Modales, moditos y objetivos

Mucha tinta y análisis se ha gastado analizando los modales de AMLO y Trump durante su reunión. Mucho se habla de las habilidades de Marcelo Ebrard para delinear los márgenes protocolarios de la reunión como si esto fuera de Manual de Carreño. Zepeda Paterson vuelve a preguntarse por el contraste entre las formas utilizadas para con el “hombre naranja” y las usadas habitualmente con los opositores locales. Poco se habla sobre la vinculación de esos modales con un modelo de Gobierno y un proyecto de país.  

Como dice Zepeda es mucho lo que se sacrifica con las “confrontaciones” derivadas del “modito”, pero basta mirar en retrospectiva para identificar que en buena medida la sobrevivencia política de AMLO siempre ha dependido de crear escenarios de antagonismo así sea boxeando en la sombra. 

Si la estrategia de otras fuerzas políticas de la izquierda partidaria estuvo en articular, la de AMLO ha estado siempre en segmentar y dividir para crear  la idea de que él es el único distinto. El clásico “Nosotros no somos iguales”. En hacer notar que se es diferente a los anteriores está el margen de acción para no tener que comprometerse con un programa. En la cancha de permanente diferenciación se enmarca sus narrativas de batallas épicas contra la reacción en la que a veces el único requisito para caber es estar en desacuerdo con él. 

AMLO no va a permitir que en el imaginario colectivo haya fuerzas a su izquierda, es parte de su equilibrio pertinencial. Es lo que le permite ocupar esa posición en la geometría independientemente del sentido de sus acciones. Es lo que permite cerrar filas en discusiones tan importantes como las del programa económico ante la crisis, mirar por debajo del hombro el asesinato de Samir, la masacre en San Mateo del Mar, o descalificar el reclamo de una mujer que pide información sobre sus familiares afuera de un hospital. 

Ahora bien. No caben ingenuidades. Para vencer al viejo régimen, independientemente de lo que se pretenda crear para sustituirlo, AMLO encontró que había que  simplificar la representación del hartazgo social y dibujar una cancha de solo dos equipos claramente confrontados.  Buenos contra malos. Viejos contra nuevos. Iguales contra distintos. Sin mayores complejidades. Nadie puede argumentar que no le ha resultado. El jugar en esa cancha le ha servido para integrar a muchos de los supuestos adversarios a su medio campo que, claramente, domina el partido. 

Pensarlo casi todo en función del “modito” o de los modales, no solo agrupa si no que hace perder de vista el país que se prefigura. Por ejemplo. Si bien no podemos saber la razón y las motivaciones verdaderas del encuentro con Trump, lo cierto es que se da en el marco de un tratado de libre comercio que sin ser radicalmente opuesto a su antecedente  resulta ahora celebrado por un segmento de la población que reprobó el firmado en 1993 pero que  colocó el actual como un triunfo del  gobierno. Se mide todo en función las correlaciones pero no los contenidos. Antes hubiera sido difícil pensar que los impactos del tratado en el sector energético, las limitantes para Mexico de establecer acuerdos con otros socios comerciales o la norma para dirimir los conflictos de las empresas con el gobierno mexicano en tribunales supra nacionales hubieran pasado desapercibidas. Si ahora ello es irrelevante es porque la lógica del antagonismo permanente obliga a tomar partido, copa el imaginario de los sectores de izquierda y permite neutralizar las criticas.

Reto urgente de una posición popular, democrática y progresista seria jugar fuera de la cancha de los antagonismos, de “El modito” o los modales. Por supuesto, también jugar fuera de las canchas del clasismo y el odio que no reconocen los procesos políticos y los fenómenos sociales que nos trajeron hasta aquí y las inercias positivas en diversas áreas del gobierno, pero sobre todo, se requiere pensar en términos del modelo de país que las acciones de gobierno prefiguran.   

En un marco de disputas estructurales, en la que lo electoral es solo un eslabón que concentra relativamente poco poder, no pueden obviarse las tácticas para configurar las correlaciones de cada actor. Pero una correlación favorables que no va acompañada de contenidos es ficticia. 

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No se trata de medir con quién se pelea o simula pelearse el Presidente o con celebrar supuestos nuevos apoyos. La cuestión es identificar si se actúa para rescatar lo publico de manera sustentable o si los recortes debilitan los sistemas que garantizan el cumplimiento de derechos a largo plazo. Si se actúa para combatir la corrupción con mecanismos efectivos o si ello es, más bien, un señuelo para la concentración de poder. La cuestión está identificar si se están construyendo las condiciones para aumentar las capacidades de autodeterminación del país o se están abriendo hoyos en las cadenas productivas que ahondan la dependencia. O, si en función de simular un equilibrio geopolítico con fines electorales en cada uno de los lados de la frontera, se está cediendo antes los recurrentes intentos de expansión y corrimiento de la frontera sur de Estados Unidos. Entre muchas otras cuestiones. 

En el camino de cualquier gobierno puede haber errores, caídas, algún corruptx que claudicó, algún virus no previsto que obligue a dar golpe de timón, incluso buenos y malos modales, pero lo importante es saber a donde vamos…  

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