el mundo para iniciar reformas profundas y con ello ofrecer mejores candidatas y candidatos así como proyectos de gobierno reales y responsables, pero imperó el pragmatismo y la necesidad de credibilidad, hoy estamos en la cúspide de estas contradicciones con un candidato como Donald Trump, que por sí mismo expresa una crisis en las élites del partido republicano, una crisis de representación política y una crisis económica. Trump expresa una crisis de cultura política y tendrá que ser la democracia la que confronte un fenómeno político anclado en el pasado, en el prejuicio y en la exclusión. Las lecciones para México están a la vista, y el mensaje para los partidos político no podría ser más claro.

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