Nueve horas para entender el arte de nuestros días (6/9)

Otro logro notable del Impacto de lo Nuevo aparece al principio y final del episodio La visión desde el abismo. Empieza mostrando algunos cuadros del pintor romántico alemán Friedrich, con sus típicos observadores de espaldas al espectador mirando a un horizonte donde puede verse a veces una diminuta cruz.  El documental continúa analizando la obra de pintores como Van Gogh, Munch, Soutine, Marc, Klee, Kandinsky, Pollock y Rothko. El episodio termina en la capilla de Rothko, donde según Hughes los grandes paneles pintados no son ventanas a algo trascendente, sino imágenes de un vacío. El plano final nos muestra a unos jóvenes en actitud meditativa, filmados de espaldas. Entonces advertimos el paralelismo con la secuencia inicial de los cuadros de Friedrich; la diferencia, como dice Hughes, es que la espiritualidad romántica se ha visto substituida por la subjetividad del espectador. En el texto del libro escribe: En efecto, la Capilla Rothko es el último silencio del romanticismo. Se supone que el espectador no debe enfrentarse a las pinturas como los observadores ficticios mirando al mar en una pintura de Caspar David Friedrich, se enfrentaban a la naturaleza: el arte, en una convulsión de introspección pesimista, pretende substituir el mundo”. Por una vez, el montaje de las imágenes resulta más elocuente que la prosa de Hughes.

Sin embargo, el formato televisivo no permite excesivas matizaciones, especialmente si se trata de resumir una gran cantidad de información; Hughes suele mostrarse más categórico en sus afirmaciones frente a la cámara, lo que resulta comprensible teniendo en cuenta que, como afirma en la introducción a la versión escrita de El impacto de lo nuevo, esta última es cinco veces más extensa que la filmada. Pero frases cortantes como “nadie ha pintado el color como Van Gogh”, antes o después presentan su opinión como un hecho irrefutable y parecen desmentir las afirmaciones de Hughes reiterando que no pretendía establecer un canon, sino únicamente exponer sus valoraciones. También su condena de la corrupción del mundo del arte por la especulación parece demasiado esquemática en la serie; otra cosa son sus ensayos [1].

Hemos llegado al sexto capítulo de la serie, uno donde el genio de Hughes se centra en el movimiento expresionista. A través de muchos siglos, el cristianismo promulgó la idea de que el hombre estaba siempre bajo la fidedigna custodia de Dios, pero en el siglo XIX Dios ya había muerto y los artistas se encontraban en una franca decadencia. Por esta razón comenzamos este recorrido en el manicomio de Saint Rémy de Provence, en el cual durante un año y 8 días, desde Mayo de 1889 a Mayo de 1890 Vincent van Gogh estaría internado hasta el día de su muerte. Padecía, dicen, “Una depresión maníaca”, que sería una forma de decir, que tenía algo que aún seguimos sin entender.

 

A van Gogh lo separaba de su “enfermedad” varios meses de “lucidez” en los que podía trabajar; estos días estaban salpicados por una extraordinaria visión interior. En esos momentos lo veía todo bañado de una misma energía, como si todo cuanto existe estuviese hecho del mismo plasma; la luna sale del eclipse, el cielo se mueve como el océano y los cipreses se agitan con él. “El ciprés es tan bello de línea y proporción, como un obelisco egipcio, un brochazo negro en un paisaje soleado”

Los cuadros de van Gogh no son evidentemente los cuadros de un “loco”, son los cuadros de un visionario que también era un artista formado. Tenía 37 años cuando se pegó el tiro, pero en los últimos 4 años de su vida, cambió la historia del arte; aportó la libertad del color moderno, y  el modo en que las emociones son trabajadas directamente por medios ópticos forman parte de su herencia. Abrió la sintaxis moderna a la piedad y al terror, fue el eje sobre el que giró el romanticismo decimonónico hasta el expresionismo del siglo XX. Pero, mientras tanto, se preparaba otro artista 10 años más joven, para llevar este proceso un paso más adelante.

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En la obra de Van Gogh, se puede ver el yo luchando por salir, pero en la obra de Edvard Munch ya está fuera. Fue el primer pintor moderno que exploró la idea del yo como un campo de batalla. Creció casi literalmente en la habitación de los enfermos de la casa familiar en una espantosa atmósfera de susurros, silencios, vómito y ácido fénico. La idea en Munch, era que la realidad estaba tan distante y al mismo tiempo tan inalcanzable, que sólo grandes saltos de emoción podrían cruzar el abismo, y que, el único puerto seguro en un mundo hostil o indiferente era el yo del artista.

Desde los atestados burdeles y cafés de París, una visión de la vida particularmente irónica estaba emergiendo en ese entonces, basándose, en un estilo de vida despreocupado, con un exagerado despliegue de dandismo, encuentros fugaces, donde los sucios remolinos de la mezcla social reemplazaron a la ordenada pirámide de la Francia rural; y éstos desórdenes, también hallaron a su pintor en Henri Toulouse Lautrec.En las escenas de Lautrec, el rostro se convierte en una máscara literalmente, y esto podía entenderse como que la sociedad no sólo era  irreal, sino que para él, suponía todo un colectivo demoníaco de máscaras amenazadoras.

En 1889 en la gran exposición de París, una de las atracciones más impactantes fue una momia Inca descubierta en Perú que sería enterrada en posición fetal. Para nosotros, la posición fetal es una posición arquetípica del miedo y del deseo de seguridad. Gracias a ésta, es que debemos la imagen de la neurosis más famosa de la historia del arte “El grito” de Edvard Munch.

 

Por otra parte, el tema de la ciudad como condensador de ansiedades, también aparecería en el expresionismo Alemán entre el cambio de siglo y la primera guerra mundial, especialmente en la obra de un grupo de artistas que se hacía llamar Die Brücke (El puente) cuyo líder, era el joven pintor Ernst Ludwig Kirchner. Kirchner transpuso el pesimismo de Munch al color de Van Gogh, añadió la influencia de las tallas africanas –al igual que Picasso- e hizo de Berlín su tema favorito. Calle, dandys, y mujeres. Pero en la vida anterior a las guerras, el más sobresaliente de los expresionistas era el dramaturgo Oskar Kokoschka, lo era por sus obras densas, elaboradas, oscilando entre la alegría y la miseria. En las manos crispadas y los rostros densos de los retratos de Kokoschka, el artista se hace cómplice del modelo, no dándole a él o a ella una máscara socialmente útil, sino, admitiendo una neurosis compartida, una espacie de marginación mutua.

Desde Francia, el cabeza de los expresionistas sería un judío polaco llamado Chaïm Soutine; Soutine era muy pobre y su arte se convirtió en una forma de robarle sustancia al mundo. Estaba obsesionado con la comida, el pollo escuálido colgando de un gacho por varios días, la vida como carne y como una preparación a la muerte. Soutine tenía la habilidad de darle a una res muerta, el patetismo de una crucifixión. Al pintar esta masa de carne, huesos y cebo, rendía homenaje a Rembrandt quien pintó este mismo tema años atrás. Pero Soutine le daba una carnosidad aún más intensa, como si la misma pintura fuera una pasta de carne untada sobre el lienzo. Una masa de pintura visceral y agitada.

Después de la segunda guerra mundial, el pintor Francis Bacon tomó el tema de Soutine de la res descuartizada, para exponer su propia visión de un mundo caníbal del que se han borrado todas las relaciones morales. En Bacon el cuerpo ideal del arte clásico es rechazado y el desnudo se convierte en un animal bípedo con adiciones. Uno de sus emblemas obsesivos fue el retrato del Papa Inocencio X, pintado por Velázquez en 1650.

 

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Otro pintor importante de inquietantes figuras humanas en los años 50 sería Willem de Kooning. Como las mujeres de Kirchner o Munch, las mujeres de Willem de Kooning hablan de ansiedad, llevan el miedo expresionista de la mujer fatal a extremos ridículos, casi cómicos; mujeres grotescas, rechonchas, toscas, abrumadoras y primitivas. de Kooning y Bacon estaban entre los escasísimos artistas que podían controlar las distorsiones expresionistas después de la segunda guerra mundial, pues los horrores de la realidad, habían entonces rebasado el arte.

Al terminar la guerra, el mundo entero supo lo que se había hecho en los campos de exterminio de la Alemania Nazi, y no hubo ningún testimonio que el arte pudiese dar que rivalizara con la fotografía; porque, ninguna distorsión del cuerpo que un artista pudo hacer después de 1945, soportaría la comparación con las que los nazis hicieron a los cuerpos de verdad. Después de la guerra, había muy poca gente que creyera que el arte podría llevar las cargas de las grandes problemáticas sociales, ya no había Goyas, ni Courbets, y en los campos de exterminio, el único producto en lo que se refiere al arte, fue el silencio.

Después de esto, solo quedaron dos fuentes de imágenes incontaminadas y abiertas al arte, una era la abstracción completamente pura, y la otra era el mundo natural; imágenes que los artistas habían estado combinando durante casi 30 años, pues justo antes de la primera guerra, un grupo de artistas alemanes que se llamaban El jinete azul (Der Blaue Reiter) buscó en la pura naturaleza, imágenes trascendentales, y uno de estos artistas fue el pintor Franz Marc.


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Paul Klee sería uno de los amigos más íntimos de Marc, sobrevivió a la guerra y se marchó a dar clases a la Bauhaus, sin embargo, durante casi 20 años realizó y le ofreció una de las más exquisitas visiones de la naturaleza al arte moderno. Le atraían esas estructuras tan diminutas que el ojo normal no puede ver, células de plantas, semillas, diatomeas; le gustaba lo caprichoso y lo grotesco mientras no fuera demasiado espantoso. Klee enseñó pintura en la Bauhaus y uno de sus colegas, era el primer artista que intentó pintar imágenes trascendentales que fueran completamente abstractas, su nombre era Wassily Kandinsky; llegó un poco tarde al arte, empezó a pintar a los 30 años.

Kandinsky era teósofo y creía que los pecados del hombre venían de un exceso de realidad material. Creía que estaba llegando una era espiritual por lo que estaba seguro que el arte para esta era, debía ser totalmente abstracta, ideal e inmaterial.  Sin embargo, algunas de las más grandes imágenes del arte moderno,vienen de la tranquila seguridad de que por más abstracto que se quiera ser, no hay una ruptura entre la cultura y el orden natural, y esto, sí que lo sabía Constantin Brâncuși.

Salido de un ambiente artesanal, Brâncuși conocía muy bien la naturaleza de sus materiales, quería, que su escultura tuviera la misma perfección como material que sus modelos tenían como organismos. Su escultura comenzó a ser tan atemporal y perfecta como un huevo recién puesto, no  geométrico, siempre orgánico.

 

Tiempo después, un predicador americano diría que su idea de Dios era una espacie de mancha luminosa, y este sería el tema inconsciente de los cuadros del expresionista abstracto Mark Rothko en los años 50.

Otro artista americano que influyó en el curso del arte mundial  en los últimos 10 años de su vida, hasta que murió en un accidente de tráfico en 1956 fue el pintor Jackson Pollock. Su técnica, solía ser tomada como un chiste salido de control pero no era así, lo cierto es, que las gotas de pintura en los cuadros de Pollock eran espontáneas, pero caían justo donde él quería, haciendo de la superficie, una red de marañas y sutiles energías trabajadas a lo largo de todo el lienzo.

Como figura clave el expresionismo abstracto se le suma a estos dos personajes, el pintor y escritor Robert Motherwell, el último gran collagista de la tradición de George Braque, pero más conocido por su serie de pinturas blanco y negro “Elegías para la república española”.

Y para finalizar, mencionaremos que el último encargo religioso hecho a un gran artista moderno está en Houston Texas, y fueron las pinturas para una capilla, pinturas encargadas a Mark Rothko en 1964. Para 1971 las pinturas de Rothko ya estaban instaladas, casi un año después de su muerte. Mientras trabajaba en ellas antes del suicidio, Mark Rothko llevó a sus últimos extremos la idea de que el color podía llevar toda la carga de una experiencia espiritual. En palabras de Robert Hughes, las pinturas de Rothko fueron verdaderamente el último silencio del romanticismo.

Ésta entrada es una recopilación de diferentes fuentes: (1) Introducción de Xavier Ferré en Jot Down | (2) Imágenes y descripción del documental de Ursula Ochoa en La Artillería | Documental alojado en youtube por Laurentix1701 

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