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Un seminario a la Intemperie: el concilio de las pequeñas voces para sostenernos

Este 4 de junio dará inicio el seminario “Intemperie: políticas de la voluntad, poéticas del cobijo” que reúne a un grupo de amigxs y personas admiradas. En Tercera Vía realizamos una entrevista con Patricio y Alina, quienes tuvieron la iniciativa a partir de la publicación de un texto que ha ido y venido durante los últimos meses, abriendo grietas y encontrando complicidades. 

En el mito platónico, Eros es hijo de Poros y Penía, que representan la riqueza y la carencia, respectivamente. Por eso duerme siempre en el suelo, al descubierto; se acuesta a la intemperie y es compañero de la indigencia, como su madre; pero también está al acecho de lo bueno y de lo bello, es rico en recursos, valiente, y activo, como su padre. Es por ello que también está en el medio de la sabiduría y de la ignorancia

¿Cómo surgió y cómo se ha ido tejiendo este seminario? 

Patricio: Empezamos a compartir conversaciones sobre cómo estaba cambiando la situación sanitaria en México y en Chile, sobre los efectos de la pandemia en la vida íntima, en lo profesional, incluso en la escritura. Así, eventualmente, lo que nació como una serie de conversaciones, se transformó en una reflexión transfronteriza. 

Después surgió la invitación para escribir un artículo en una revista académica. El texto no vio la luz en ese espacio por problemas internos del comité editorial, pero Alina lo compartió con amigxs y descubrió que había ideas comunes.

Alina: Vale decir que es un texto que se coció en cinco meses, donde escribimos juntxs todo. Fue una escritura simultánea, a cuatro manos. Cuando lo leyeron Ana Cornide y Tatiana Navallo, nos dijeron: “esto parece más una convocatoria” y Ana tuvo la claridad de definir ejes de discusión. Luego entró Rafael, que consolidó la posibilidad de continuar el ejercicio. En síntesis, el proceso inició por conversaciones, que se convirtieron en un texto, que ahora será un seminario, que tal vez se convierta en un libro… 

 

Inician el texto con esta frase de López Petit: “Hace tiempo que no espero ya nada. Me construyo pequeñas narraciones que apacigüen la desesperación. Gusanos de sentido merodean alrededor del lecho. ¿Por qué necesito sentido(s) si la verdad está ya marcada en mi cuerpo?”…

 

Alina. Una de las posiciones que nos llamó la atención de López Petit tiene que ver con el desfase entre lo que se dice de la pandemia y los imperativos a que obliga la pandemia respecto a la vida cotidiana. Lo que López Petit dice es que hay una parte protocolaria de la pandemia y otra parte sentida corporalmente, en términos de la confiscación de tu libertad. De esa forma surge un falso consuelo: “si me lavo las manos, todo está bien; si limpio la casa, todo está bien”, con lo que se borraban aparentemente las desigualdades, las violencias, etcétera. Este “yo me lavo las manos” es una forma de decir “yo me salvo a mí”. Creo que la posición de López Petit nos hacía pensar en las maneras de transformar el “yo me lavo las manos” a “yo le lavo las manos a alguien más”. La idea es cómo pueden aparecer poéticas del cobijo, aunque sean incipientes, precarias, a salto de mata. 

“Lo que está a la vista de todas y todos es el derrumbe de una manera de trabajar, de vincularnos, de convivir”
Patricio. Fuimos testigos de una exigencia de normalidad con la que se trató de mantener el encierro. El mensaje era: “aunque hayan cambiado las condiciones, tratemos de hacer parecer que todo está bien, de aparentar una cierta normalidad”. Sin embargo, lo que está a la vista de todas y todos es el derrumbe de una manera de trabajar, de vincularnos, de convivir, etcétera. Esta exigencia de normalidad, de aparición, de mostrarse bien pese al desastre, era el paroxismo de la norma a la que nos habituamos previo a la pandemia. Es un gesto del neoliberalismo, de saber rentabilizarnos, aunque eso implique esconder miedos, desorientaciones de la vida cotidiana y precariedad. En ese sentido, este texto nos permitió también afirmar la derrota, la desesperación… 

En ese sentido, retoman la idea de Harvey sobre la “fraudulenta libertad” que esconde estrategias de precarización…

Alina: Pensábamos mucho en el caso chileno. Había familias enteras que por la pandemia se dedicaron a producir cosas en su propia casa, y les daba la impresión de que de esa manera podían sostener la precarización. Esta producción doméstica “libremente elegida” tiene un tono de fraudulencia, porque es un camuflaje de la libertad: no eres libre, sino que quedas a merced de nuevos embates, porque eres orillado a implementar tácticas para sostener la vida desde la fragilidad… 

Patricio: Me acuerdo de una estudiante que me contó que su familia se dedicó a producir cubrebocas y que su casa se había constituido en una especie de fábrica de la industria textil. El espacio de reunión –que era ver juntos la tele– se convirtió en espacio para las máquinas. A la hora y en el lugar en que se reunían a convivir, ahora había una máquina y una persona que tenía que coser. Esta experiencia la contrastamos con lo que decía el presidente Piñera, una especie de discurso dirigido a “los entusiastas, a los ciudadanos de buen corazón y de buena voluntad”, que tienen que gestionar las “oportunidades” que les brinda la crisis para salir adelante, y este discurso envolvía toda esta sacrificialidad en una idea de superación, de meritocracia.

Por eso es importante decir que durante la primera parte de la pandemia no hubo ayuda social: se empezó a soltar dinero público hasta hace algunos meses, pensando en las elecciones. Era una forma de invertir en votantes y en el electorado. Pero durante un año lo que nos ofrecieron fue un discurso de tipo coaching, donde invitaban a la gente a hacerse cargo de un sacrificio individual, de modo que se volvía a tomar el axioma neoliberal de “sálvate en la medida en que puedas”. 

 

Siguiendo esta idea: ¿Qué podemos decir de la relación entre la crisis producida por la pandemia y la gestión gubernamental de la misma? 

“Las poéticas del cobijo apuntan a encontrar esos pequeños relatos que nacen y mueren como una luciérnaga.”
Alina: La crisis es lapidaria en términos del abandono, de la precariedad, de la muerte. Pero dentro de ese “no poder hacer nada”, dentro de esa debacle, se abren grietas dentro de la crisis, posibilidades de potencia. El momento de contingencia a la que nos somete una crisis de este tipo –a quién se atiende, cómo se le atiende, cómo se gestiona el capital político, etcétera– crea grietas que permiten una forma diferente de cobijar entre vecinos, en la micropolítica, que pueden ser intermitentes, que no siempre tienen eco, que a veces son fugaces, pero que existen, y que tienen que ver con lo inesperado de la vida cotidiana. No es buscar una luz que abre la oscuridad: las poéticas del cobijo apuntan a encontrar esos pequeños relatos que nacen y mueren como una luciérnaga. Son pequeñas voces que dicen: nos vamos a sostener.

En cuanto a la forma en que se gestiona la pandemia gubernamentalmente, para mí es una sinécdoque de cómo se gestiona el abandono en México. 

 

Patricio: En Chile estamos viviendo esta experiencia como una continuidad de las protestas, porque subsiste el mismo aparataje policiaco. Piensa que llevamos un año de toque de queda, en que hasta las 9 de la noche tienes permiso de salir, que tienes que tener un documento a verificar que dura solamente dos horas. Toda esta restricción tan rígida tiene mucho de discurso vacío, porque en la vida real la gente se tiene que ir a las 7 de la mañana, en los buses repletos, el metro lleno, donde las caretillas sociales nunca se entregaron. Por eso en Chile es la población más empobrecida la que está muriendo y las cifras de contagio se concentran en espacios de trabajo informales. 

Ante la desorientación y el vértigo, encontramos espacios de reunión que no necesariamente valorábamos

Cuando hablamos de grieta, hablamos de la fragilidad del actual modelo ante lo imprevisto, como en el caso de este bichito. Todavía existe la posibilidad de imaginar que en lo imprevisto también podríamos desencadenar contagios de experiencias, de relatos, de memorias. No solo es necesaria la reunión de cuerpos, sino saber reunirte con el pasado, con el espacio de tu familia, con aquellos que están en tu vida. Es la posibilidad de encontrar lugares comunes con quienes no necesariamente están presentes. Ante la desorientación y el vértigo, encontramos espacios de reunión que no necesariamente valorábamos: el cuidado de lo más intimo, de la memoria, del hogar, etcétera.

¿Qué otros movimientos de la vida social y familiar perciben en esta reflexión transfronteriza? 

Alina: Creo que los modos de vida de la pandemia tienen los rostros de la vida social: puede haber personas que se sienten muy recordadas, como adultos mayores que adquirieron una cierta centralidad en la pandemia, pero entre jóvenes de 18 a 25 años surge la idea de “por qué yo me tengo que quedar en casa, si no me va a ir mal si me enfermo”, como si tuvieran superpoderes. Sin embargo, no piensan en la relación social que establece la pandemia. También está el tema del repliegue familiar, quienes vuelven a casa, a la vigilancia paterna, a la broma pesada del tío, a la humillación de la mamá. Esto se complica cuando además son personas de la diversidad sexual. Para algunas personas una casa puede ser un refugio; para otras, territorio Comanche. 

 

Patricio: De eso se trata la idea de intemperie. Solemos relacionarla con estar expuestos, como si estuviéramos al desnudo frente a situaciones climáticas, pero lo que hoy vivimos es una intemperie llena de exigencias, de discursos, de normativas. Por eso quisiera retomar la idea de Vero Gago de “saturación de sentido”, porque estamos ante una intemperie que no simplemente deja el cuerpo al desnudo, sino que está saturada de exigencias. Cobijarse entonces es recapitular cuáles son las cosas que te hacen bien y cuáles no, con qué te quieres quedar y con qué no. 

Ahora bien, dentro del espacio de investigación que tenemos, hemos dado seguimiento a las fake news, a los discursos de odio, que no surgen a partir de deseos de futuro, sino que son gritos de desesperación frente a lo vivido. Cuando aparecen, dan cuenta de un daño, son miedos y angustias canalizadas a partir de la violencia, que ponen en palabras una serie de memorias de daños. No es que no hay que combatir la infodemia, sino que también hay que ver cuáles son los tejidos de violencias que articulan el discurso de odio dentro de la pandemia. Son extrañezas frente a las cuales tenemos responsabilidad ética y política, y en ese sentido, hay que exponerse a ellas, alojar lo extraño, revisando los regímenes de tolerancia e intolerancia.

 

¿Hacia qué horizonte se abren estas reflexiones? 

Alina: Creo que seguramente va a haber más pandemias globales, que serán más recurrentes por el desabasto de los recursos naturales del planeta. No es una cuestión apocalíptica: hay que pensar en las formas en que se sostiene un poco la vorágine de este ritmo, porque si no hacemos caso a la alarma de incendio de esta pandemia, va a ser más difícil la siguiente. 

No sé si este tiempo de lo exhausto vaya a ser un tiempo que se va a ir alargando. Creo que no queda más que inventar otros tiempos para pensar y para trabajar juntxs. Quiero pensar que un seminario como este, pequeño, sin grandes pretensiones, que funciona por invitaciones, lo que quiere es comenzar a pensar en corto con personas que pueden dar retroalimentación al texto y que pueden por tanto ser cajas de resonancia. Es un seminario pausado, que no está asentado en la lógica de la privatización del conocimiento ni de los imperativos de producción académica. 

Patricio: A este respecto, las mesas no están pensadas bajo la lógica de la Cátedra, sino de la charla. Los comentaristas, más que moderar en términos de restringir y delimitar, tratarán de abrir preguntas que han surgido en la pandemia. La idea es poner en común inquietudes. Hay una potencia en lo indeterminado que produjo el virus, y el equivalente es la potencia del contagio que puede emanar de alguna pregunta, de una duda. Por eso queremos dar lugar a la sorpresa, al murmullo, al tartamudeo. Es una cosa con la que la academia tiene que empezar a lidiar, porque siempre quiere poner palabras y sentidos donde no los hay, cuando lo que hace falta es escuchar lo que está pasando. Necesitamos intensificar el silencio.

 

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