Valeria, un insoportable feminicidio más

Un olor espeso, de tristeza, comenzaba a rondar en los rostros. La rutina de un sábado cualquiera se había interrumpido de manera abrupta por un rondar de la muerte. ¿A los cuantos feminicidios uno deja de dolerse, de inquietarse, de saturase de rabia?

Asumíamos una pena. Nos apropiábamos de la historia de Valeria. Compartíamos la sensación de su familia, de un México que nos lastima. Vomitábamos en los múltiples asesinatos, violaciones, discriminaciones y actos de machismo cometidos en contra de todas las mujeres. Las llamas de la desesperación nos ardían en los pies. Queríamos marchar todo el día y toda la noche, tomar las calles y gritar hasta que se nos sanara el alma.

Exigíamos, con justa razón, que se presentara el presidente de Nezahualcóyotl, el Secretario de Seguridad, y todos a aquellos responsables de la barbarie. Como siempre, no dieron la cara. Solo aparecen para pedir el voto de casa en casa. Se dicen cercanos a la gente, pero nos dan la espalda, escondidos en su madriguera, en las ¨oficinas de gobierno¨.  

A nosotros nos caía toda la rabia de un maldito golpe. Las pancartas se alzaban como unas manos que quisieran llegar hasta topar con el vuelo de las aves. Las caras, desesperadas, pedían auxilio, y se sofocaban al decir: “nuestras hijas pueden ser las siguientes”, “yo soy madre de tres hijas”, “yo salgo temprano a trabajar”, “yo soy mujer”, “yo soy ama de casa”, “ya no queremos nos maten, por eso estamos aquí, para defendernos todos y todas”. Esas palabras enternecieron el terrible hedor de unas nubes que comenzaban a ennegrecer el semblante del atardecer. ¿Cómo organizarnos? ¿Cómo lograr qué estas tragedias se vuelvan un semillero de organización constate para lograr cuidarnos todos y todas?

En Neza se ha puesto de manifiesto la gran necesidad de reconocernos mediante la solidaridad; hoy se han tomado las calles, se han puesto sus ojos extraviados en el consuelo de encontrarse todos a una misma voz exigiendo: ¡Ni una más! ¡ Nos están matando a nosotros: sus hermanas, sus madres, sus amigas, sus novias, sus compañeras!

Desde entonces estamos a medio aullar. Nos duele México, nos duele Neza. Nuestros corazones están exaltados. Algunas velas se amotinan, en el reflejo de las miradas, para no sentir el peso de la noche. La oscuridad cae como un cementerio sobre nosotros, sobre ellas, que ya no están, sobre el olvido al que incurrimos, condenados a vivir en un infierno llamado Estado de México.

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