Los acuerdos de San Andrés y la revolución imparable

Este martes 16 de Febrero se celebraron 20 años de la firma de los acuerdos de San Andrés y se condenó, por un gran sector de la sociedad organizada, el mismo periodo del incumplimiento de dichos acuerdos por parte del Estado. El hecho desnuda el compromiso de unos y la hipocresía de otros, pero es también un icono de la forma en la que se construye la autonomía que se entiende por fin como una exigencia propia, la de tomar la responsabilidad absoluta de nuestras vidas.

Aquella mesa histórica que reunía como nunca en nuestra historia a los principales actores políticos, organizaciones civiles, representantes del clero y los pueblos originarios, fue el parte aguas de la auténtica revolución del neozapatismo. No se podía esperar otra cosa del Gobierno, firmarlo todo, simular comprensión y maquillar acuerdos es la estrategia priista por antonomasia; desplegada en ese entonces para desarticular los causes legales que podían detener o pausar la imposición del modelo neoliberal que por medio del TLC entraba con toda su fuerza extractiva y acumuladora. Estrategia también para desactivar el oportunismo de aquellos que se sumaban a la causa indígena para fortalecer sus pretensiones de tomar el poder institucional, que en aquellos tiempos [antes de la supuesta transición de la primer década del nuevo siglo] todavía se presentaba como una viva esperanza y aplastar a las izquierdas que veían en los fusiles alzados en el Sur del país la chispa de una revolución armada.

San Andrés Larráinzar, Chiapas. 1995
San Andrés Larráinzar, Chiapas

En el seno de una guerra permanente [porque llamarla de “baja intensidad” es solo comprensible desde la comodidad de este escritorio] el EZLN fue obligado a organizar de manera unilateral las exigencias de aquellos acuerdos. A partir de entonces su proyecto fue cubrir cada necesidad de las comunidades zapatistas, aquellas que habían sido aplastadas por el poder hegemónico que literalmente les esclavizaba; vivienda, alimentación, salud, educación y cultura.

Pero el EZLN no solo viró hacia la autogestión, también se alzó como una de las más valiosas propuestas ideológicas de nuestros días, un ejército que habla de paz y no de guerra, que da vida y no muerte, que construye donde solo pretendían la destrucción. Los simbolismos del discurso zapatista, mayoritariamente en voz de Marcos, hoy Galeano, no pueden ser digeridos por los viejos intérpretes de la lucha política; para ellos todo es tomar el poder, para los movimientos autonómicos es crearlo. Una poética que se eleva desde la urgente enseñanza de las voces de aquellos que habían sido excluidos históricamente. Un canto que confronta la gris visión de la ideología dominante, que desde entonces camina ciega hacia la negación de lo Otro. Había nacido la autonomía, abrazada siempre a su máxima fundamental “Un Mundo donde quepan muchos Mundos”.

Esos muchos mundos se han alzado desde entonces en todas partes para caminar junto al zapatismo pero desde su propia historia. El discurso que por ser incomprensible alejaba a muchos, también hizo vibrar desde entonces los cuerpos de las nuevas generaciones que comprendieron que el incumplimiento de los acuerdos es política de Estado permanente. Es cierto que cada comunidad, cada espacio, cada proyecto que busque el camino de la autonomía deberá encontrar sus propias rutas, seguir dogmáticamente los caminos del EZLN sería una paradoja en esas tentativas y un fracaso seguro, dado que nos desarrollamos en entornos distintos. Las rutas no son caminos exclusivos, sino espacios de vinculación y retroalimentación y la escuelita zapatista es el mejor ejemplo de esto, abriéndose a quienes honestamente buscan herramientas para tomar las riendas de su propia existencia.

De ahí, del espacio más puro, de la conexión más profunda con nuestra tierra, debíamos traer a nuestros territorios las respuestas pero lo cierto es que llegaron más dudas. No es extraño que desde esa pertenencia se gesten las resistencias, que se de la vida por salvar los ríos y los bosques que corren por la médula de los pueblos originarios ¿Pero qué tenemos nosotros, los pálidos oídos que escuchan sus rugidos emergiendo de la Selva Lacandona, que nos recuerde nuestros orígenes? ¿Cómo podemos gestar autonomía desde un espacio urbanizado si aparentemente ninguna conexión sagrada nos impulsa? Antes que nada tenemos la palabra, la Sexta declaración de la Selva Lacandona que no es panfleto sino entrega, que enseña con la sencilla palabra la poderosa solidaridad, la humildad ávida de nuevos conocimientos y de brazos abiertos. Desde ahí, los colectivos, organizaciones e individuos que se identifican con los principios zapatistas, van tejiendo autonomía desde la tierra que de a poco se postra sobre nuestros pechos, que crece la vida donde antes había solo concreto inerte y nos unifica en la plena conciencia de lo que nos espera; amorosa libertad que crece indómita sobre las firmas de la muerte.

Termino con una consigna que es certeza hacia el futuro… ¡Que viva el Ejército Zapatista de Liberación Nacional!

Texto: Jesús Vergara | Imágenes: CGTChiapas

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