Feminismo transfóbico + Psicología = Terapias de conversión

Por Láurel Miranda

La primera vez que acudí a atención psicológica tenía 15 años, acababa de salir del clóset como hombre cisgénero homosexual y alguno de mis padres sugirió que sería buena idea que alguien “me orientara”. La palabra “orientación” quería decir, sin embargo, que me regresaran al buen camino de la heterosexualidad. Para ese entonces, afortunadamente, yo ya sabía que unx profesional de la psicología no me haría desistir de mi orientación sexual sino que me apoyaría a encontrar mi propia aceptación. Y así ocurrió. Lo que no veía venir es que al relatarle mi historia de abuso sexual entre los 7 y 8 años, lx psicólogx me cuestionara si había disfrutado las relaciones (no, no es broma) y, de no ser así, por qué no había alzado la voz para pedirle a mis padres denunciar a mi agresor. La cereza en el pastel fue que dijo algo así como que debido a mi silencio probablemente mi agresor habría abusado ya de otras personas.

¿Por qué les cuento todo esto? Bueno, pues porque me parece sumamente delicada la labor que realizan lxs profesionales de la psicología. Delicada en el sentido de que se requiere conocimiento, tacto y empatía para abordar las distintas situaciones que pudiera estar atravesando su paciente: en el caso antes descrito, de nada sirvió que mi terapeuta tuviera un buen entendimiento de las distintas orientaciones sexuales, pero no así del abuso sexual (infantil, además). Desafortunadamente aún en nuestros días hay psicólogxs que al ejercer su actividad profesional parten de sus prejuicios y no del conocimiento, ética y respeto a los derechos humanos. 

Terapias de conversión, Ecosig

Aunque mucho se ha hablado sobre las llamadas terapias de conversión (o esfuerzos para corregir la orientación sexual e identidad de género), al punto de que éstas sean castigadas en la Ciudad de México, parece ser que la discusión no ha sido suficiente: me disculparán mis compañeres LGB, pero esta vez quisiera concentrarme en lo peligrosas que pueden llegar a ser este tipo de torturas (porque lo son) entre las poblaciones trans.

Decíamos en este mismo espacio que existe un feminismo excluyente cuyo discurso se opone a la autonomía corporal de las personas y que, en ese sentido, busca restringir la capacidad de decisión de aquellos cuerpos e identidades que lee como “incorrectos” o, para decirlo en sus palabras, como “agentes reproductores del patriarcado”: hablamos, por supuesto, de personas trans y no binarias, pero también de trabajadoras sexuales o aquellas mujeres que deciden recurrir a la práctica de subrogación de vientre. Me parece sumamente grave, sin embargo, que este feminismo plagado de prejuicios e ideas que se asemejan a las de la derecha más conservadora, sea la directriz desde donde algunxs psicológxs ejercen su profesión. 

Para quienes no estén familiarizadxs con el problema, lo describo brevemente: desde el feminismo radical transexcluyente se considera que no existen las personas trans, por lo que a las mujeres trans siempre se nos lee como hombres; en tanto, a los hombres trans se les entiende como mujeres confundidas ante una profunda misoginia interiorizada que les lleva a rechazar su identidad como mujer para intentar acceder a los privilegios masculinos a partir de una transición de género.

La violencia contra las transmasculinidades

¿Qué pasa entonces si mezclamos el feminismo radical transexcluyente con la psicología? Bien, pues tenemos a pseudoterapeutas intentando convencer a sus pacientes de que no son personas trans: particularmente a los hombres trans, porque vale decir, en tanto que estas psicólogas se identifican como feministas radicales sólo atienden a mujeres (u hombres trans, aunque se rehúsen a respetar su identidad sexogenérica). Al hablar del feminismo transexcluyente solemos referirnos mayoritariamente a las violencias que ejerce contra las mujeres trans, pero vale enfatizar que esta práctica, la de las terapias de conversión, es apenas una de las múltiples violencias que ejerce contra hombres trans. 

La visión de estas pseudoterapeutas es, además, limitada en lo que respecta al entendimiento de las diferencias entre orientación sexual e identidad de género. Convencidas de que las personas trans propiciaremos el borrado de mujeres heterosexuales y lesbianas (una teoría de conspiración tan descabellada como el terraplanismo), no pueden siquiera llegar a comprender que haya hombres trans homosexuales, es decir, que se sientan atraidos por hombres cisgénero o transgénero.

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De esta manera, su fobia ante las personas trans se sustenta en dos escenarios catastróficos: las mujeres trans terminaremos por invadir todos sus espacios, por violentarles físicamente, mientras que los hombres trans contribuirán a disminuir la población femenina, además de que impulsarán el uso de un lenguaje más inclusivo con el que se “borraría” palabras como “mujer”, “madre”, “maternidad” o “leche materna”. De ahí su rechazo tan contundente a que las leyes empleen construcciones más inclusivas como “persona gestante”, es decir, toda aquella corporalidad que sin importar su identidad de género, tiene la capacidad de procrear. ¿Por qué importa que dicha categoría sea incorporada en las leyes (sin necesidad de eliminar la categoría mujer)? Bien, por el simple hecho de que también hombres trans o personas transmasculinas deben tener acceso a derechos como aborto seguro o una menstruación digna.

En la Ciudad de México, las terapias de conversión han sido rebautizadas como Esfuerzos para Corregir la Orientación Sexual e Identidad de Género (Ecosig) y son castigadas con penas que van de los dos a los cinco años de prisión y de 50 a 100 horas de trabajo comunitario. En España, a la par de la discusión sobre la Ley Trans también se promueve la Ley LGBTI, que contempla multas de hasta 3.7 millones de pesos para quienes realicen este tipo de prácticas. ¿Qué necesitamos en México para que estas torturas contra la comunidad LGBTI sean castigadas a lo largo y ancho de todo el país?, pero sobre todo, ¿qué necesitamos para que más allá de recurrir a prácticas punitivistas seamos una sociedad que respete la autonomía corporal y la libre autodeterminación de género de las personas en todas sus edades?

No sé cuál sea la respuesta más adecuada, lo que sí sé es que, cuando menos, necesitamos psicología consciente* y feminismos libres de odio. 

*Pueden consultar aquí la Guía de referencia para profesionales de la salud mental en el combate a los Ecosig, promovido y elaborado por la UNODC, el Copred, la UNAM y Yaaj AC.

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