Machismo y abuso sexual infantil: una relación simbiótica

Breve contexto para quien viene llegando: el 23 de abril de 2016, Estefanía Vela y Catalina Ruiz-Navarro, a través de su cuenta de twitter @e_stereotipas, lanzaron una campaña para compartir la primera experiencia de acoso que las mujeres hubieran tenido a través del hashtag #MiPrimerAcoso1. Desde ese momento hasta hoy, 27 de abril, los tuits, estados de facebook, posts en blogs (y demás) usando el hashtag no han parado; miles de mujeres han decidido compartir sus historias de acoso de forma pública, a veces denunciando a desconocidos, a veces a la propia familia o personas cercanas, en un acto de valentía sin precedentes, muchas veces compartiendo su experiencia por primera vez a través de esta campaña. Todo esto, en el marco de la Movilización nacional contra las violencias machistas, realizada el 24 de abril.

Los resultados de la campaña han sido abrumadores. Basta con meterse unos minutos en el hashtag para comprobar que las historias son horrorosas, y nos presentan nueva evidencia (como si no la conociéramos, como si no hubiéramos pasado siglos negándola) del abuso sistemático que todas las mujeres han experimentado a lo largo de su vida, casi como si el acoso fuera inseparable de la condición de ser mujer. Además, la campaña tiene otro rasgo que me parece importantísimo: quizás el hashtag #MiPrimerAcoso sea una de las bases de datos más grandes sobre primeras experiencias de las que se dispone en el país2.

De la información que se puede notar a botepronto en #MiPrimerAcoso, saltan varios aspectos: acoso generalizado por parte de algún familiar, exhibicionismo en vía pública por algún desconocido, chantajes emocionales y sexuales disfrazados de juegos o de muestras de amor. Hay, de entre todos, un rasgo que, a pesar de lo evidente, me parece que no ha tenido la suficiente atención, y es la edad al momento de recibir el primer acto de acoso. Catalina Ruiz-Navarro ya había mencionado, en una nota para Vice3, que la edad promedio en que una mujer comienza a ser acosada por un hombre podría estar rondando los 7 años. Esta suposición fue confirmada posteriormente por Adrián Santurio, quien, usando un algoritmo aplicado al hashtag, determinó que la mayoría de las mujeres habían recibido su primer acoso antes de los 18 años, y que el pico más alto de primera experiencia de acoso se encontraba entre los 5 y los 10 años.13

¿Nos dicen algo, estos testimonios, sobre la esencia del machismo y sus consecuentes acosadores? Yo creo que sí. Me atrevo a arrojar una hipótesis: el machismo tiende natural, quizás, inevitablemente, hacia el abuso sexual infantil.

Para explicar mi punto, me parece que antes habría que realizar dos aclaraciones respecto al fenómeno del abuso sexual infantil:

La primera aclaración tiene que ver con mirar al abusador como un ser patológico. Sería una conclusión ingenua (y reconozco que yo mismo caí en un principio en ella) el pensar que la gran cantidad de niñas abusadas que ha visibilizado el hashtag #MiPrimerAcoso se debe a un grupo reducido de pedófilos o a un incremento en la cantidad de enfermos mentales que cometen abuso (en realidad, es sabido desde hace tiempo que el abuso sexual infantil puede iniciar desde edades sorprendentemente cortas y que la gran mayoría de los abusadores son parte del círculo social inmediato de la víctima4; sin embargo, estos datos, al encontrarse casi exclusivamente dentro de textos académicos y no haber sido llevados al mainstream como con #MiPrimerAcoso, han sido poco mirados por la población en general). Es decir: patologizar conlleva el problema de que, al seguir mitificando la figura del abusador como un degenerado mental, no nos damos cuenta de que en realidad está entre todos nosotros, en nuestra cotidianidad.5 Una lectura más profunda de los testimonios nos lleva, más bien, a la conclusión de que lo que hay que mirar es lo generalizadas y normalizadas que son ciertas conductas que muchas personas no consideran como acoso. Cito de nuevo a Ruiz-Navarro en el artículo antes mencionado de Vice: “Los acosadores de estas miles y miles de historias no son “locos”, “raros”, “degenerados”, “asociales”, “excepcionales”; son hombres con los que interactuamos todos los días, nuestros amigos, nuestros familiares, nuestros tíos, nuestros hermanos, nuestros primos, nuestros papás, nuestros jefes, nuestros compañeros de clase”.

La segunda aclaración es una definición. Resulta problemático dar con una definición universal del abuso sexual infantil, sin embargo, la gran mayoría de los académicos coinciden en que esta se sostiene por dos aspectos principales: una amplia diferencia de edad y una posición de poder entre víctima y victimario6. Es decir: el abuso sexual de una niña es, ante todo, un acto violento de poder.

El placer que se obtiene por abusar sexualmente de una niña (sea como acoso, sea como toqueteo o violación) está cruzado forzosamente por la desigualdad de condiciones que existen entre el abusador y la niña en cuestión7. Como se aclaró antes, una menor nunca está en la misma posición de poder que un adulto, por lo que el goce obtenido del abuso está anclado necesariamente en este factor. Esta desigualdad también se traduce en otro problema: el consenso. Los relatos narrados en #MiPrimerAcoso nos demuestran que fuera por el miedo al castigo, por la relación que se sostenía con el agresor o por la parálisis de no saber cómo responder a la situación y tomar una decisión, el consenso entre la niña y adulto no existió.8 Los testimonios de pedófilos y abusadores confesos explican estos puntos. Por poner un ejemplo, el relatado por “Adam” en el reportaje “Tienes 16. Eres un pedófilo. No quieres herir a nadie. ¿Qué debes hacer?”9 publicado por Luke Malone en 2014, dice:

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“Cuando lo presioné sobre lo que encuentra más atractivo en un niño, él cambió de asiento en el coche de lado a lado y eventualmente logró decir: “Cuerpo pequeño, piernas sin vello, ya sabes, cosas como esas… como genitales pequeños”. Pero hay una fuerte atracción emocional, una potente idea de inocencia que, él explicó, es bastante más intoxicante que la anatomía. “Muchos de nosotros tienden a tener, creo, ideas irreales de los niños”, dijo. “Al modo de que son algo angelicales”. Esta pureza, me dijo, es lo que mantiene en jaque su urgencia por actuar por sus deseos. “Veo inocencia en niños que serían violados”, dijo.”

Es decir, tanto lo que representan las características físicas de las niñas (cabe hacer la aclaración: antes de la pubertad10), como las atribuciones que les hacemos a su personalidad, son los dos grandes motores que impulsan al abusador, mismos que se podrían resumir en un deseo de obtener placer a través de violar lo inocente. Ahora, ¿cómo se relaciona esto con el machismo y los hombres acosadores?11

El hombre ideal del machismo se ha construido a través de varias creencias y actitudes que buscan, ante todo, mantener una situación de poder.12 Además, se podría argumentar que este hombre ideal se construye también a través de la negación de aquellas personas que considera como “débiles” (y por lo tanto, sujetos a dominar): las mujeres, los niños y las niñas, y los homosexuales (según, claro, lo que el mismo machismo entiende por “mujer”, “niño” y “homosexual”). Tres expresiones cotidianas para demostrarlo rápidamente: “no seas nena”, cuando un hombre muestra sentimientos; “aguanta como hombre”, cuando un niño llora; “no seas puto”, si un hombre no es valiente.

Alrededor de estas tres negaciones, el machismo se ha aferrado de diversos recursos para sustentarse, mantener a los no-hombres en una posición social inferior y conservar su poder: la humillación sistemática, la desconfianza del testimonio de los otros, los estereotipos de género, etc. Todos estos recursos implican el uso de la violencia, la opresión y la coacción, y todos (y esto es clave) llevan consigo un sentimiento de satisfacción por parte del agresor, goce vinculado al ejercicio del poder sobre la vulnerabilidad. Entre estos recursos están el acoso y la violación.

Entonces, si pensamos que al abusador le atrae fundamentalmente la vulnerabilidad de sus víctimas (y que una niña representa una doble vulnerabilidad: ser infante y ser mujer), y que el machismo está sostenido por diversos recursos que implican ejercer violencia sobre la vulnerabilidad para obtener placer, no sorprende que consecuencia natural del machismo sean hombres que acosan y abusan de niñas de forma sistemática y normalizada.

Esto no significa, por supuesto, que todos los hombres sean abusadores. Pero las condiciones del machismo crean un caldo de cultivo inmejorable para ejercer el abuso, por lo que la línea que divide a los que lo ejercen de los que no lo hacen, es increíblemente delgada. Testimonios como los de #MiPrimerAcoso ponen la lupa sobre esa línea, mostrando lo que Catalina Ruiz-Navarro ya denunciaba en su conclusión: los abusadores no son los monstruos que hemos construido en nuestro imaginario colectivo, sino se encuentran entre familiares, trabajadores, conocidos que, por lo demás, son considerados “gente decente”.

Visibilizar las violencias, gritar testimonios, educarnos entre todos: acciones necesarias para que las terribles historias de acoso que las mujeres sufren día a día dejen de existir. Importante: la culpa del abuso siempre la tendrá el agresor. Es urgente: tenemos que deconstruir las masculinidades. Tenemos —debemos: porque sí, porque nos está dañando a todos— destruir el machismo.

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1Se puede seguir al hashtag por aquí: https://twitter.com/search?q=%23MiPrimerAcoso&src=typd

2Por supuesto, tomando en cuenta que es una muestra no aleatoria y que esta base de datos tiene sesgos: acceso a internet, nivel educativo, cercanía a las redes y cuentas que tienen interés por el tema, etc. Sin embargo, si se depuran los datos, no veo por qué no pueda usar usada como una referencia válida para hacer preguntas e incentivar más investigación.

3La nota se encuentra por aquí: http://www.vice.com/es_mx/read/miprimeracoso-la-historia-detras-del-trending-topic?platform=hootsuite

4Laumann et al. publicaron lo siguiente en su artículo de 1994 “The social organization of sexuality: Sexual practices in the United States“: sólo 7% de los abusadores en Estados Unidos eran desconocidos de la víctima, el resto, pertenecían a su círculo social inmediato (un sorprendente 29% fueron amigos de la familia, por ejemplo). Además, 33% de las niñas estudiadas que habían padecido abuso sexual infantil ocurrieron cuando la víctima tenía menos de 7 años, y un 40% adicional sucedió cuando las niñas tenían entre 7 y 10 años de edad.


5Esto se vuelve especialmente complicado cuando tomamos en cuenta que, de hecho, según los estándares del DSM-V (el manual oficial de psiquiatría de Estados Unidos que se usa también ampliamente en Latinoamérica), los abusadores referidos en el hashtag SÍ podrían caer en la definición de un pedófilo con trastorno mental, siendo que uno de los criterios para establecer el desorden es que deben “tener un deseo sexual o comportamiento que involucre angustia psicológica, daño o muerte de otra persona; o un deseo por comportamientos sexuales que involucren personas no dispuestas o personas que no estén en facultad de dar consentimiento legal” (traducción mía, tomada de aquí: http://www.huffingtonpost.com/2013/11/01/dsm-pedophilia-mental-disorder-paraphilia_n_4184878.html). A pesar de que no existe investigación suficiente para determinar que los acosadores a los que refiere el hashtag tienen este tipo de deseos, por lo menos de forma consciente (otro problema de la normalización del acoso), esto me lleva a pensar que los testimonios de #MiPrimerAcoso nos obligan también a cuestionar los criterios bajo los cuales se determina la pedofilia como enfermedad mental, tomando en cuenta que el primer criterio que se considera para nombrarla así es lo “anormal” de la conducta (desde las últimas revisiones del DSM-IV se consideraba que no todos los abusadores padecían un trastorno, sin embargo, sus definiciones aun parecen insuficientes). #MiPrimerAcoso evidencia que el abuso sexual infantil no es una conducta esporádica, sino generalizada, sistemática, recurrente. ¿Podríamos decir, entonces, que la cantidad de pedófilos que existen en México son muchos más de los que pensábamos? ¿Si es una conducta normalizada podríamos seguir considerándola como enfermedad o tendríamos que tratarla como un mal estructural? ¿Cómo resolver este problema? Aunque esto es tema para otro ensayo, por  el momento yo invito a desconfiar de las definiciones oficiales de los trastornos de la mente, no olvidemos que el DSM dejó de considerar a la homosexualidad como enfermedad mental hasta 1973.

6La cantidad de investigadores que han intentado definir el abuso sexual infantil es muy amplia, por lo que, para propósitos de este ensayo, sólo recomendaré revisar las dos definiciones contenidas en estos folletos de la OMS: http://www.who.int/violence_injury_prevention/resources/publications/en/guidelines_chap7.pdf y http://apps.who.int/iris/bitstream/10665/98821/1/WHO_RHR_12.37_spa.pdf . Para una revisión más completa de la documentación existente, recomiendo revisar el libro “Sexualidad Humana” de Janet Shibley Hyde y John D. Delamater en las páginas 424 – 429.

7Por el tema del ensayo, hablaré de “niñas”, exclusivamente, sin embargo, la relación de poder aplica en cualquier infante, sea cual sea el género.

8Existe un intenso debate referente a si nuestra concepción de la pederastia y las relaciones adulto-niña no están también cruzadas por una mirada “adultocéntrica” de la infancia y el rechazo a que los niños tomen decisiones sobre su propio cuerpo. Si bien el debate es interesante e invita a replantearse la forma en que hemos construido históricamente nuestra concepción de la infancia y sus limitaciones, utilizarlo como argumento para justificar la pederastia es sumamente peligroso, pues la generalidad de los casos evidencian situaciones de abusos.


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9Traducido por mí, pueden encontrar la fuente original aquí: https://medium.com/matter/youre-16-youre-a-pedophile-you-dont-want-to-hurt-anyone-what-do-you-do-now-e11ce4b88bdb#.wlk3ubfmk

10Tomando en cuenta “pubertad” no como una edad específica, sino como la época en que se da la maduración de los órganos sexuales secundarios (vello público, tamaño del busto, tono de voz, entre otros).

11Además de lo escrito en el texto principal, creo importante aclarar este punto por otra razón: a diferencia del texto de Malone, no todos los pederastas suelen mostrar vergüenza ante sus actos y suelen culpar a la víctima, usando como argumento principal “ella me provocó” (sobre este punto, el de la culpabilización, Estefanía Vela Verba escribió un brillante artículo, aquí: http://www.eluniversal.com.mx/blogs/estefania-vela-barba/2016/04/15/culpando-la-victima ). Establecer que la relación entre pederasta-niña abusada es desigual sirve como argumento para destruir esa justificación de inmediato.

12Una fuente fácil de conseguir y que explica muy claramente esto es el libro “Feminismo para principiantes” de Nuria Varela, en su capítulo 13: “La Masculinidad””.

13Se puede encontrar la infografía que hizo Adrián, aquí: https://twitter.com/AdrianSantuario/status/731943557745938432

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3 comentarios

  1. Fernando Deveze
    14/06/2016 at 23:22 — Responder

    Claro por eso los hombres matan mas niños… o es machismo que las mujeres sean protegidas por matar a sus hijos? Tercera via son mierda chaira fanatica egresiva de Izquierda.

    • Are Zavala
      09/09/2016 at 23:26 — Responder

      Lo dices por el aborto o por qué? te recuerdo que esos no son niños, son fetos. Suena cruel pero es la realidad, no están matando personas, si no un ser no desarrollado que puede venir al mundo en un ambiente que no es apto para él, is bien no estoy de acuerdo con el aborto en todos los casos, decir que las mujeres estan matando a sus hijos es ir muy lejos.

      • Fernando Deveze
        16/09/2016 at 21:23 — Responder

        Investiga las estadísticas y leyes que protegen el asesinato de hijos por madres.

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