A 30 años del temblor

Por Jorge Meléndez Preciado

Tres décadas han pasado desde aquel 19 de septiembre, que a las 7.19 de la mañana, según quedó estampado en el reloj del Hotel y cine y restaurante de políticos,  Regis, inició uno de los espectáculos más terribles y maravillosos de la vida nacional. Lo primero debido a las víctimas y a la ineptitud de los funcionarios, del presidente Miguel de la Madrid para abajo, y deslumbrante porque la sociedad toda, sin distingos de clase, ayudó a sus hermanos, los rescató, les dio cobijo  y estimuló su  fuerza espiritual.

Fueron, al decir de las autoridades, cuatro mil los fallecidos, aunque las crónicas de entonces y más ahora hablan de diez veces más. La cifra importa, ya que siempre hemos sabido de los esfuerzos oficiales por minimizar las tragedias. Pero lo más destacado fue que por encima de policías, ejército, empresarios  y burócratas, los ciudadanos supieron qué hacer, cómo realizarlo y cuándo y dónde llevar a cabo sus tareas.

Para Carlos Monsiváis (Imágenes y fotos del 85. El despertar de la sociedad Civil– UVyD): lo importante fue “Hacerse psíquica y moralmente de la ciudad de México, examinar a fondo sus componentes, valuar la solidaridad de grupo y familia, detener o nulificar  por unas semanas el impulso egoísta, saber de incentivos  distintos a los que rigen la aplastante maquinaria  del mercado. Esos son algunos de los resultados notorios de las semanas del terremoto”.  

Elena Poniatowska, en: Nada, nadie. Las voces del temblor, plantea que  lo importante es: todos cooperaron para mitigar la tragedia, aunque al consultar a una enorme mayoría, decía que su nombre era “Nadie” y en realidad no hacían “Nada”, cuando levantaban ruinas, rescataban cadáveres o infantes vivos, mitigaban la sed de miles y daban de comer a montones que no tenía pan o estaban en faenas diversas para reconstruir la ciudad. Un episodio que dejó un sello en diversos movimientos de 1988 a los padres de los niños muertos en el ABC o de los 43 de Ayotzinapa. Un México con futuro.

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