La lealtad democrática y Reyes Rodríguez 

El magistrado Reyes Rodríguez es un demócrata de una pieza. Sin embargo, le tocó vivir la etapa de las deslealtades democráticas, un gran defecto de las y los políticos en nuestra era y en nuestro país. 

Reyes Rodríguez había conducido una política de austeridad y de no polarización con el Poder Ejecutivo, había entendido que el camino de la polarización tóxica que ronda en el ambiente político no era el ideal para la estabilidad del proceso electoral; ante las críticas y ataques, propuso un presupuesto austero reduciendo gastos innecesarios y superfluos y se concentró en el correcto y eficaz funcionamiento de todo el Tribunal con sus seis Salas a lo largo de México. No obstante, esa actitud reconciliadora y de altura política pareció insuficiente. 

Y es que propósito de perfidias coyunturales y políticas, Lorenzo Córdova, en su libro Los retos de la democracia mexicana rumbo al 2024 –recientemente publicado por el Instituto Electoral y de Participación Ciudadana del estado de Jalisco–, señala tres errores que cometió desde la presidencia del INE, uno de ellos, lo describe así: “confiar en la lealtad democrática de los actores políticos… esa, muchas veces, deja mucho qué desear.”

Durante varios días he pensado que las crisis institucionales y los vacíos democráticos de las circunstancias políticas de los tiempos recientes tienen una relación directa con la falta de lealtad democrática, esa que deja mucho que desear, según Lorenzo Córdova.

Lealtad, dice Google, es un “sentimiento de respeto y fidelidad a los propios principios morales, a los compromisos establecidos o hacia alguien”. En este caso, hablamos de la lealtad hacia la democracia, hacia los acuerdos de la mayoría, de las normas, de la legalidad, de la imparcialidad, de la libertad, de la igualdad, de la elección democrática.

La coyuntura de Samuel García es un ejemplo claro de la falta de lealtad democrática de múltiples actores, de todos los colores, niveles y poderes: no respetar la mayoría expresada en las urnas, el mandato constitucional, el acuerdo político o la división de Poderes. Pero también la presión de tres magistraturas hacia Reyes Rodríguez por renunciar a la presidencia del Tribunal no es más que un síntoma de la deslealtad democrática de nuestra era. De hombres y mujeres capaces de perseguir otros intereses que no sean los democráticos con el único fin de cuidar los suyos, cuidarse y cuidar a otros.

Ver solo esos intereses individuales y no ver más allá de la frontera del cortoplacismo no es más que política miope y narcisista, no ver por encima de la circunstancia personal o del interés particular en el servicio público y más en un cargo como el de magistrada o magistrado electoral del máximo tribunal del país resulta dramático, tanto, que hasta el adjetivo desleal, dice poco. No ver los impactos de sus actos en el desarrollo de la jornada electoral del 2 de junio o la calificación de dicha elección en octubre o noviembre, parece de una ceguera democrática de nivel trágico. 

Si volteamos a cualquiera de los ángulos de la arena pública podemos encontrar que la deslealtad democrática es una actitud constante y recurrente en los actos políticos, desde la violación sistemática de las reglas electorales hasta no respetar el plazo de un mandato, un acuerdo político o hasta el proceso de ratificación de una fiscal y el nombramiento de una ministra de la Corte. 

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La congruencia y la integridad políticas deben promoverse como un principio de todos los códigos de ética en la función pública, esos que establecen la brújula moral del actuar en el servicio público donde se enlistan la honestidad, responsabilidad, legalidad o máxima publicidad como principios, pero no se dice nada sobre la lealtad democrática. Es sin duda, una cualidad que se debe adquirir en la función pública, ser fiel y respetuoso a los valores democráticos, privilegiar los intereses de la mayoría y de lo colectivo por encima de los individuales. 

Esa lealtad democrática es la que llevó al magistrado Reyes a renunciar, según lo explica la motivación de su carta publicada en X, antes Twitter, que, dicho sea de paso, fue de ese lugar donde el magistrado decidió autoexiliarse en 2021 después de ser hackeado con un mensaje de odio en contra del presidente; volvió al lugar del odio digital, para dar una muestra de reconciliación y de estatura política, porque, como es sabido, en política la forma es fondo. En su carta motiva su renuncia al señalarla “privilegiando mi compromiso con la institución y con la estabilidad política que demanda el actual proceso electoral”. Es decir, en medio del torbellino provocado en el Tribunal, Reyes decidió apelar a la lealtad democrática, a esa que sus contrapartes olvidaron en el cajón de los intereses particulares. 

Hace unos días, en el marco de la FIL, el magistrado Reyes recordaba a Bernard Crick en su ensayo sobre la defensa de la política: “hay que salir en defensa de la política porque es esencial para mantener la paz y la cohesión social” y remató en una especie de premonición: “la defensa de la democracia es una construcción que requiere de todos y todas, desde el más alto funcionario hasta el ciudadano funcionario de casilla”. La democracia requiere de personas que tomen como estilo de vida la lealtad democrática; esa que Reyes comunica con cada acto y que extrañaremos en la presidencia del Tribunal. 

 

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