¡El Barrio Ya!… Resistir en el norte del país.

Hay algo que nace de la insoportable opresión, hay algo brota de lo inútil de la obediencia, se siente en el cuerpo después de que la dignidad la han intentado acabar. El coraje no se sale tan fácil como el sudor después de caminar bajo el sol. La noticia hace décadas era asombrosa e indignante pero era lejana. Sí, lejos mataban, lejos violaban, lejos desaparecían; ahora la noticia se hace en las colonias cercanas. Los disparos de armas se escuchan en la esquina, las extorsiones son diarias, las desapariciones forzadas, los feminicidios y asesinatos son cáncer que con la heroína del miedo y la conformidad calman sus dolores, pero no nos dejan tranquilos como sociedad. No nos dejan salir al parque a jugar con nuestros niños, nos arrebataron la paz y de repente estábamos encerrados en nuestras casas, en nuestras tiendas de esquina, rodeados de canceles de acero para evitar el robo que se hizo tradición. De repente nosotros éramos los presos, los encerrados, los preocupados y solo uno que otro digno rebelde señalaba la injusticia.

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El antiguo Barrio Padre* nos vio crecer. Nos enteramos por los periódicos que el ejército nos consideraba foco rojo. Somos obreros, amas de casa, estudiantes, trabajadores y uno que otro que con muchas ganas se recibió y logró un título profesional, pero los carros que se dirigían hacia el barrio forzosamente tenían que ser revisados por múltiples retenes militares, que cuestionaban todo y sin saber ellos por qué.

La noticia pasó de ser noticia, a ser una insoportable normalidad. Así María, la hija de 16 años de Don Fidel, salió anoche y no ha regresado, algunos integrantes del equipo de fútbol del barrio fueron asesinados al ser confundidos con unos “malos”. A cuatro cuadras a la izquierda se encuentra una casa de seguridad. Y alguien del barrio puede dar fe de lo que pasa por acá con una breve reflexión en una serie de preguntas “Lo peor fue darnos cuenta que nos habían robado todo ¿Dónde quedo la tranquilidad de ver los atardeceres en las mecedoras sobre la banqueta? ¿Dónde quedo la paz de mandar sin temor a tus niños a la tienda? ¿Por qué los parques parecen patios de correccional? ¿Por qué tuvimos que invertir en alarmas, rejas, cercos con vidrio cuando a veces ni para comer tenemos? ¿Por qué nos llaman para avisar que las cosas están muy mal (como si no lo notáramos) y nos ofrecen seguros de vida que cubren accidente, heridas por arma de fuego y entierros?…. o pagamos seguro o comemos, por cierto”.

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Ahora aconsejan a los niños: “Salúdalos, pero no te acerques” o “No les recibas nada”. Temor hasta decir basta. Las madres y los padres en el trabajo cumplen largas jornadas de trabajo para mantener el hogar y llegan a casa sin ganas de convivir, ni pasar un poco de tiempo con sus familias. Es una de las formas más espeluznantes de mirar los efectos del capitalismo, darse la vida en estos días conduce a la irremediable fragmentación de las familias. Y a veces, ante la incapacidad de reconocer el fenómeno, o reconociéndolo sin poder hacer algo, la pregunta que se eleva por esta zona olvidada es un ‘porqué’ lleno de desesperanza.

Lo que es un hecho, es la ausencia. La gente que ya no está; amigos, familiares, vecinos, conocidos, todos ellos víctimas de las circunstancias de la hoy insoportable normalidad. Con ese peso que nunca aligera la población no se queda callada a diario demanda recursos, trabajo, vías de comunicación, lugares dignos para vivir. Si no hacemos algo, nada de esto saldrá adelante. No nos cansamos, sentimos como el cuerpo siente que puede más, que se puede levantar a pesar de lo vapuleado. La rabia y el coraje nos dan energía para lograrlo. Ahí es cuando el individuo toma conciencia abre, los ojos, emerge, sale, brota, saca la cabeza del silencio y grita ¡Basta!. Grito que aflora, acciona y comienza a germinar la conciencia del barrio.

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Ese encuentro que hace surgir el valor que se tiene, la historia que lo conforma, el trabajo que nos caracteriza. Son nuestros muertos, es nuestra libertad la que impulsa el parto del bien para los demás. Podemos ser felices a pesar del olvido, nos necesitamos a nosotros mismos. Pensamos, planeamos accionamos y contamos con nosotros, con las ganas y necesidad de regresar la tranquilidad y la paz. No somos un foco rojo, no nos vean mal, tenemos ganas de hacer las cosas bien y para bien de todos. Es por eso que ahora nos levantamos en una sola voz, con más esperanzas que certezas, pero con la clara convicción que sólo nosotros podemos detener el atropello permanente. Vamos a pintar nuestros muros, a sembrar nuestro suelo y a rescatar nuestros espíritus, todas y todos bajo una sola e imparable consigna… ¡El Barrio Ya!

* El antiguo Barrio Padre, se encuentra en la periferia de Torreón, una zona invadida brutalmente por la minería, el crimen organizado, el ejército y las policías locales.   

Texto de Omar Duran Guerra y Salvador Sánchez Pérez | Imágenes del colectivo “El Barrio Ya“; mujeres sembrando y jóvenes pintando la resistencia.

 

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