La ciudad como campo de batalla: la ola de violencia en Culiacán

Las calles, aulas, iglesias y supermercados de Culiacán están vacíos desde hace días. El 15 de septiembre, no hubo nadie en la Plaza de Armas para dar el grito. Las personas permanecen encerradas en sus casas, sumidas en el terror. ¿Dónde está el Estado?

En Culiacán se libra una guerra entre facciones del crimen organizado. Hay bloqueos y enfrentamientos, y según la SEDENA, 32 muertos. Los enfrentamientos entre los “chapitos” —los hijos del Chapo— y los Mayos, que apoyan a Ismael “Mayo” Zambada, por el control del cártel de Sinaloa, han provocado esta escalada de violencia en la última semana.

La inseguridad en Sinaloa se ha agravado desde la detención de Ismael “Mayo” Zambada el 25 de julio de este año, junto con uno de los hijos de Joaquín “el Chapo” Guzmán, quien supuestamente lo entregó. Muchos académicos coinciden en que atrapar a un capo tiene un efecto contraproducente: en lugar de pacificar una zona, agudiza la violencia, ya que los miembros del cártel se pelean por el control. 

En la mañana del 13 de septiembre, AMLO dijo que “no es un asunto mayor”, a pesar de que 12 personas fueron asesinadas en solo cuatro días. Además, declaró que los medios conservadores están magnificando la situación con sensacionalismo y alarmismo.

El general Jesús Leana Ojeda afirmó el 16 de septiembre que “la tranquilidad de Sinaloa no depende de las fuerzas militares, sino de que los grupos antagónicos dejen de enfrentarse”.

El martes 17 de septiembre se reanudaron las clases presenciales, después de que los niños y niñas fueran enviados a casa la semana pasada. “Estoy aquí, no veo ningún peligro”, dijo la titular de la Secretaría de Educación Pública y Cultura de Sinaloa (SEPyC), Catalina Esparza Navarrete, cuando los índices de asistencia fueron mínimos. Los padres no quisieron arriesgarse.

Gema, una señora de la tercera edad que reside en esta ciudad, se despierta todos los días desde la semana pasada con mensajes de WhatsApp sobre muertos envueltos en mantas, recargados en la pared con sombreros. En contraste, las declaraciones oficiales que afirman que la prensa exagera la situación y que no hay que tener miedo. Gema no les cree nada.

El lunes 10 de septiembre comenzó el terror. Gema salió de su casa temprano porque su esposo tenía una operación ese día. Tanto el doctor como la anestesióloga llegaron tarde. El hospital estaba vacío. Uno tras otro llegaban mensajes sobre desaparecidos, coches robados y narcobloqueos.

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Ese mismo lunes, se aventuró a la tienda más cercana. Aunque las calles estaban vacías, la tienda estaba abarrotada de gente haciendo compras de pánico. En el SAMS, que queda a cinco cuadras de su casa, hubo una balacera y dejaron un muerto. Decidió entonces hacer la compra mediante una aplicación. Tardó cuatro días en llegar.

Casi no salieron de casa la semana pasada. Fueron a la revisión postoperatoria de su esposo —que habían aplazado— y a otra revisión general que también habían pospuesto. El doctor era la única persona en el hospital; ni siquiera había un guardia en la entrada.

También asistieron a misa el sábado. En una iglesia a la que normalmente van 200 personas, solo fueron 30. El padre los felicitó por su valentía y les pidió ser generosos, ya que por primera vez no llegaba a la nómina que utilizaban para los comedores.

Gema lidia con el miedo haciendo limpieza en casa; cuando está muy cansada, se pone a ver series. Siente miedo, sí, pero también enojo e impotencia al ver que el gobierno está de espectador y desaparecido. Siente que han dejado a la población civil en la incertidumbre, sufriendo mientras los grupos antagónicos “dejan de pelearse”.

“No sentimos que nadie nos está defendiendo. ¿Cómo es posible que toda una ciudad se paralice así?”, se queja Gema. Desde la captura, se han desplegado 2,200 elementos federales con equipo especializado, sin embargo, se trata de una estrategia de “contención”, no de combate. La analista y periodista Denise Maerker, en una mesa de diálogo, dijo que los militares están en Sinaloa para “inhibir”, pero no para desmantelar ni atacar. Algo parecido sucedió en Michoacán en el marco de la Guerra contra el narco, cuando la estrategia del ejército consistía, básicamente, en dejar que los grupos antagónicos se mataran.

La presidenta electa Claudia Sheinbaum lo dijo abiertamente en una conferencia de prensa: no va a mandar al Ejército a confrontarse con el crimen organizado porque esta estrategia causaría derramamiento de sangre. Ya hay derramamiento de sangre.

La Secretaría de Desarrollo Económico de Culiacán dijo que la paralización de la ciudad ha generado pérdidas de 4 mil 200 millones de pesos debido al cierre de mercados, restaurantes, comercios informales, y que las empresas pidieron a sus empleados quedarse en casa.

Esta situación no solo ha provocado pérdidas económicas millonarias, sino que también ha generado un profundo miedo y desconfianza hacia las autoridades, que parecen ser meros espectadores en la guerra que se está librando en la ciudad.

 

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