Una ciudad que no nos deja sentir

El llanto en espacios públicos de Guadalajara nos revela una pregunta muy amplia: ¿cómo se vive lo afectivo en nuestra ciudad? Arquitectos, urbanistas, profesionales en movilidad y colectivos proponen repensar la planeación urbana desde las emociones y los cuidados. Mientras las personas lloran en el transporte público, avenidas o parques, surge la necesidad de espacios que reconozcan y acojan la dimensión emocional de nuestra vida urbana.

I. Teoría y práctica de lo afectivo en espacios públicos

En la ruta de Mi Macroperiférico una persona va camino a un concierto mientras llora de emoción y de alegría. En la ruta 626 otra persona va de regreso a su casa después de haber roto una relación; también llora. Santa Cruz de las Flores, de igual modo, es un espacio en el que lloran por motivos de ansiedad. Se llora por lo que vendrá y por lo desconocido: como quien pasea a su perrita, a quien nota rara, en un parque, y se precipita al porvenir y a lo irremediable. Al igual que se llora por frustración e impotencia al salir del trabajo: como quien labora lejísimos y al regresar a su casa se perdió por meterse en otra calle; el cansancio emergió en lágrimas. 

En la ciudad de Guadalajara, y en sus alrededores, se llora. Sin embargo, ¿a dónde arrojamos nuestro llanto cuando ya no podemos contenerlo? ¿Cargamos con él hasta volver a nuestro hogar? ¿Hay un parque pensado para llorar? ¿Cuál sería, en realidad, el lugar para el famoso dicho “a llorar a la llorería”?

¿Cuáles serían las llorerías de Guadalajara?

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Mauro Gil-Fournier, arquitecto, investigador y docente, fundó, hace 15 años, Arquitecturas Afectivas, un espacio en el que “una comunidad hace arquitectura con placer, desarrollando los afectos de personas, otros seres y cosas vivas”. Desde su página web y en el primer momento en el que nos encontramos, él hace una distinción: “Los afectos no son las emociones, ni los sentimientos; sino un entorno práctico y teórico que sitúan un lugar posible de colaboración y cooperación, centrados en la potencia de la acción, la pulsión de cambio y transformación y desde donde observar el lugar de las decisiones”. 

Para Mauro, el afecto es una decisión que está estratégicamente colocada sobre la mesa. En cambio, subraya que las emociones y los sentimientos van hacia un ámbito experiencial. Él a veces puede experimentar “cosas muy altas o muy bajas, puedo estar muy alegre o sumido en una gran tristeza”. La vida, sugiere Mauro, es un movimiento de esas emociones y sentimientos que nos parecen incontrolables. El afecto no es, entonces, incontrolable; es una decisión

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“Me atraviesan distintas emociones [incontrolables] que crean afectos diferentes [decisiones de expresión], y yo puedo tomar conciencia para ordenar esos aspectos [las emociones] y tomar decisiones para ver de qué modo quiero que el afecto gobierne mi vida: bondad, cuidado, ternura u otro tipo de afectos”.

El afecto del cuidado no solo es un pilar en la conversación con Mauro; también, más adelante, está con Renata y Eduardo, en el mapeo de lo afectivo, y aún más adelante con Yeriel, en la movilidad urbana, y con Triana, en el urbanismo feminista. Mauro recuerda hace catorce años uno de sus primeros textos sobre el cuidado y recita a corta memoria, con un tono entre pregunta y afirmación, una de las líneas que escribió: “El arquitecto puede ser un cuidador urbano”. El urbanismo de los cuidados defiende el hecho de poner la vida en el centro, pero a él le gusta decir que mejor “pongamos los afectos en el centro”, porque dentro de los afectos están el cuidado, la bondad, la ternura. Que los afectos se pongan en el centro de una comunidad, de un proyecto o de cualquier situación, y que sean los que nos movilicen, como la decisión consciente, a realizar acciones. 

“Cuando ponemos los afectos [en el centro], también se involucran otras partes de este: vergüenzas, impotencias, fragilidades, ambiciones. Hay desajustes afectivos, pero también, de la mano con nuestras decisiones afectivas, se pueden construir proyectos increíbles. El problema también está en que muchas veces se hacen trabajos o se crean espacios que no tienen esa seguridad afectiva de poderse expresar de manera libre”.

Con la seguridad afectiva, Mauro propone en la conversación otro pilar inquietante: atrevernos a exteriorizar qué queremos en realidad. Lo que realmente nos mueve para hacer ese trabajo, para formar ese espacio. La libertad de poder compartir perspectivas con la seguridad de que se puede ser honesto con nuestras convicciones y no ser señalado, sino comprender y reconocer que también somos personas con necesidades. 

“Tenemos ambiciones, compartimos valores y una serie de cosas que las ponemos a disposición de la realidad para el encuentro con el otro, porque la ciudad no es más que el lugar del encuentro con el otro, el urbanismo es eso también. Lo afectivo quiere ir a la apariencia más real, y que pongamos las cosas sobre la mesa desde el primer momento para poder trabajar a gusto desde ahí, sin restricciones; sin miedo a decir lo que realmente pensamos”.

Otro pilar se entreteje con lo anterior: la creación de un organismo afectivo desde y en el urbanismo. Es importante reconocer que somos personas con ideologías y convicciones y que, para que una persona pueda trabajar y crear, debe de reconocer que va a hacerlo con otras personas que también cargan con otros contextos, convicciones e ideologías. El organismo afectivo propone deslindarnos un poco de estas cosas, porque tenemos que reconocer al otro para también reconocernos a nosotros mismos como seres en un mismo espacio: “Si vamos a la confrontación desde el primer momento, no podemos construir nada. Porque a veces el otro machaca directamente, el fuerte sobre el débil, pero yo trato de que podamos crear espacios donde la coexistencia de lo que es también es imperfecto en todos pueda estar. Que un “nosotros” pueda suceder”. Mauro también considera que parte esencial para coexistir y comprender la afectividad en nuestros espacios es la sensibilidad. “Las arquitecturas afectivas promueven un lugar donde la sensibilidad pueda ser expresada y nos invada a todos”. 

 

Muchas veces pensamos cómo el espacio nos afecta a nosotros. La iluminación, las aceras, el arbolado. Pero muy pocas veces, o casi nunca, nos preguntamos de qué manera nosotros también afectamos al espacio. Las personas somos agentes de producción de espacios. Construimos atributos a ciertos espacios, ya sea la disciplina, el grito, el enfado o incluso el llanto. Hay un vínculo, propone Mauro: “No solo hay que preguntarnos cómo el espacio nos afecta, sino también cómo producimos espacios”. En cada persona, colectivo, comunidad, hay agencia, está el poder de crear y transformar espacios. 

El afecto también es la capacidad y potencia de transformar las cosas.

II. Cartografías de lo afectivo

En una conversación con una arquitecta de Guadalajara, se reveló que está trabajando en un proyecto que busca explorar cómo las personas se relacionan con el territorio. Ella comparte su perspectiva sobre las ciudades, señalando que están demasiado centradas en los automóviles y en “lo humanoide”, y poco en lo que sucede en y con las personas que las habitan.

“Este tipo de decisiones de: dónde lloramos, dónde caminamos tomados de la mano, dónde nos besamos y dónde nos abrazamos, parecen decisiones arbitrarias, pero no lo son, son completamente definidas por el tipo de espacio que habitamos. Por el tipo de espacio y sus características: si hay sombras, bancas, tipo de suelo. Es completamente influyente y pensamos que no”. 


Con su trabajo, busca contribuir a una reflexión más profunda sobre la arquitectura y el urbanismo y la importancia de la experiencia humana en la planificación de las ciudades. 

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Eduardo Gonzaga, urbanista y analista espacial, también se involucra en estos temas de la relación entre personas y espacios. Junta el arte con la tecnología y la ciencia y crea proyectos cualitativos para entender de qué manera las personas y lo subjetivo se entretejen con lo científico para hacer análisis y cartografías colectivas. Renata y Eduardo caminan sobre las mismas ideas y argumentos respecto a lo que piensan de acuerdo con lo urbano y arquitectónico. 

“Buscamos, y estamos tratando, de conectar dos mundos: la parte subjetiva y los métodos cualitativos con la parte supercientífica, para así poder mejorar las decisiones espaciales y tener mejores prácticas de diseño. Pero lo más importante sería cómo las emociones y los afectos pueden ser datos y tomar mejores decisiones con esos datos”.


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Eduardo revela, de pronto, algo inesperadamente oportuno: a la gente le encantan los mapas. Confiesa que, cuando alguien instala o digitaliza un mapa que se relaciona con lo afectivo, las personas van a llegar por voluntad propia para interactuar con tu cartografía. 

“Les encanta, aún más, poder intervenirlos y hacer storytelling. Es muy bonito cuando la gente habla de sus sentimientos a partir del mapa. Pareciera que la obra subsiste a partir del tiempo, pero porque justamente las personas se ven a sí mismas a través de las intervenciones pasadas”.

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Mapa de la ZMG en la que distintas personas han llorado:

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En su proyecto, la arquitecta se dio de bruces con algunos obstáculos: el llanto, principalmente. “El llanto es difícil de mapear, de observar, de interpretar”. Cuando le pregunto sobre qué tanto se piensa, desde las carreras de arquitectura y de urbanismo, en la intervención y planeación de espacios para gestación de emociones, la arquitecta argumenta que esos temas se ven lo suficiente en arquitectura y “casi nada” en el diseño urbano. Color, luces y elementos dentro de un espacio que van ligados a las emociones son temas comunes en la arquitectura; sin embargo, en perspectivas de espacios públicos y de urbanismo no hay, con profundidad, ese tipo de acercamientos. 

Por otro lado, ella considera que en Guadalajara sí hay intervenciones contemplativas, pero generalmente son monumentos que se supone que te invitan a contemplar para generar ciertas emociones; sin embargo, en realidad no son infraestructuras pensadas, desde su creación, para lo emocional y lo (co)relacional. 

Eduardo, por otro lado, considera que, si bien lo afectivo y emocional no es un tema explorado a fondo desde el urbanismo, la nueva ola feminista y el propio “urbanismo feminista” traen consigo propuestas para la visibilidad de lo afectivo en lo urbano. Él considera que lo que podría alzar la visibilidad de lo afectivo en las ciudades son las prácticas narrativas: que las personas cuenten su propia historia. Con esto, también entender de qué forma se comportan las personas, y que si bien es una metodología que se utiliza bastante en ámbitos privados, también podría ser llevada a lo público.

Eduardo pone sobre la mesa el tema del duelo y su acompañamiento al llanto. Intervenir un hospital a partir de un suceso, por ejemplo, hace que ya no solo sea un edificio de salud, ya no es solo un cruce de coordenadas, no es una avenida nada más; ese es el lugar donde por última vez vi a una persona querida. Lo que propone Eduardo en este diálogo es preguntarnos también por los espacios para el duelo dentro de los hospitales. 

“Lidiar con la muerte en un hospital es sumamente revictimizante porque no hay espacio para duelos. Los espacios son especialmente burocráticos: se muere una persona, luego haces papeleo y ya, pero ¿y esa transición? ¿Quién quiere hacer papeleo después de haber perdido a una persona en su vida? Las licenciaturas en arquitectura no nos enseñan a hacer eso cuando construimos edificios públicos, por ejemplo, el IMSS o las clínicas médicas son así de revictimizantes. Hacer el espacio más amigable y mejorar el entorno de diseño para que la gente y la burocracia funcionen mejor en conjunto”.

También considera que el problema reside en que, para los deciles más altos, en donde la gente puede pagar la accesibilidad a  estos espacios, a veces sí se piensa en la planeación y el diseño de estos lugares; sin embargo, desde la infraestructura pública no tenemos una arquitectura y urbanismo que apueste por esta planeación.

Durante la conversación con Eduardo y la arquitecta, surge otra perspectiva: en muchas ocasiones, le dejamos lo afectivo al arte. Proponen que entonces hay una tarea pendiente e implícita: la de diseñar y conversar desde otras áreas lo urbano para que esté destinado para todas las personas. 

“Lo afectivo no solamente se tiene que quedar en lo privado. Los cuidados también son públicos, el afecto también lo es. Y subvertir la propuesta capitalista desde la que pensamos que todo se tiene que reservar y ser meramente útil y que tú eres persona una vez que entras a tu casa, pero en la calle solo eres un engranaje más del sistema”.

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Para algunas personas, el imaginario de un espacio para llorar en Guadalajara puede ser posible. ¿Cuál sería un lugar ideal en la ZMG para llorar? Algunas respuestas:

III. Movilidad de los afectos

Lo afectivo no solo se queda en un espacio estacionado, inamovible y fijo. Los afectos también tienen movimiento y trascienden a otros ámbitos de nuestra vida en la ciudad y cotidianidad: la movilidad urbana. 

Yeriel Salcedo comenzó en 2009 como activista en el colectivo “Gdl en bici” y ha colaborado en distintos proyectos sobre el trasporte urbano y la movilidad urbana en la ciudad de Guadalajara. En conjunto, problematizamos el urbanismo afectivo en la ciudad hacia otro ámbito que también nos concierne: la movilidad. 

Para Yeriel, tres pilares sostienen el problema del afecto desde la movilidad: confortabilidad, dinámicas sociales y problemas estructurales. 

Vas en el tren ligero, son las siete de la tarde, tu vagón está lleno. Te tuviste que aventar entre codazos para entrar al espacio que te llevará a otro lugar: tu casa, un camión, una calle. Estás paradx, sujetas tus pertenencias con fuerzas contra el pecho. Tu cuerpo está amontonado por otros cuerpos. Cuando el tren avanza te meces hacia delante y atrás, hacia un lado y al otro, pero no te caes, porque entre cuerpos se sostienen unos a otros. Sientes que una mano te toca sin pudor en una parte de tu cuerpo, te mueves como puedes hacia delante. Trabajaste todo el día, tienes un dolor de cabeza que repiquetea en la sien. El vagón huele a un sudor ácido, el calor se concentra en las esquinas y escondites de tu cuerpo, tu espalda se siente húmeda por el sudor que la recorre. El sonido de la máquina del tren, las voces de las personas que platican con otras y la propia flexión de los cuerpos, unos con otros, hacen que el sonido se acune en tus tímpanos, que el dolor de cabeza sea cada vez más molesto y que tengas que respirar tranquilamente para no volver tu camino al otro lugar un estado de ira. Cuando llega tu bajada, tienes que codear a varias personas para poder salir, sientes que el tiempo para llegar a la puerta se acaba, el timbre que anuncia que las puertas se cierran te abruma y apenas alcanzas a poner un pie sobre la plataforma de la estación fuera del tren. Te dan ganas de llorar. Aprietas tus labios y tu mandíbula con fuerza y te aguantas. Sigues tu camino. 

Cuando Yeriel se refiere a que el principal problema de que en la movilidad ni siquiera haya, al menos para él, un espacio para pensar de qué manera sucede lo afectivo, los sentimientos y las experiencias, habla estrictamente de la confortabilidad del espacio y el ambiente. Las dinámicas sociales y los problemas estructurales no se quedan atrás, pues la experiencia anterior almacena estos tres ejes que se intersectan y que complican aún más en pensar lo afectivo. 

“Un espacio de confort debería de ser un espacio que te garantiza seguridad”. Seguridad corporal, emocional y social. Para Yeriel, el hecho de que un espacio sea cómodo implica que nos podamos mover cada vez mejor. Cuando una persona se encuentra cómoda en un espacio, se permite ser más empática consigo misma y con las demás personas. En cambio, si en un vagón del tren, por ejemplo, no hay confortabilidad (espacio entre personas, seguridad de pertenencias) ni dinámicas sociales sanas (que respeten tu cuerpo, empatía) y siguen reforzándose los problemas estructurales (jornadas largas laborales, misoginia, clasismo), a una persona que esté sumida por todas estas complejidades le costará más empatizar con las necesidades de otra persona. 

“La relación entre los sistemas de transporte de Guadalajara y las experiencias emocionales no existe”. Hay ciertas movilidades que te permiten demostrar la afectividad de manera más accesible: la bicicleta o la caminata. Cuando caminamos o vamos en bicicleta y nos encontramos con una persona conocida o en una situación de encuentro afectivo, pararnos y vincularnos resulta más fácil que cuando vamos en otro tipo de transporte. “Ni se diga del coche, que vas almacenado en una caja y que afuera de esas cuatro paredes nada más existe el tráfico y otros coches”. Cuando vas en el camión, en el metro o en el tren, la convivencia es más complicada. 

Para Yeriel, pensar lo afectivo en la movilidad le propone un nuevo modo de observar las cosas. Él se apropia del concepto y lo llama la “movilidad del autocuidado”. Para él, el cuidado ha sido un tema recurrente desde que comenzó como activista y desde que ha trabajado en distintos proyectos de movilidad urbana. “Pienso que, si muchas veces y casi siempre es difícil cuidar de las otras personas en estos espacios de nuestra vida, ¿cómo se supone que nos cuidemos a nosotrxs mismxs también?”. Es una conversación nueva para él; una que definitivamente se debería de estar abarcando en la movilidad. 

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Según datos del Informe detallado de la Encuesta Origen destino del Área Metropolitana de Guadalajara de 2023 del Instituto de Planeación y Gestión del Desarrollo del Área Metropolitana de Guadalajara, Imeplan, en el AMG, al día se estima un total de 5,093,170 viajes realizados exclusivamente caminando (43.2 % del total de viajes en el AMG); 60.3% son realizados por mujeres. Estos viajes a pie se relacionan con el propósito de la administración doméstica (23.2%) y también con los viajes de cuidado (6.9%).

Respecto al transporte público, este mismo informe indica que “en el AMG se realizan 2,544,369 viajes en transporte público (representando el 21.6 % del total de viajes en el AMG), de los cuales, un 55.5 % son realizados por mujeres y un 44.5 % por hombres”. 

Por otro lado, en el Informe de resultados: Encuesta de Satisfacción a Usuarios del Transporte Público en el AMG 2024 por el Imeplan, se abarca el tema de la confortabilidad (comodidad) en distintos aspectos: asientos, ventilación, iluminación, limpieza, pisos, accesos, cantidad de personas usuarias dentro del vehículo y por la conducción del vehículo.

 

La subcategoría peor calificada dentro de la categoría de “confort (comodidad)” es la de “cantidad de personas usuarias dentro del vehículo”. 

En la categoría de “seguridad”, lo más cercano a un ámbito afectivo es la “seguridad personal”. 

La categoría de “confort (comodidad) por parte del “Informe de resultados: Encuesta de Satisfacción a Usuarios del Transporte Público en el AMG 2024” por el Imeplan es uno de los apartados, junto con el de seguridad, que se encuentra en el mismo informe, más cercano al cuestionamiento sobre lo afectivo. Yeriel Salcedo proponía que uno de los pilares para encaminarnos hacia una movilidad de autocuidado, como lo nombra él, o una movilidad de afectos, como lo nombro yo, era la confortabilidad: la comodidad de un espacio seguro que nos permita ser conscientes de nosotros mismos para poder ser empáticos con los demás, y viceversa. 

Por otro lado, el informe “Moverse en GDL” de 2022, por parte de del Observatorio Ciudadano Jalisco, cómo vamos, cuestiona la percepción de las personas sobre la calidad de vida con relación a su medio de transporte.

En los informes pasados hay apartados sobre infraestructuras, movilidades de cuidados, de trabajo doméstico, de bienestar y calidad de vida, de seguridad, y de confort, entre otros, pero se quedan cortos ante la profundidad de una realidad más compleja: cómo nos sentimos en los distintos transportes que nos mueven en nuestra ciudad.

IV. Urbanismo para personas

Triana Zepeda, fundadora del colectivo Transeúntas y con un extenso trabajo sobre la manera en la que las personas habitan la ciudad, nos sugiere pensar el urbanismo afectivo y nuestra ciudad también desde la pertenencia y permanencia. Con una perspectiva de género, menciona cómo las ciudades fueron creadas por hombres sin tener en cuenta las necesidades de las mujeres y otras disidencias que también habitaban la ciudad. Esta forma de centralizar las ciudades para la producción: trabajo, comercialización, transporte público; y de mandar a las periferias lo reproductivo: mujeres, hogar, trabajo doméstico, viene desde la creación de urbes en Estados Unidos. Las mujeres se quedaban en la casa haciendo los trabajos de cuidado, y los hombres ocupaban el espacio público cuando se transportaban e iban a trabajar. Las mujeres no fueron contempladas, sino que fueron separadas del espacio público y, por lo tanto, nuestras necesidades no fueron cubiertas. 

“Los hombres no son las únicas personas habitando las ciudades”.

Triana también menciona esta visión androcentrista ligada a la antropocentrista, las cuales ponen sobre la mesa la discusión de que los humanos no somos los únicos habitando el planeta y las ciudades. “Se diseñaron ciudades y sistemas pensando en un solo género [hombres cisgénero], en un tipo de cuerpo, en un tipo de movilidad [coche]. Lo que hace el ecofeminismo es también tomar en cuenta las otras especies”.

Para Triana, la planeación urbana se trata de un urbanismo con perspectiva de género y de diversidad. Puntualiza que, aunque se asocie a los estudios de género solo con las perspectivas femeninas, en realidad no es así: el urbanismo de género abarca a una pluralidad de personas.

“Lo afectivo siempre tiene relación con lo femenino. Sabemos que el patriarcado o el sistema también violenta a los hombres al arrebatarles esta conexión con sus emociones. Es muy difícil ver llorar a un hombre y menos verlo llorar en el tren, en el transporte público o en el espacio público, porque siempre es algo que se conecta con las mujeres, con lo sensible”

Sin embargo, también es importante dimensionar las distintas arterias que problematizan cada contexto, como el ser mujer y cruzar una ciudad que te vulnera, revictimiza y te agrede: 

“El cuidado es algo que se nos ha inculcado al nacer por los roles de género: cuidar de lxs demás y cuidar de nosotras mismas, porque podemos ser violentadas o acosadas en cualquier momento. Nos enseñan a cuidarnos desde chiquitas: ’no vayas por ahí’ y ’no te pongas eso’. Se nos inculca el cuidado, va con nuestro género, con nuestra identidad de género, con nuestro sexo genérico, el cuidado ya para nosotras es fundamental. No solo cuidamos de nosotras mismas, sino, hablando de la movilidad y urbanismo del cuidado, sabemos que nos toca cuidarnos [entre todas]”.

A veces también eso es cansado, confiesa. “Solo quisiera andar por la vida o contemplar la ciudad, pero tenemos que cuidar siempre”. Si no se está cuidando a alguien, se tiene que cuidarse a una misma. El cuidado, entonces, es crucial: “Ya no podemos no tomar acciones o estrategias que no vengan desde el cuidado. Aunque también hay que pensar que es una tarea no remunerada”.

Y a pesar de, resiste: “Al no incorporar nuestras necesidades o al no tener un lugar en el diseño para nosotras, hacemos cosas y siempre hemos hecho cosas. Las mujeres siempre hemos estado históricamente ahí detrás de los hombres pidiendo un lugar, exigiendo un espacio”. Triana, desde el colectivo y en otros ámbitos de su vida, siempre busca la colectividad. “Me superan muchas cosas por parte del sistema y a este no le conviene que hagamos colectividad y comunidad, entonces siempre lo hacemos todo en colectivo y con muchos afectos”. 

La decisión política consciente no se queda atrás: “Desde ahí también me sostengo y al poner el cuerpo al centro y en caminatas, marchas e incomodar, es cuando ocupo los espacios públicos y sigo levantando la voz”.

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Un mobiliario digno para sentarnos y sentir; sentarnos y llorar; áreas con sombra y arbolado; señalética accesible para todas las personas; accesible para personas con discapacidad; mantenimiento de la infraestructura; vegetación; espacios sustentables y sostenibles; que los espacios y transporten tomen en cuenta la diversidad de corporalidades.  Estas características “ideales” para poder tener una ciudad que nos abrace y nos permita habitarla son esenciales para las dos propuestas principales a las que Triana nos introduce: pertenencia y permanencia. “Los espacios públicos que hay ahora no nos invitan a permanecer o pertenecer”. Cuando sabes que existe ese espacio de sombra, debajo del árbol y en el que te sientes cómodx, se crea un lugar de permanencia, un lugar de retorno y de seguridad. Te invita a quedarte y crear un vínculo: pertenecer(se). 

Para Triana, el punto perfecto para llorar en Guadalajara es el Parque Rojo. Por su conexión personal con este espacio, ella ha llorado, reído, enojado y frustrado entre sus árboles, sombras, columpios. Su rutina es: ponerse sus lentes, no le gusta ser cuestionada o que revictimicen su llanto, colocarse debajo de un árbol o en el área de juegos, en un columpio, y llora. “Y si hay infancias en los juegos no pasa nada, no hacen preguntas”.

También disfruta del llanto en las azoteas. Le gusta ver las estrellas, la ciudad, no hay tanto ruido. En la azotea puede contemplar las nubes y sentir que puede alcanzar el cielo.

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En Guadalajara, si bien todavía no hay espacios e infraestructura que nazcan desde la intención de lo afectivo, o no se han preguntado de qué manera lo afectivo también radica en la movilidad, si no es que en todos los ámbitos de nuestra vida, hay distintos grupos de disidencias, profesionales y colectivos que proponen visibilizar lo invisible. Caminar y reconocer. Observar e intervenir. 

En nuestra ciudad se llora por necesidad. Se hace cuando sea y donde toque. En lo oscuro o en la reserva de un espacio intransitado. Pensar las ciudades desde lo afectivo es abrir conversación para que las personas intervengan y habiten el espacio público.

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La calle es una arteria que respira con quienes la habitamos, la parada del camión es un santuario de descanso, con bancas que cobijan nuestro cansancio y con sombras que nos protegen del sol. Los hospitales tienen espacios de transición para el duelo, habitaciones donde la pérdida pueda ser contenida, no solo administrada. Los parques son ecosistemas de encuentros, no solo de tránsito; ahí los árboles son testigos de nuestros abrazos, risas, enojos, besos y lágrimas. 

Las rutas del transporte público no medirían solo distancias, sino conexiones: el tiempo que una persona necesita para elaborar su tristeza, el espacio para que un desconocido pueda consolar a otro sin que sea invasivo. 

Nuestras banquetas serían territorios de intimidad pública, donde caminar no sea mecánico, sino un ritual de reconocimiento. Cada esquina tendría la posibilidad de ser un lugar donde detenerse, sentir y transformar.

Los muros ya no nos separarían, sino que nos contendrían, nos abrazarían. Los espacios ya no medirían su valor por su eficiencia, sino por su capacidad de cuidar, acoger, de permitir que lo vulnerable sea también una forma de fortaleza.

Una ciudad pensada desde lo afectivo es una ciudad que entienda que cada persona que la transita y la habita no es solo un cuerpo que se mueve, sino que también es un territorio de emociones en constante transformación. Es reconocer que lo público no es lo opuesto a lo íntimo, sino su extensión más generosa. Es comprender que cada lágrima derramada en una esquina, cada abrazo en una plaza, cada risa en un vagón, cada suspiro en una parada de camión, es también una declaración política de que existimos más allá de la productividad, más acá de la soledad.

Guadalajara no necesita más espacios, necesita territorios. Territorios donde el afecto no sea un lujo, sino un derecho. Donde llorar no sea una fragilidad, sino una fuerza. Donde cada persona pueda sentirse contenida, no solo transportada.

El afecto, en Guadalajara, será público. No como una promesa, sino como una revolución en construcción.

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