A las madres de aquí y de allá

“Sé que te encontraré. Así sea lo último que haga en esta vida, que sin ti no es vida. Tu mamá” -Graciela Pérez a su hija Milynali Piña

Hace tres o cuatro años me topé en internet con tres cartas de madres a sus hijos desaparecidos. Me costó mucho leerlas, pues no dejaba de pensar en mi propia madre y en lo que pasaría si yo desapareciera, de repente, como ellos. Lloré como niño, como lloré cuando leí por primera vez sobre la tortura sexual. Lloré y en ambos casos busqué el abrazo de mi madre. Lo tuve y lo tengo.

Las tres cartas fueron recopiladas como parte de un proyecto que ahora es un documental con reconocimiento internacional: Retratos de una búsqueda, de Alicia Calderón, que relata tres casos de madres de desaparecidos. Esas punzadas que sentí al leer las volví a conocer en la historia de Milynali en Geografía del dolor, y después, cuando vi el documental de Alicia.

Y entre punzada y punzada, pienso en la guardería ABC, cuyo séptimo aniversario llega en un mes, el 9 de junio: 49 niños muertos, 106 heridos. Pienso en las siete mujeres embarazadas asesinadas en la masacre de Acteal. Pienso en las madres de desaparecidos, del 26 de septiembre, pero también de todos los días. Pienso en las madres desaparecidas, como Leticia Galarza Campos, que fue detenida, torturada y desaparecida en mayo del 78. El recuento no terminaría, y no es casualidad.

Rita Segato ha reiterado que hay una relación muy especial entre los cuerpos de las mujeres y las nuevas formas de guerra. Las madres de desaparecidos dicen que este 10 de mayo no hay nada que celebrar, mientras que las feministas señalan que el día de las madres se instauró en 1922 como respuesta reaccionaria a las luchas de las mujeres por la planificación familiar y los métodos anticonceptivos: las luchas de las mujeres a decidir por sus cuerpos. Y es que lo que se juega en la maternidad excede la mera reproducción de la fuerza de trabajo. Esto conecta con los embarazos de mujeres violadas convertidos en una tortura reproductiva, una invasión del cuerpo como territorio llevada al extremo.

Pero si, como se ha dicho, las mujeres sostienen el mundo, también es en los vientres de estas madres donde se gestan los otros mundos que podemos hacer venir: las vidas nuevas, sus formas inéditas. “Y fue tu corazón mi primer tambor de guerra”, dice una hija a su madre, y es que las madres son “guerreras, mujeres de luz, agentes de cambio”, como dice Sanjuana Martínez:

“Ellas, madres sin hijos, son tantas, miles, millones. Llevan sus hijos a cuestas, en su alma, en su corazón combativo y amoroso. Las vemos en las calles, en las instituciones, en los juzgados, en las comisarías, buscando una respuesta, exigiendo justicia”.

Y así como las vemos en México, las vemos también en Turquía. Son ellas, Cumartesi Anneler: las madres de los sábados. Las que se han reunido ya más de quinientas veces, las que dejaron las calles en el 99 tras un ataque de la policía, pero volvieron a ellas en el 2009 y no paran. Vemos la vena que les viene de otro sur: las madres, las abuelas de la plaza de mayo, las que se encontraron con el nieto #119 apenas el año pasado. Y es que entre todo lo que sucede, hasta los poemas buscan a sus autores desaparecidos: hasta los textos los buscan o se escriben para buscarlos, y suelen ser las palabras de nuestras madres las que comienzan a escribirnos y con las que aprendemos a hablarnos.

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Sí, el primer pañuelo quizá fue un pañal: las abuelas de mayo son las madres de las bordadoras por la paz. De quienes toman este dolor y lo convierten en la potencia del pespunte, de quienes convierten las punzadas en puntadas. Tomemos la palabra cariñosa y combativa de estas madres: seamos hijos de su lucha. Tomemos con las madres la calle, los kioscos, cada espacio que podamos. Llenemos las calles de imágenes con los rostros de sus ausentes que son los nuestros, de listones verdes con sus nombres creciendo como el pasto junto a las flores en el asfalto.

Hoy descubrí que hasta el año pasado Alicia Calderón y otros seguían recopilando cartas de familiares que están expuestas en Canto a su amor desaparecido. Hoy quiero escribir a las madres de aquí y de allá lo que leo en una carta de una madre a su hijo: en lo más obscuro, te ves como una luz brillante.

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