La escritura y el Centauro

En su clásico libro Literary Theory, Terry Eagleton escribe: “Al no poder romper las estructuras del poder estatal, el post-estructuralismo encontró posible en su lugar subvertir las estructuras del lenguaje. Nadie, al menos, iba a pegarte en la cabeza por ello.” Las líneas de Eagleton señalan dos cuestiones. La primera: el problema de la efectividad, que en las reflexiones sobre la escritura de combate puede pasar desapercibido, que importe más el contenido o la configuración política, la intención o voluntad del escritor, su adherencia a cierta tendencia, etc., y no haya una preocupación por las posibilidades que tiene su discurso de impactar en la consistencia real de las instituciones políticas, las cuales, al dejar suceder en paz la actividad de los revolucionarios del lenguaje, dieron a entender lo poco amenazado que sintieron su orden. La segunda, que tiene mucha relación con lo anterior, es el problema de la violencia, el problema de la imposición.

Si la política fuera únicamente racional, un debate de argumentos, entonces la efectividad de la escritura de combate se podría resolver sencillamente con una mejora de la circulación de los textos. Es el bucle, el loop, en el que entra la mayoría del discurso crítico que se produce desde la academia, que se conforma con demostrar que tiene razón, que tiene la verdad, y allí el trabajo termina, termina con los cien estudiantes que salen de la conferencia magistral convencidos de que han observado el suceso de la verdad y sólo hace falta difundirla (como proponía el mismo Chomsky hace poco).

Pero la política no es un debate académico, incluso, podría decirse que es fundamentalmente imposición, que, como una muñeca rusa, guarda en sus entrañas la realidad de la fuerza. Comentaba César Ruiz Galicia que el error de Syriza fue pensar que la política era racional, que para echar atrás las medidas de austeridad les bastaba demostrar ante la ciudadanía y la Troika que tenían razón, que su plan era el más justo y sensato. El mismo Varoufakis relataba en una entrevista que se encontró con un miembro del equipo de Merkel en el lobby de un hotel, quien después de unos tragos le dijo “Yanis, tienen razón, tienen razón, pero no va a suceder.” Allí se encuentra el núcleo fundamental de la política, el no de la fuerza. Baudelaire: “No hay otra verdad que la fuerza, que es la justicia suprema.”

La política no es un debate académico, incluso, podría decirse que es fundamentalmente imposición, que, como una muñeca rusa, guarda en sus entrañas la realidad de la fuerza.

Esto remite a una infinidad de escritores, pero remite sobre todo a Maquiavelo y su Centauro. Escribe el florentino que: “Deben entonces saber que hay dos formas de combatir: una con las leyes, otra con la fuerza. La primera es propia del hombre, la segunda de las bestias, pero como la primera muchas veces no es suficiente, conviene recurrir a la segunda: por lo tanto es necesario que un príncipe sepa usar bien a la bestia y al hombre. Esto fue enseñado a los príncipes de modo velado por los antiguos escritores, cuando escribieron que Aquiles y otros antiguos príncipes fueron dados al centauro Quirón para que los criara y bajo su disciplina los educara, y no quiere decir otra cosa tener por maestro a un mitad bestia y mitad hombre sino que es necesario a un príncipe saber usar la una y la otra naturaleza, y la una sin la otra no es duradera.”

 

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