Colombia: carta desde un país dividido

Viajar por carretera por Colombia suele implicar cruzarse con una gran cantidad de retenes militares armados con ametralladoras. Pero si una se fija en algo más que en los uniformes de color verde y en las armas, se percata de que quienes los visten y las portan no son más que pelaos, en algunos casos aún adolescentes con acné; muchas veces menores de edad.

Cuando un estudiante colombiano acaba su carrera, lejos de recibir inmediatamente su título, debe presentar, para conseguirlo, su libreta militar. Si aún no ha cumplido con el servicio militar obligatorio, tiene dos opciones: o bien lo cumple, o bien paga para obtener la libreta militar sin prestar el servicio. Para los jóvenes de los estratos 1 y 2 no hay, entonces, dos opciones, sino solo una, es decir, no hay opción: hacer el servicio militar sí o sí. Para los jóvenes que han nacido en familias de estrato 5 o 6 siempre existe la elección de cumplir con la patria pagándole a la patria, que es lo que sucede indefectiblemente. Es decir: existe la posibilidad de que un chico de estrato 1 o 2 haya terminado su carrera y no tenga su título por no tener plata y no querer cumplir con el servicio militar.

Los jóvenes que mandan a la guerra contra las FARC son esos chicos de estratos 1 y 2 que no tienen ninguna experiencia y que suelen morir en cuanto los mandan al monte. (En teoría, cuando son tan inexpertos no los pueden llevar a zonas azotadas por la guerrilla, pero en la práctica hasta hace unos años los llevaban). Lo mismo ocurre con todos los que han perdido parte de su cuerpo por una mina antipersona. Y con los jóvenes y campesinos que desaparecieron y luego aparecieron asesinados y disfrazados de guerrilleros de las FARC en lo que se conoció como “falsos positivos” del plan de seguridad del entonces presidente de Álvaro Uribe Vélez. Corolario: mientras no acabe la guerra, no acabará la extrema desigualdad social que caracteriza a Colombia.

EL SÍ DE LAS VÍCTIMAS

Si el 2 de octubre de 2016 alguien pudiera contemplar Colombia desde las alturas, vería un país dividido. Tan dividido que podría pensar que se ha celebrado un partido de fútbol entre los dos primeros equipos de la liga. Sin saber de qué dos equipos se trata, se podría tener claro que el equipo que ha ganado es del interior del país, Antioquia (capital Medellín) y Santander, y que el equipo que ha perdido, tiene su hinchada repartida por la periferia del país: al Norte, la costa Atlántica (Barranquilla), al Oeste, la costa Pacífica (Cali) y al Sur, el Amazonas; en el centro, solo la capital, Bogotá.

Con estos resultados tan polarizados alguien podría imaginar que el NO al acuerdo de paz ha ganado en las zonas más castigadas por las FARC y el SÍ en las menos castigadas. Pero resulta que es justo al revés: las zonas en las que ha ganado el SÍ son precisamente las zonas más castigadas por la violencia. En esa periferia es donde está concentrada gran parte de la población más desfavorecida social y económicamente, y también gran parte de las víctimas de los asesinatos, torturas, violaciones y desplazamientos forzados. Matanzas colectivas. Pueblos como Bojayá, en los que las FARC mataron de un solo bombazo a casi un centenar de personas, hoy han votado en un 96% a favor del SÍ al acuerdo de paz. Es decir, que muchas de las víctimas, en su mayoría habitantes de las zonas rurales, agricultores y campesinos, han dicho que sí quieren un acuerdo de paz.

En cambio, las zonas que han votado por el NO coinciden, si bien no totalmente, con los núcleos urbanos del interior (salvo en Bogotá) y con las zonas en las que arrasa Álvaro Uribe Vélez como solo puede arrasar un expresidente, ese que se dice cristiano y que le reza a la virgen y que era presidente cuando se produjeron los asesinatos de esos jóvenes y campesinos a los que luego se disfrazó de guerrilleros para presentarlos como “falsos positivos” en su plan de Seguridad Democrática y que amnistió a tantos paramilitares.

Primera conclusión: muchos han votado en este plebiscito por la paz como si votaran en unas elecciones parlamentarias o presidenciales; como si esto fuera una cuestión de uribismo o santismo; como si esto fuera una cuestión de seguir a los líderes y no de buscar el bien común.

JUSTICIA SIN VENGANZA

Los que apoyan el sí dentro y fuera de Colombia se preguntan cómo es posible que haya ganado el NO al acuerdo de paz en un país que lleva más de medio siglo siendo desangrado.

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En primer lugar hay que tener en cuenta que para eso se hacen las preguntas, que entrar en un diálogo implica estar dispuesto a recibir una respuesta no deseada.

Hay quienes responden que ese medio siglo de señalar a las FARC como la única causa de los males de Colombia no puede ser dejado atrás de golpe, que es imposible que los colombianos que han recibido durante toda su vida el mensaje de que las FARC son el único demonio del país, no pueden, de repente, creer que las FARC vayan a cumplir ningún acuerdo. Hay quienes se quejan de que el presidente Juan Manuel Santos, pudiendo haber sacado adelante los acuerdos, le haya preguntado al pueblo. (Si no le hubiera preguntado también habría quien se habría quejado de una actitud paternalista que en nada se parece a una democracia, seguro). Otros que se quejan del mal manejo que ha convertido la posibilidad constitucional del plebiscito en una pelea bipartidista. Hay quien habla de la falta de información, de la información sesgada, de la campaña sucia por el NO… Miles de letras se escribirán sobre las razones del NO.

Por el momento, adiós a los seis puntos de los acuerdos de paz –1, reforma rural integral, 2, participación política, 3, fin del conflicto, 4, solución al problema de las drogas ilícitas, 5, reparación de víctimas: sistema integral de verdad, justicia, reparación y no repetición; y 6, implementación, verificación y refrendación- y adiós también, mientras no se deje atrás el conflicto armado, a la posibilidad de dedicar toda la energía, el tiempo, la inteligencia y el presupuesto nacional a solucionar los otros muchos problemas que están consumiendo el país: el narcotráfico, el reclutamiento de menores por parte de la guerrilla, el ELN, los millones de desplazados forzados, la minería ilegal, el problema de la restitución de tierras, la reinserción social, las violaciones de mujeres en las zonas del conflicto, la falta de respeto a la diversidad sexual, la mala calidad de la educación pública primaria y secundaria en algunas zonas, la diferencia abismal de clases y de oportunidades…

Colombia es el libro I de la República de Platón hecho carne y sangre. En él, varios personajes se preguntan qué es la justicia, pero no se ponen de acuerdo en cuanto a su definición, pues mientras para unos, como Polemarco, se trata de hacer el bien a los amigos y el mal a los enemigos, para Sócrates no se concibe devolver el mal con el mal y la injusticia con injusticia. El hombre sabio es libre, no se ve obligado por las circunstancias externas a ser un mero espejo, a devolver pasivamente lo que recibe. Mientras que una parte del país concibe la justicia como venganza, hay quien, a pesar del dolor, y supongo que también precisamente por él, ha decidido renunciar a alimentar la rueda de la perpetuación y la reinstauración del mal. Incluso hay una comunidad indígena en el Sur del país, Gaitania -bautizada así en honor al candidato liberal Jorge Eliecer Gaitán, asesinado el 9 de abril de 1948 en Bogotá, acontecimiento que dio lugar al llamado Bogotazo y al comienzo “oficial” de la violencia- en la que desde 1996 se vive en paz gracias al acuerdo de paz que firmaron con las FARC.

COMUNIDAD DE PLACER Y DOLOR

En el plebiscito celebrado para saber si los ciudadanos colombianos apoyaban o no los acuerdos de paz con las FARC, a pesar de que ha ganado el no, la diferencia ha sido únicamente de poco más de 50.000 votos. 50.000 personas en un país de casi 50.000.000. (De la abstención insondable de más del 60% solo se me ocurre decir que no estamos acostumbrados a ejercer la democracia). Es decir, que de los más de 12.000.000 que han votado, la mitad lo ha hecho por el SÍ y la mitad por el NO, evidenciando una Colombia escindida, un país esquizofrénico, un pueblo radicalmente dividido.

Desde que a las cinco de la tarde del día 2 de octubre de 2016, una hora después de haber terminado la votación, se conoció el resultado del plebiscito -la victoria del NO por un 50,23%-, la mitad de Colombia llora desconsoladamente y la otra mitad celebra con fuegos artificiales, petardos, música a todo volumen, bocinazos, ruido y trago. Como si hubieran ganado un puto partido de fútbol.

Ojalá tengan algo más que decir que el NO, ojalá tengan propuestas que no supongan un retroceso para sacar adelante los acuerdos de paz que acaban de tirar por tierra ahora que se insiste en que la única manera de evitar volver a la guerra es formar una asamblea nacional constituyente que incluya a todos los actores políticos.

Dice Platón en República, 426a-c, que no hay mayor bien para un estado que alegrarse por lo mismo y entristecerse por lo mismo y, a la inversa, no hay mayor mal para un estado que, ante las mismas afecciones, estar dividido entre quienes se entristecen y quienes sienten alegría. Esa incapacidad de conformar una comunidad de placer y dolor es, dice Platón, lo que despedaza los estados.

Henar Lanza González (henarlanza@gmail.com)

Barranquilla, Atlántico, Colombia.

El texto originalmente se publicó aquí.


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