La princesa Leia y el despertar de Eros

La muerte de la princesa Leia ha estabilizado La Fuerza y desestabilizado las pulsiones de Eros

Con el deceso prematuro (apenas tenía 60 años) de Carrie Fisher ha concluido una parte de una etapa del cine. Fisher, Mark Hamill y Harrison Ford representan una trinidad que ha engendrado un culto tan íntimo como popular. Amparados bajo la religión de Star Wars, estos tres actores encarnaron a personajes que jamás podrán abandonar nuestras emociones más vitales. No importan a qué edad hayas visto las películas, éstas se adaptan a nuestra vida de la misma forma en que la selección natural desarrolló la gran melena de los leones.

Por supuesto hay quienes nunca han visto las películas, pera ellos mi más profundo respeto, pero su esnobismo o desinterés me parece tan repulsivo como aquellos que dicen con orgullo “yo jamás me enamorado de una prima”. Mojigatos del cine, y por extensión, de la vida. Éstos, los expulsados de un glorioso reino que comprende, hasta ahora, una travesía por más de insondables horas de viaje fílmico por el espacio exterior, sólo han vivido en un solo planeta.

Carrie Fisher, al darle vida a la princesa Leia, acompañó el despertar de Eros de innumerables adolescentes (hombres principalmente pero también mujeres) que encontraron en ella un símbolo de justicia. Sin enseñar la pechuga, al contrario, con un vestido que cubría todo lo esencial para el erotismo contemporáneo, demostró que las princesas son más sensuales en proporción a su valor y coraje. Quien no haya deseado ser salvado, en algún sueño de noche primaveral, por la heroína más pura de la galaxia se ha perdido de una parte fundamental de su experiencia erótica. Obviamente hablo en nombre de mi propio fanatismo heteropatriarcal (por decir de algún modo), no pretendo ofender, ni por supuesto excluir a nadie. Para mí Leia se convirtió en una pulsión erótica y en el nombre de un síndrome: la necesidad de ser salvado por la sensual heroína de una fantasía que incluía a la galaxia entera.

Sabemos que durante los dos episodios que se estrenaron de la saga (IV y V) no hubo bikini intergaláctico, en el episodio VI  mi Leia (perdón que me exprese de una forma tan posesiva), al ser capturada por el asqueroso y pervertido Jabba The Hutt, ofreció al cine la más grande fantasía erótica de todos los tiempo (en este artículo no voy a dilucidar el por qué de tan tremenda aseveración) tan sólo comparable a la fundación de un paradigma propio: el efecto Hutt, que describe la actividad febril de la mente de un ser que no posee órganos sexuales, y que por consiguiente, su orgasmo sea producido por la estimulación cognitiva. Al menos este paradigma fue muy recurrente en mi generación, los años noventa, hasta que dejamos de ser vírgenes.

Resultante redundante asevera que Eros es una  parte esencial de La Fuerza,  porque es una entidad que le da fuerza y equilibrio. Star Wars fue la continuación de los avatares de la  cólera del tremendo Aquiles. Canta Oh Musa mi delirio por la princesa Leia. Los filósofos actuales han asegurado que La Guerra de las Galaxias representa el último reducto de la democracia de las pasiones amenazada por el fascismo de la posmodernidad. Por supuesto, los intelectuales refieren que tal democracia sólo es posible a través del amor.

Es difícil para mí separar a la persona del personaje, tal vez soy uno de esos entes que ha basado su educación sentimental en una falsa apreciación de la literatura (hablo del cine también como literatura visual). Me confieso un mal lector, toda mi vida he creído que la princesa Leia interpretaba a Carrie Fisher para llevar una vida ordinaria. Por su doble papel, la amo y siento que su fallecimiento le ha dado cierta estabilidad a La Fuerza que durante el 2016 ha sido convulsa y está amenazada por la violencia de Trump y sus esbirros de la moral capitalista.

Tras la muerte de la princesa Leia, continúa un evento inmediato e impostergable: su renacimiento. Al renacer, la princesa se ha quedado más sola. Aislada en el pedestal de los íconos del cine, aislada en el corazón de miles de millones de fanáticos (y no tan fanáticos) de La Guerra de las Galaxias, aislada en La Fuerza, aislada en su propia inmortalidad. Se ama aquello que es inmortal, precisamente por ser eso. Dejamos de amar, porque consideramos que aquello que veneramos ha dejado su aura inmortal. El amor en nuestra galaxia es erotismo y muerte. Las pulsiones eróticas, como señaló Freud, se miden en la escala Leia.

 

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