Científicos crean lobos terribles tras 13.000 años de extinción

En una mezcla de ciencia de vanguardia, narrativa cultural y debate ético, Colossal Biosciences —empresa biotecnológica de Dallas— ha revivido, al menos parcialmente, al legendario lobo terrible (Aenocyon dirus), especie extinta hace más de 10 mil años. La hazaña, calificada por sus impulsores como un “hito monumental”, ha provocado tanto fascinación como escepticismo. La pregunta no es si lo lograron, sino qué lograron exactamente.
¿Desextinción real o cosplay genético?
Colossal no clonó un lobo terrible auténtico, sino que editó genéticamente células madre de lobo gris, su pariente más cercano, incorporando variantes genéticas extraídas de fósiles milenarios. Se realizaron 20 modificaciones en 14 genes antes de insertar las células en óvulos de perros domésticos. De ahí nacieron Rómulo, Remo y Khaleesi, los primeros cachorros “neo-huargos”.
¿Es esto una desextinción? Algunos expertos dicen que no. Jeremy Austin, del Centro Australiano para el ADN Antiguo, advierte que se trata de un lobo gris “modificado para parecerse a lo que creen que era un lobo terrible”. Y es que, si bien los cambios incluyen pelaje blanco, complexión robusta y mandíbula más fuerte, los lobos terribles originales se separaron genéticamente de otros cánidos hace más de 5 millones de años, sin mezcla genética posterior. Es decir, no basta con alterar un par de genes: se requerirían decenas de miles de modificaciones para una réplica fiel.
Colossal, sin embargo, defiende su enfoque. Love Dalén, asesor de la empresa, considera que “han resucitado el fenotipo del lobo terrible”, aunque reconoce que, en términos de ADN, siguen siendo 99.9% lobo gris. El resultado, entonces, se sitúa en una frontera difusa entre recreación científica y representación genética.
Un aullido que no se escuchaba hace milenios
Los animales, criados en una reserva de 809 hectáreas en ubicación confidencial, han mostrado comportamientos marcadamente distintos a los perros domésticos. Se mantienen distantes, alertas y evitan el contacto humano, lo que sugiere que no son simples canes con disfraz evolutivo. Además, su complexión —más musculosa, de mayor talla y con un aullido imponente— los separa perceptiblemente del lobo gris contemporáneo.
Este comportamiento semi-salvaje plantea preguntas logísticas y éticas sobre el futuro de estos híbridos: ¿pueden integrarse en ecosistemas actuales? ¿Deberían? Colossal afirma que su meta es “la restauración ecológica”, pero varios científicos dudan del papel real que podrían jugar estos animales en un entorno natural moderno, sobre todo cuando ni siquiera se logra conservar con éxito a los lobos grises en muchos estados de EE.UU.
Ciencia con ambiciones narrativas (y comerciales)
No es casual que uno de los asesores culturales de Colossal sea George R.R. Martin, autor de Game of Thrones —serie que popularizó a los lobos huargos como emblemas de lo salvaje y lo ancestral—. Su participación, más allá del marketing, refuerza la dimensión simbólica del proyecto: traer de vuelta “bestias legendarias” para reconciliarnos con un pasado natural que sentimos haber traicionado.
Pero bajo la magia de la narrativa, Colossal es también un negocio. Ha recaudado más de 435 millones de dólares para proyectos de desextinción que incluyen al mamut, el dodo y el tigre de Tasmania. Y aunque promete beneficios para especies en peligro, como el lobo rojo, muchos critican que estos fondos podrían emplearse con mayor impacto directo en la conservación de biodiversidad existente.
Colossal responde con datos: sus procesos son cada vez menos invasivos, y en este caso no se reportaron abortos ni efectos adversos en las madres sustitutas. Además, han producido ya dos camadas de lobos rojos clonados con éxito, aplicando técnicas desarrolladas en el experimento del lobo terrible.
Entre Jurassic Park y CRISPR
Estamos ante una realidad que oscila entre el asombro y la duda. Por un lado, los avances técnicos son indiscutibles: edición precisa de ADN, clonación con alta tasa de éxito, recuperación parcial de rasgos fenotípicos extintos. Por otro, la discusión sobre los límites éticos, ecológicos y científicos de la desextinción sigue abierta. ¿Es un acto de justicia ecológica o una fantasía antropocéntrica?
En última instancia, el renacimiento del lobo terrible no es solo una noticia científica: es un síntoma cultural. Nos revela tanto nuestra nostalgia por lo perdido como nuestra fe —y temor— en la capacidad tecnológica de reescribir la historia biológica del planeta.