La rebelión de las masas

La victoria del Brexit ha sacudido los cimientos de la Unión Europea. El rechazo inglés (que no británico) a la Unión se veía venir. Los datos apuntan desde hace tiempo al incremento del sentimiento anti-Unión Europea en Inglaterra y en muchos países, incluida Francia. En Escandinavia, Noruega rechazó su pertenencia mediante referéndum; los Verdaderos Finlandeses, actualmente en el Gobierno, están contra la Unión Europea, así como los daneses del mayoritario Partido Popular. En Holanda, el PVV de Geert Wilders, favorito para el 2017, quiere salir el euro, así como el Partido de la Libertad en Austria… Y en Europa del Este se extiende el poder de los nacionalistas opuestos a la política de inmigración europea.

En Alemania, Alternativa, partidaria de abandonar la Unión, es fuerte en varios parlamentos regionales y supera el 10% en intención de voto a escala federal. Pero la clave del futuro de Europa está en Francia, que tiene su elección presidencial en el año 2017. El socialista François Hollande, denostado por su política antisocial, no pasará a la segunda vuelta, que será entre Marine Le Pen (Frente Nacional) y un candidato de Los Republicanos. Le Pen propone un referéndum sobre el Frexit. Y de los cuatro candidatos de derecha, Sarkozy, Fillon y Le Maire proponen un nuevo tratado sometido a referéndum. Alain Juppé rechaza un referéndum ahora pero lo propone en el futuro para ratificar un nuevo proyecto europeo. Y es que con la gente mayoritariamente en contra de seguir así, si no hay algún tipo de consulta popular, Marine Le Pen ganará con esa promesa.

Fue así como ocurrió en el Reino Unido. Para frenar la influencia del antieuropeo Partido por la Independencia del Reino Unido (UKIP), David Cameron incorporó la promesa de referéndum en el programa conservador. No fue un irresponsable como ahora le acusan, sino que intentó salvar los muebles integrando la negociación sobre Europa en el proyecto de su partido. Así ganó la elección y por eso tuvo que cumplir.

¿Cuáles son las causas de esa rebelión de millones de ciudadanos contra la Unión Europea? En el Brexit, cuya campaña seguí desde Cambridge, el tema central fue el miedo a perder el control del país. “Take control” fue el lema. Ejemplificado por el control de la inmigración de ciudadanos europeos, en particular de Europa Oriental, que han llegado al ritmo de 200.000 por año con derechos de trabajo y residencia.

En contraste con las acusaciones de racismo, la crítica no fue contra personas del tercer mundo, porque estos necesitan visado, sino contra los que, sin control, compiten legalmente por trabajo, sanidad y educación gratuitas, vivienda pública y seguro de paro. Aunque esto no es demasiado problema en el Gran Londres, metrópolis global en pleno auge, sí lo es en las viejas regiones industriales ahora deprimidas del norte y del este del país. Y mientras los jóvenes profesionales universitarios aspiran a un futuro brillante como ciudadanos del mundo, los mayores de 50 años y sobre todo de 65 se aferran a las leyes de su Estado, no dispuestos a compartir el fruto de su trabajo a cambio de las promesas de los beneficios de la globalización.

No es un nacionalismo étnico, sino un movimiento de resistencia a la globalización. O al menos a esta globalización que, reforzada por las políticas de austeridad impuestas por la Comisión Europea, mejora la vida de los londinenses y de los profesionales, mientras la mayoría de los trabajadores de antiguas industrias sufre la crisis del empleo y los recortes del Estado de bienestar. Lo que se llama populismo es en realidad una defensa de la vida que les queda. Y como además los jóvenes de 18 a 24 años, que en un 75% quieren ser europeos, se olvidaron de votar porque no lo tomaron en serio, se impuso la resistencia de los pobres sobre la arrogancia de los ricos. Fue un voto de clase, de edad y de región, mientras que el voto nacionalista de verdad (Escocia, Irlanda del Norte) fue proeuropeo para independizarse de Inglaterra.

Los datos muestran que las raíces antieuropeas en Francia y otros países (y, por cierto, también con Donald Trump) provienen de la misma desigualdad social ante una globalización injusta que, en Europa, se identifica con los miembros de la Comisión Europea y la impopular burocracia de Bruselas que impone unas reglas sin que nadie los haya elegido.

Y es que el llamado déficit democrático que existe en Europa es el pecado original de la construcción europea, un proyecto de élites económicas y políticas que fue impuesto sin más a la mayoría de los ciudadanos una vez la adhesión de los países se produjo. Sin entrar en los beneficios o perjuicios de la Unión Europea (tema a debate), decisiones fundamentales, como el euro, no fueron refrendadas por la gente. Ha sido un proyecto de despotismo ilustrado: todo para el pueblo pero sin el pueblo. Cada vez que se ha sometido a votación, el edificio se tambalea.

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El proyecto de Constitución europea en el año 2005, tras una aprobación fácil en España, se rechazó por referéndum en Holanda (61% no) y en Francia (55% no). Y a partir de ahí se anularon los referéndums previstos en otros países y se sustituyeron por la aprobación del tratado de Lisboa en parlamentos controlados por la clase política, para evitar sorpresas, excepto en el caso de Irlanda, que dijo no. Todo iba bien mientras no hubo crisis. Pero la crisis financiera que estalló en el año 2008, los conflictos en Ucrania y la actual crisis de refugiados mostraron la falta de solidaridad europea y la falta de legitimidad de las instituciones de la Unión Europea.

Por eso el Brexit es el principio del fin de una cierta Europa. Porque una Europa estable en el futuro tiene que proteger a todos sus ciudadanos y no solo a las élites. Si se rechaza la soberanía nacional como populismo, el populismo se impondrá en la política.

Este texto se publicó en el diario La Vanguardia.

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