Trump mete reversa, firma decreto para aliviar aranceles automotrices y reembolsar a la industria automotriz

En una jugada que mezcla pragmatismo electoral con nostalgia industrial, Donald Trump firmó un decreto para aliviar temporalmente el peso de sus propios aranceles sobre la industria automotriz. La medida llega justo antes de que entren en vigor nuevas tarifas del 25% sobre autopartes importadas, y se presenta como una “transición” que busca incentivar la relocalización de la producción sin desatar el caos en las cadenas de suministro. El mensaje de fondo es claro: Made in USA o pagarás más.
El decreto contempla varios mecanismos. Primero, se evita la llamada “doble imposición”: un vehículo importado no pagará un 25% por aranceles generales más otro 25% por componentes como el acero o el aluminio. Segundo, se establecen reembolsos parciales a empresas que ensamblen sus autos en EE.UU., incluso si las piezas son importadas. Estos reembolsos irán disminuyendo con el tiempo: 15% el primer año, 10% el segundo, lo que crea un incentivo de presión progresiva para mover la producción al país.
Además, se mantiene una exención para autopartes provenientes de México y Canadá, siempre que cumplan con las reglas de origen del T-MEC. No así para vehículos completos ni kits de ensamblaje, lo que deja la puerta entreabierta pero no abierta de par en par. Según datos oficiales, México fue el principal proveedor de autopartes de EE.UU. en 2024, con exportaciones por 181 mil millones de dólares, lo cual resalta lo delicado del equilibrio comercial.
Trump ha presentado estas modificaciones como una “ayuda temporal” a la industria automotriz. “No queríamos penalizarlos durante esta pequeña transición”, dijo el presidente en su camino a Michigan, epicentro simbólico del sector. Las palabras pueden sonar conciliadoras, pero el trasfondo es un retorno al proteccionismo con énfasis electoral: Michigan fue clave en su victoria y el mensaje va dirigido a los trabajadores industriales y sus empleadores.
La administración afirma que este nuevo esquema permitirá a los fabricantes nacionales y extranjeros acelerar inversiones, contratar más personal e incluso abrir nuevas plantas. Ford, GM y Stellantis celebraron la medida, mientras que analistas como Sam Fiorani advierten que redirigir cadenas de suministro no se logra “en un abrir y cerrar de ojos”, y requiere años y miles de millones de dólares. No se trata solo de ajustar tornillos, sino de rehacer mapas logísticos completos.
En lo inmediato, los reembolsos aliviarán los costos para las empresas, pero también implican un subsidio encubierto a industrias que ya operan en EE.UU. En el largo plazo, podrían presionar a las compañías que dependen de insumos internacionales a invertir en plantas estadounidenses o enfrentar tarifas completas. Este modelo se parece menos a un plan económico coherente y más a una estrategia de “zanahoria y garrote”.
La Casa Blanca ha defendido la política como una victoria para el empleo y la seguridad nacional. El secretario de Comercio, Howard Lutnick, afirmó que se recompensa a quienes producen en EE.UU. y se da margen a quienes “han expresado compromiso” de hacerlo. Pero no queda claro qué tan sustentable es esa lógica frente a los efectos inflacionarios de los aranceles y la posibilidad de represalias comerciales.
La industria automotriz global es una red interconectada donde muchas piezas cruzan fronteras múltiples veces antes de ensamblarse. Alterar ese sistema sin coordinación puede causar escasez, subir precios y desplazar la demanda a vehículos usados, agotando ese mercado. Además, el decreto no especifica cómo se calcularán los reembolsos si las piezas provienen de distintas fuentes, ni si las reglas cambiarán tras el periodo transitorio.
En paralelo, Trump reveló que su gobierno negoció con una “potencia extranjera” un acuerdo para evitar aranceles recíprocos, aunque no dio detalles. La opacidad en las decisiones comerciales parece ser parte del estilo de gobernar, lo que reduce la certeza jurídica y alimenta la especulación financiera.
Si bien Trump sostiene que su política está “nivelando el campo de juego”, también está reescribiendo las reglas en tiempo real. El intento por evitar una “superposición arancelaria” no elimina la incertidumbre sobre el costo final de los autos ni resuelve la contradicción de promover la relocalización productiva mientras se requiere seguir importando piezas.
En resumen, la maniobra es políticamente astuta pero económicamente frágil. Mientras Trump posa con obreros y ejecutivos, los engranajes del sistema automotriz global giran con otra lógica: eficiencia, coordinación y estabilidad. Tres cosas que los aranceles improvisados y los incentivos volátiles tienden a sabotear.