La opinión pública como juguete

“Disfrutamos del confort de la opinión sin las dificultades del pensar”.
John F. Kennedy

Una tarde de verano cualquiera, un pequeño niño juega con un juguete que su padre le ha traído después de trabajar. Al cabo de unos días, el pequeño ha utilizado hasta saciarse el diminuto automóvil que fungió en sus imaginaciones como patrulla de policía, carro de ladrones, auto de carreras y quizá, hasta nave espacial. Después de transcurridos dichos días, el padre de Nachito ha decidido traerle otro regalo: una pelota. Como le parece imposible emparentar un juego con el auto y la pelota, el pequeño deja a un lado el primer obsequio y ocupa su actividad al usar la pelota. El automóvil no verá la luz de sol, y quién sabe, quizá la pelota sufra el mismo destino que el primer objeto de entretenimiento, arrumbamiento por la emoción del próximo objeto lúdico, de lo nuevo.

¿No se parece la historia anterior a la forma en que actualmente se consume información en las redes? ¿No es la información ya un objeto de uso que puede desgastarse en la medida que pasa el momento coyuntural? La “comentocracia” -como se le ha atinado a llamar a esta nueva forma de construir opiniones- ha llegado para quedarse por un buen tiempo. La sociedad está en un punto donde no se necesita ser experto en el un tema para poder ofrecer una opinión; es más, podría decirse que la máxima progresista que reza, “Respeto tu opinión, porque todas las opiniones son válidas”, ha devenido en un conformismo informativo y falta de conciencia. Esto no quiere decir que el derecho a opinar debería delegarse a un selecto grupo de personas convertidas en oráculos de la verdad, sino que más bien habría que preguntarnos, ¿En verdad todas las opiniones son válidas? ¿En qué radica la validez de una opinión? o la pregunta más profunda, ¿Quién nos donó el derecho de imponer nuestra verdad?

Parece ser que el ciudadano moderno ha olvidado que el derecho a opinar es una libertad fundacional que nace a partir de la capacidad de poder entablar una conversación con un otro, de poder intercambiar puntos de vista y que esta conversación verse sobre lo más banal hasta niveles de abstracción dignas de publicarse en una gaceta.

Dicho derecho de opinar no es algo que exista en la naturaleza; el hombre moderno nace en un contexto donde las conquistas ganadas en épocas pasadas como la Ilustración y los siglos XIX y XX parecen verse como cosas nuestras, como algo que por derecho de nacimiento se nos dona, es decir, se cree que la racionalidad es una capacidad natural establecida y que por el sólo hecho de ser “modernos” o “contemporáneos” ya la estamos ejerciendo. La noticia es que efectivamente el ser humano tiene capacidades racionales, pero éstas se tienen que desarrollar, y como toda aptitud se puede desgastar o estancar. Somos racionales en cuanto ejercemos libremente serlo y no sólo por creer que lo somos.

Con la proliferación de las nuevas tecnologías de la información y comunicación, han explotado diversos fenómenos en torno a la construcción del ciudadano. Se han masificado a tal grado que ahora tener conexión se ha convertido en una necesidad de primer orden y al mismo tiempo derivan otras necesidades, como la de mantenerse “informado”. Un sujeto cualquiera ahora tiene la posibilidad de adentrarse a un mundo complejo.

La opinión pública es uno de los fenómenos más trastocados con la masificación de las mencionadas nuevas tecnologías. Hace 30 años, quienes cumplían la función de conformar la opinión que una sociedad tenía sobre alguna realidad eran los medios masivos, ¿Quién no ha dicho: “Esto pasó así. Lo dijeron ayer en la noticias”?; aún se puede afirmar que existe ese Pater Familia masivo que por el noticiario de las 10 nos ayuda a construir una opinión más o menos válida y articulada para al día siguiente comentar en la sobremesa sobre el caso de corrupción más reciente.

En la última semana han circulado informaciones variadas sobre lo que ocurre en Oaxaca, y como todo fenómeno social en la era de la conectividad, no pudo pasar desapercibida por quienes rellenan su ocio con el nuevo deporte nacional: “el comentarismo”. Y así, como si se tratara de una actividad recreativa, un juego de roles, el ciudadano con sus cartas bajo la manga comienza la partida en el tablero de las redes sociales. Como todo juego que puede repetirse incontable número de veces, pero con configuraciones distintas, existen reglas y mecanismos de acción para que se lleve acabo satisfactoriamente.

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Hay ocasiones, como esta semana, en que la Red se encuentra plagada de representaciones de un hecho. El usuario común de redes sociales, tiene dos modos de accionar: la primera consiste en diferenciar entre el consumo de información del hecho de informarse; el consumir información no asegura que el sujeto sea una persona informada – cualquiera puede consumir donas toda la vida y no por eso estar nutrido -, consumir es “acabar” y cuando algo se acaba, se desecha. En segundo lugar, quien sea informado, sopesará lo que encuentre o busque en su diario navegar por la Red. Quien sólo consuma se limitará a reproducir un discurso por medio de compartirlo, y se quedará estancado en la acción vacía de hacer visible su aceptación o rechazo y juguetear con lo que se le presenta en sus ratos de ocio.

Las coyunturas políticas, culturales, sociales y de toda índole pública sirven como momentos en los cuales es posible salir a jugar al progresista, al neoliberal o cualquier postura ideológica que se se encuentre en boga, salir a jugar al ágora que representan las redes sociales. Las corrientes que pasan frente a los usuarios, pocas veces están regidas por la racionalidad y la crítica; en cambio, su génesis se parece más a la rabieta burlona de un grupo de niños que al ver que la maestra ha salido del salón, quieren hacer uso de ese momento de libertad, pero al no encontrar algo de provecho que hacer, intuyen que no queda más que divertirse y subirse encima de los pupitres, hasta que vuelva la maestra y todo siga su curso que el mundo se acomode mientras yo juego a que me importa la libertad.

La opinión pública es un juguete que sirve de miles de formas, justo como el auto de Nachito; es cómoda en un mundo donde las incorrecciones políticas ya se revisten de correcciones, y viceversa; donde el fenómeno más atroz sólo tiene impacto en la medida en que se le puede hacer mofa y arrojar opiniones vacías a diestra y siniestra, que al fin y al cabo, las dos pueden dar click de la misma manera.

Jugamos el juego de la opinión, como otrora se jugaba a la rayuela o a la roña: “Tú las traes”, “¿Qué traigo?”, “No sé…”, y no sé porque poco importa lo que haya de verdad en la opinión, en el hecho, en quién lo diga, sino importa para qué me pueda servir a mí de entretención. Y como todo juego que pierde su magia por falta de inventiva y lógica, la opinión también se acaba, aburre, y lo que hace 72 horas me causaba indignación o una carita triste en mi muro de Facebook, ahora es sólo es algo aburrido que quedará en el archivo de las cosas que me divirtieron alguna vez, alguna vez que es diario. Así vemos protestas descafeinadas y sin sentido, con un velo que cubre la intuición emocional del hombre moderno y que la disfraza de racionalidad.

Hoy, Nachito se ha cansado de jugar con memes sobre un tlacuache volador, se cansó de sacarle provecho lúdico a la situación de violencia y el mal sistema educativo en México. Quizá mañana toque otra partida con otro hecho, con otra masacre, con otro meme que nosotros mismos le proveeremos al pequeño niño moderno, o la misma televisión le proveerá a este ciudadano que parece no se cansa de opinar. Nachito espera a la próxima #LadyAlgo en forma de pelota, y quién sabe, quizá la nueva carta de opinión le genere más likes y gane.

Lamentablemente, puede que los fenómenos que le atañen a una sociedad en su conjunto, queden arrumbados en una repisa llena de otros objetos que en su momento nos causaron tantas risas y júbilo, y así como cuando salimos a jugar, el ciudadano se cansa, se mete a casa y espera a que mañana, en otra tarde de verano, pueda volver a salir a jugar a que con su opinión el mundo será un lugar mejor.

Sabemos que ni las opiniones informadas ni las escuetas van a cambiar el mundo, pero vaya, hagamos del acto libre de opinar, más que un juego, una práctica informada, porque es el primer paso para la comprensión del mundo y de los problemas.

El juego se consume, aburre porque se acaba y acaba porque aburre…. ¿En qué otro nuevo hecho social ocuparé mi aburrimiento y desgaste informativo?

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