Trump no va a ganar

“Trump no es nadie, en su partido no tiene fuerza política, necesita un diferenciador potente que lo haga existir”
La primera vez que tuve que pensar y dar una opinión sobre Trump fue en junio de 2015, en Londres, cuando Paola Ávalos y yo caminábamos hacia Tate Britian para sumergirnos en la obra de Francis Bacon. Ella preguntó: ¿Qué le pasa a ese señor?, ¿por qué sale a decir esas cosas?, ¿está loco o qué le pasa? Sin dudar, respondí que era la estrategia correcta para posicionarse: Trump no es nadie, en su partido no tiene fuerza política, necesita un diferenciador potente que lo haga existir, lo meta a la contienda, y mira, lo está logrando, estamos hablando de él en Londres. Pero dudo mucho que con un discurso de ese tipo pueda ser el candidato de los republicanos, y si acaso lograra ganar las internas, perdería contra Hillary; un discurso como ese no le va funcionar en un país tan multicultural como Estados Unidos, en un país de migrantes. Además, los millennials no van a perdonar a un tipo con un discurso así, lo van a parar en seco, lo van a aniquilar, no lo van a dejar pasar; ese discurso es la antítesis de lo que piensan y ellos van a definir la elección gringa.

El logo de Hillary fue el primer producto de la elección Norteamericana que vi; me gustó su sencillez y su potencia. Después apareció el spot biográfico que aún hoy me parece una joya de la comunicación política. En ese momento me pregunté quién podría parar a esa mujer; pero a esa campaña aún le faltaba mucho y, como dice Dante Delgado: La política no es, se va haciendo.

Por asuntos de trabajo, el 13 de septiembre de 2015, Ismael Sánchez, Claudia Ocampo, Jessica y yo viajamos a Dallas, Texas. Al día siguiente, conocimos a Artemio Arreola, uno de los líderes latinos más influyentes de Estados Unidos. Artemio tomó la palabra, nos informó que ese día Trump tendría un evento de precampaña en la ciudad y nos convocó a una manifestación en su contra, justo fuera del auditorio donde se presentaría el entonces precandidato. Al finalizar la jornada de trabajo pedimos un Uber, el conductor era un hombre de color. En el trayecto Ismael Sánchez le preguntó, en tono de broma: ¿Listo para Trump?; el hombre afroamericano respondió con un sonido parecido a un “mmmhhhh”. Sonreímos. Cenamos a toda madre en un lugar delicioso, decorado con pinturas que parecían de Tamara de Lempicka y no asistimos a la manifestación anti Trump.

Al  día siguiente por la mañana, mientras desayunaba en el hotel, en la televisión se transmitían las imágenes de la manifestación: latinos y hombres de color con pancartas, seguidores del republicano enfrentándose a los manifestantes, policías, etcétera. Durante el segundo día de trabajo, Artemio informó sobre lo sucedido en manifestación, después lo entrevisté durante un par de horas y tuve la oportunidad de conocerlo a él y a su movimiento latino de Chicago, sorprendente porque es de las pocos realmente organizados y haciendo política la Casa Blanca.

Tiempo después, en un largo trayecto por la Ciudad de México, mi amigo Carlos Delgado (el Weren) y yo conversamos sobre la precandidatura de Trump. Coincidimos en dos puntos:  a) En que Trump no iba a ganar; y b) En que, independientemente de que el republicano ganara o no, el daño ya estaba hecho: Trump había sembrado la semilla de la discordia y despertado al demonio del odio, del odio racial, del odio al diferente; había resucitado a los fantasmas de la polarización social y esa herida, pensábamos, no sanaría en años. Entonces Weren, que tiene una inteligencia política privilegiada, puso un ejemplo: “miren, el país aún no se repone del discurso de odio que sembraron Calderón y los poderes fácticos contra Andrés Manuel López Obrador en la elección del 2006; el país aún no se repone de aquella polarización social, de aquel discurso de que AMLO era un peligro para México; aún no se repone de aquel enfrentamiento social de las dos partes, entre los dos Méxicos, y eso que el discurso de odio no era tan polarizante, tan agresivo, tan lleno de símbolos tan potentes y negativos, tan lacerante como el que está sembrando Trump en Estados Unidos”.

En octubre de 2015, di una charla en los Spin Doctors, en Veracruz, y puse como ejemplo un video de Trump, otro de Obama y uno de Bernie.

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Trump ya encabezaba las preferencias de su partido, mientras Sanders le estaba dando una sacudida a las internas de los demócratas. En esa conferencia dije, por primera vez en público, que Trump era un don nadie con mucho dinero y que si ganaba la candidatura republicana llevaría a ese partido a la peor derrota electoral de su historia; algo parecido aseguré semanas después en una charla en el Iteso.

Trump ya era formalmente el candidato republicano cuando cenamos Rodrigo Aguilar (El Chief), Jorge Álvarez Máynez, el Weren y yo. Aquella fue una cena de discusión candente, pero el tema principal fue la elección de los Estados Unidos. El Chief estaba muy preocupado por la candidatura de Trump, aseguraba que tenía todo para ganar y que lo más preocupante y molesto era que todas las personas con las que hablaba en México, y los latinos en Estados Unidos, menospreciaban a Trump. “Nadie lo toma en serio, todos piensan que no puede ganar”, dijo. Ese día el Chief nos contó que estaba armando un frente para parar a Trump, pero que le estaba costando mucho trabajo pues nadie creía que el republicano fuera una amenaza real, “ni los empresarios le quieren entrar”, aseguró. Álvarez Máynez, Weren y yo coincidíamos en que Trump no ganaría.

—Los demócratas son una corneta, mira cómo han manejado el timing, salieron y apabullaron con Hillary, luego aparece Trump y jala reflectores; después sale Obama con una campaña espectacular en la que llama a los latinos a registrarse y a votar, después sacan a Sanders y éste borra a Trump de la agenda pública, lo aplasta y lo ridiculiza; los demócratas lo están haciendo muy bien” —afirmé.

—Con todo respeto Rafael, no conoces al electorado gringo, a la basura blanca que es mayoría; Trump les está hablando a ellos—respondió el Chief.

—Efectivamente, no conozco al electorado gringo, no soy experto en elecciones gringas ni lo seré, pero creo que los demócratas son unas pistolas haciendo campañas, segmentando, tienen un ingeniería electoral impresionante y no creo que Trump le entienda al tema —insistí en aquella cena.

Meses después, Clemente Castañeda y Verónica Gutiérrez me invitaron a cenar a su casa. Durante la charla, Vero comentó que estaba preocupada porque sus amigos de New York, latinos, universitarios, politizados y toda la cosa, estaban pensando en votar por Trump. El motivo por el que pensaban darle su voto era simple: “dicen que ellos son legales en Estados Unidos, que tienen sus hijos y que están de acuerdo en que se debe cerrar la frontera para que no entren más personas y que entre ellas se filtren terroristas. La cosa se está poniendo difícil, muy peligrosa, y hay que tomar precauciones; además, es verdad que se deben establecer medidas, porque se están perdiendo muchos empleos y cada vez son peor pagados. Queremos que nuestros hijos vivan mejor y en paz”.

Vero decía que no podía creer que su entorno neoyorkino estuviera pensando en votar por Trump y que no midieran las consecuencias de que un tipo como él gobernara el país.

Después de la derrota de Bernie Sanders, a los Millennials se les había roto el corazón y no le estaban entrando

Durante un viaje a Sevilla, España, en septiembre de 2016, recibí una llamada de diputado Carlos Lomelí: “Rafita, quiero armar un frente nacional para apoyar a Hillary; la cosa de Trump se está poniendo fea y no lo podemos dejar pasar”. Respondí que lo haríamos y le pregunté cuál era su idea; de esa charla nació la campaña Del Mismo Lado.

Cuando estábamos pensado en el enfoque que le daríamos a la campaña, llegamos a la conclusión de que los ataques a Trump “le estaban haciendo lo que el viento a Juárez”; que después de la derrota de Bernie Sanders, a los Millennials se les había roto el corazón y no le estaban entrando; además, aunque la campaña de Hillary estaba bien, se estaba concentrando en golpear a Trump y carecía de frescura; no se estaba comunicando con los jóvenes, no estaba hablando en el idioma de los Millennials. Por eso, decidimos hacer una campaña enfocada a los nuevos votantes; una campaña que no oliera a política, que sumara a todos los diferentes, a los que habían sido ofendidos por Trump o ignorados por Hillary; una campaña para todos los que estábamos Del Mismo Lado, frente a un candidato que planteaba que lo diferente era malo y perjudicial para América y el hombre blanco.


Recuerdo el primer debate en 27 de septiembre. Me pareció que Hillary había ganado. Terminada la transmisión le marqué a Máynez (que es internacionalista, economista y tiene estudios en la Universidad de Harvard) y le planteé que la candidata demócrata había ganado porque se mostró mejor preparada, porque Trump se vio patético, repetitivo, desinformado, desconcertado, mentiroso y, lo más importante, porque Hillary se humanizó, sonrió, jugó y eso le urgía a su campaña. Él respondió: “no estoy seguro carnal, creo que Trump se salió con la suya, creo que a Hillary no le alcanzó”. Insistí en mis argumentos y le dije que yo creía que Trump, siendo Trump, pasaría por encima de Hillary como un tractor de ofensas, descalificaciones y groserías; pero que ella había aguantado bien, no se había doblado y a Trump no le había resultado suficiente su personaje para avasallar y ridiculizar a Clinton. No hablamos mucho más y colgamos. Charlando con el Weren, le expuse los mismos argumentos que a Máynez y enfaticé que lo más importante había sido que humanizaron a Hillary, que la hicieron sonreír, jugar y que se burlara de Trump.

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El 29 de septiembre, la bancada de Movimiento Ciudadano en San Lázaro se convirtió en el primera y única fracción que apoyó abiertamente a Hillary Clinton. Presentaron la campaña Del Mismo Lado que llamaba a votar por Clinton y anunciaron el inicio del foro anti Trump Derribando ese muro, como alusión a las declaraciones del ex presidente Ronald Regan cuando pidió la caída del muro de Berlín.


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Durante ese foro, que se llevó a cabo en San Lázaro, mi amigo Alejandro Flores le presentó Del Mismo Lado a Antonio Villaraigosa, ex alcalde de los Ángeles, California. La idea le encantó. Grabó un mensaje de apoyo para nuestra campaña y para Diles que voten, que él ya estaba empujando en Estados Unidos. Días antes, yo había estado con Villaraigosa en la ciudad de Puebla, en una cena que ofrecieron a los ponentes de los Spin Doctors; ahí habló de la campaña Diles que voten y le pidió a todos los asistentes apoyar la causa.

Durante ese evento pasaron tres cosas curiosas: 1) Antonio Villaraigosa, Enrique Alfaro, y otras personas que fueron mis socios en una empresa llamada Heurística, compartimos escenario en las ponencias; 2) Con excepción de Enrique Alfaro, el resto concurrimos en la misma cena, incluso en la misma mesa; 3) El fenómeno Trump nos hizo coincidir después de cinco años de no coincidir en nada: ambas empresas estábamos haciendo, cada quién por su lado, campañas para impedir el triunfo del republicano. Nosotros Del Mismo Lado, ellos Diles que voten.

Mi pareja, Paola Ávalos, estudió en la Universidad Columbia College en Chicago; preocupada como muchos por la amenaza de Trump, decidió compartir la campaña Del Mismo Lado en sus redes sociales y arrobó a sus amigos de Chicago. Su lógica era muy sencilla, “mis amigos no pueden estar a favor de Trump” y en eso tenía razón; pero muchos de ellos apoyaron abiertamente a Bernie Sanders y estaban dentro de esa franja que pensaba que Trump y Hillary representaban la misma cosa. Carlos Aponte, un talentoso ilustrador puertorriqueño al que ella admira mucho, y Miguel Silveira, otro de sus amigos, éste de nacionalidad brasileña, le respondieron marcando de inmediato su raya con Hillary. Le hicieron saber que ellos habían apoyado a Sanders y que ahora votarían por Jill Stein, candidata del Partido Verde. Así se comenzó a decantar algo que poco a poco sería devastador: los influenciadores, los intelectuales, los puristas, estaban dispuestos a quemar su casa, con tal de ver la de Hillary arder.

Cuando los Diputados Ciudadanos presentaron la campaña Del Mismo Lado en San Lázaro, aún no teníamos la autorización del Dirigente Nacional de Movimiento Ciudadano para que la campaña fuera amplificada por el partido. El argumento de Tannia Vega, Secretaria de Comunicación Social de Movimiento Ciudadano fue: “Dante no está de acuerdo en que el partido le entre a la campaña, él cree que hay que hacer algo para detener a Trump, pero la campaña Del Mismo Lado es intervencionismo”, y en eso Dante, que considero uno de los poco estadistas vivos en este país, tenía razón. Llamar a votar por un candidato de otro país es intervencionismo aquí y en China. Así que la tarea fue convencerlo de que a pesar de tener razón en su argumento del intervencionismo, estábamos frente a un caso excepcional, en el que no tomar partido frente a un posible triunfo de Trump podía significar un enorme daño para México y para el mundo. Al final Dante aceptó y Movimiento Ciudadano se convirtió en el único partido político de México en ponerse frente a Trump y en llamar a votar por Hillary.

Trump llegó al segundo debate muy golpeado por las filtraciones sobre su misoginia; con la rebelión de los republicanos que decidieron darle la espalda, entre ellos Paul Ryan, John Mccain, Ted Cruz y Jeb Bush. Trump llegó al debate medio muerto. Hillary ganó de nuevo, aunque los medios en general consignaron que la candidata demócrata dejó vivo a Trump. “A mi me pareció una lectura facilota de los medios”, comenté en la oficina. “Trump llegó muerto al debate, ¿por qué lo tendría que matar Hillary? Al contrario, si tu oponente llega muerto al debate, guardas tus misiles para otro debate o para otro momento de la campaña”, afirmé convencido.

En esos mismos días mi amigo Jorge Álvarez Máynez me comentó que Gustavo Gordillo le había comentado que ahora sí agarraron a Trump: “las acusaciones de racista no le hicieron nada, pero las de misógino sí lo van a afectar; no perderá por racista, perderá por misógino”.

También por esas fechas el Instagramer @ernestukogdl (Ernesto Avalos), publicó en su muro una foto con tres boletas electorales gringas y un copy que decía lo siguiente: “Early voting done! ‘These 3 Mexican things’ send a big fuck you! To the ‘orange anus’ Trump #fucktrump #fuckthatputo #delmismolado ”. Algo así como: Ahí van estos votos mexicanos para romperte tu madre Trump.

Mi idea de que Trump perdería se fortalecía más, porque en México los paisas se estaban poniendo las pilas para enviar sus votos e influir en las elecciones de Norteamérica.

El tercer debate también lo ganó la candidata demócrata. A la celebración asistieron al menos dos tapatíos, Vicente Fernández y mi amigo Carlos Lomelí, quien tuvo la oportunidad de charlar con Hillary. Entre otras cosas hablaron de la campaña Del Mismo Lado. La candidata la conocía bien y le agradeció la iniciativa. Al despedirse, le dijo fraternalmente: “la próxima vez que nos veamos será en la Casa Blanca”.

El 25 de octubre publicamos un video sobre la importancia del voto. En él jugamos con el nombre de Hillary y le pusimos Hilaria. El video fue muy exitoso. Oswaldo Salas, de la productora La Covacha, se lo mandó por Whapshap a Antonio Villaraigosa, que es su amigo desde hace algunos años. El ex alcalde le contestó de inmediato: “Me encanta ¿lo puedo reenviar por Whapshap?, ¿le puedo dar un retuit?”. Oswaldo, feliz y sorprendido, solo atinó a responder con un “por supuesto”. 

La elección se acercaba y el portal Tercera Vía abrió una convocatoria para que la raza escribiera sobre la elecciones gringas. En esos días Máynez y Manuel Sandoval discutían mucho. Manu decía que Hillary era igual o peor que Trump; Máynez refutaba con un racimo de argumentos en contra. Ese debate nunca se dirimió, Manu nunca cambió de opinión e incluso escribió un articulo en Tercera Vía dónde expuso sus motivos. Sus argumentos no eran menores: Manu es hondureño, su país sufrió un golpe de Estado hace apenas unos años; se dice que Hillary operó y respaldó el golpe contra Manuel Zelaya. Manu luchó en las calles junto a Xiomara Castro y muchos hondureños más en contra de los golpistas. Manu sufrió la represión, la muerte de compañeros de lucha y por si fuera poco, el fin de la democracia de su país; él responsabiliza al imperio yanqui y, en especial, a Hillary Clinton. Sus argumentos para afirmar que ella era peor que Trump eran potentes; los de Máynez advertían la amenaza que representaba Trump. Dentro de poco veremos quién de los dos tenía razón.

Llegó el día de la elección. En la oficina le dimos seguimiento al tema minuto a minuto, pero sabíamos nada o casi nada. Cuando comenzaron a conocerse los primeros resultados, mi amigo Máynez tuiteó: Este Arroz ya se coció. Leí el tuit un poco después y de inmediato le llamé y pregunté por qué ese tuit; él respondió: “me aceleré carnal, la cosa está muy pareja y aún no se ve nada claro”.

Ya por la noche, Weren, Jonathan Frías y yo, estábamos dando seguimiento a los resultados en vivo y a las proyecciones del New York Times.

La tendencia era clara. Las esperanzas se iban derrumbado estado por estado, hasta que de plano en la pantalla apareció que Trump tenía un 98% de posibilidades de ganar la elección. Nos despedimos todos y nos fuimos a casa. En el camino le llamé a Paola.

—¿Sabías que existe el 98% de posibilidades de que gane Trump?

—Verga —respondió.

—Paola, es la primera vez que te escucho decir verga —dije extrañado.

—Pos sí.

Tercera Vía publicó un tuit que decía: Donald Trump será el nuevo Presidente de los Estado Unidos de América. La tendencia es irreversible. Continuamos la cobertura. Yo lo retuité y comenté: “la tendencia es irreversible, la discordia está sembrada, la ofensa y la humillación al otro, al diferente, será políticamente correcta”.

Mis amigos y yo no parábamos de escribir en face y en tuiter. No dejábamos de escribir en Telegram uno a uno ni en la decenas de grupos de chat. La triste y poderosa sorpresa lo inundaba todo. A las 00:49 horas del 9 de noviembre, en mi última publicación de face, escribí: “La semilla de la discordia esta sembrada: la burla, la humillación y el ninguneo al otro, al diferente, será bien visto, será políticamente correcto. Trump impulsará su agenda porque eso lo hizo ganar, eso le dará popularidad. Ahora, si Trump dijo lo que dijo, propuso lo que propuso y ofertó lo que ofertó sólo para polarizar y ganar votos y quiere dar marcha atrás cuando esté sentado en la Casa Blanca, no podrá; y si lo hace, el voto Trump exigirá que se cumpla la oferta Trump, con Trump o sin él”.

Justo antes de ir a dormir, a las 00:19, con la tristeza a cuestas le escribí a mi amiga Verónica Delgadillo que estaba en un Foro de Cambio Climático en Marruecos: “siento informarle que ganó Trump”. Al día siguiente, cuando desperté, comencé a leer mis mensajes y encontré la siguiente respuesta: “Es exactamente lo que quería saber, pero no lo que quería saber, estoy en shock”. Verónica había respondido a la 1:31 am, es decir, una hora y pico después de que le informé la mala noticia.

Ninguno de mis amigos sufrió tanto con la derrota de Hillary como mi carnal Jorge Álvarez Máynez. Mejor dicho, nadie sufrió más por el triunfo de Trump. Máynez es un optimista racional como Matt Ridley y un amante de la razón, por eso cree, al igual que Richard Dawkins, que “la ciencia es la prosa de la vida”. Jorge, que es uno de los dos genios que conozco (el otro es Pablo Vázquez Ahued), está convencido de que la humanidad cada día mejora, quizá por eso sus tristezas son tan grandes, porque en su cabeza no hay lugar para un Trump.

El 8 de noviembre, el mero día de la elección, Jorge hizo una serie de publicaciones en Facebook:

21:49. “No lo puedo creer. Es uno de los peores días de mi vida”.

23:08. “Los que no querían ‘asumir el costo’ de apoyar a Hillary. ‘Ser corresponsables’ de que ganara Clinton. Ahí está: son corresponsables del triunfo de Trump. No tienen madre”.

Ya el 9 de noviembre, siguió:

00:26. “Por más que mi principal argumento para actuar fue siempre que esto era posible, simplemente no lo puedo creer. Es una pesadilla”.

02:07. “No me quiero dormir porque no quiero despertar con Trump ahí”.

05:59. “Fue el Estados Unidos profundo”. La publicación estaba acompañada de una gráfica y una liga con los resultados electorales por estados.

06:21. “Sentir escalofríos a pesar del agua hirviendo”.

A medio día, en un grupo de Telegram, escribió: “Éste fue el spot clave, éste fue”. Antes de que acabará el día, se publicó un artículo en Tercera Vía, titulado Aferrarse.

Y así continuaron las tristezas racionales de Máynez por días y semanas.

El 15 de noviembre, cuando el Secretario de Educación Aurelio Nuño fue corregido por Andrea: “No se dice ler, se dice leer”; mi amigo escribió a la pequeña una carta, muy bonita, en la que exponía temas duros de la realidad del país y cosas hermosas sobre Andrea. En la carta volvieron a aflorar sus tristezas: “Hace sies días un señor que no sabe respetar, grosero y violento, se convirtió en el hombre más poderoso del mundo. Creo que fue mi día más triste. Por eso, cuando vi lo que hiciste, me conmovió: me hiciste sentir esperanza”.

El triunfo de Trump le seguía doliendo en el alma a mi amigo, el optimista racional. El 29 de noviembre, Jorge Álvarez Máynez, a quien considero el mejor tribuno de San Lázaro, hizo una de sus últimas publicaciones sobre el tema: “Le dicen democracia y no lo es (2 millones 90 mil votos de ventaja)”. El texto estaba acompañado de una gráfica en la que se podía ver con claridad que en el país que se autodenomina “la nación de la libertad y la democracia”, Hillary le ganó a Trump por millones de votos de diferencia.

Así fue como mi pequeña hija de 10 años me dio una clase de las consecuencias microeconómicas y macroeconómicas del triunfo de Trump

El domingo 13 de diciembre, pasé por mi hija de diez años.

—¡Papá, ganó Trump! —me dijo completamente sorprendida.

—Pues sí hija, el mundo está loco.

—Lo único bueno es que mi amiga Isabella se queda, ya no se irá a vivir a Estados Unidos.

—Por qué no se va tu amiga Isabella —le pregunté.

—Lo que pasa es que al papá de mi amiga le está yendo muy mal y se iba a ir a Estados Unidos a poner allá su negocio y pues ya no se van, porque estarían mucho tiempo de ilegales, en lo que hacen los trámites para ser legales, y pues en ese tiempo Trump los puede deportar, por eso ya no se van —respondió. Y así fue como mi pequeña hija de 10 años me dio una clase de las consecuencias microeconómicas y macroeconómicas del triunfo de Trump.


Ese mismo día llegué a casa de mis padres; durante el desayuno mi papá comentó que su hermana, la tía Ticha (la tía pocha, la que se fue a vivir al gringo en el año de 1974, la que tiene dos hijos con ciudadanía gringos, cuatro nietos y cuatro bisnietos nacidos en ese país) le marcó por teléfono a las 9:00 horas, del 9 de noviembre, justo un día después de la elección.

—¿Cómo te va con tu nuevo presidente? —preguntó mi papá

—¿Cuál presidente? —respondió la tía Ticha

—¿Cómo que cuál? —insistió mi padre—: Trump.

—No me digas que ganó ese desgraciado —siguió Ticha.

—¿Tú por quién votaste?

—Nunca hemos votado, nos cae gorda la política —respondió la tía.

—Pues muy mal —dijo mi papá, el señor que no terminó la primaria; el obrero, el zapatero y músico de oficio; el que creció conmigo y mis hermanos, el que fue aprendiendo cosas junto con nosotros, al que convertimos a la izquierda, el que siempre ha votado por la izquierda o lo que más se le parezca; el que odia al PRI tanto como yo, entre otras cosas porque cuando era obrero de Calzados Canadá, lo obligaban a ir a los desfiles priístas bajo amenaza de ponerle tres faltas, y aún así no asistía. Ese señor, que siempre tuvo tres trabajos para mantenernos, le dijo a su hermana: “precisamente por eso ganó Trump, por gente como tú”.

Ésta es la pequeña historia que me hace sentir un poco más tranquilo
Así fue como viví la última elección presidencial de Trump, y como mi entorno la vivió. Así fue como mis amigos y conocidos intentamos intervenir en la elección de un país que lo único que ha hecho es patearnos el trasero una y otra vez. Así es como gente buena que me rodea intentó evitar que ganara Trump. Ésta es la pequeña historia que me hace sentir un poco más tranquilo, porque muchos intentamos hacer lo que estaba en nuestras manos y más para evitar que el miserable de Trump, el don nadie con mucho dinero que buscaba convertirse en el presidente del país más poderoso del mundo, no llegara a la Casa Blanca. No lo logramos, pero lo intentamos.

En este artículo, largo y quizá intragable, largo y tardío, muy tardío, podemos encontrar rastros de por qué un hombre como Trump ganó una elección en contra de la razón y también podremos comprobar cómo me equivoqué una y otra vez en mi lectura, interpretación y pronósticos sobre la elección de un país que demostró que es dos países: el que vende el espiral del silencio, que controla todo desde Washington, NY, Boston, San Francisco, Los Ángeles, Chicago y todas esas ciudades chingonas que venden un Norte América cool; y el gringo profundo, ignorante, obtuso, racista, violento, armado, pobre de cuerpo y espíritu; el Estados Unidos obeso de “basura blanca”, que la espiral de silencio, la élite norteamericana, ignoró y quiso esconder, pero que en esta elección se dejó ver, se dejó sentir, e hizo valer su poder.  

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