Los jóvenes ante el estudio y el trabajo

Desde los años noventa del Siglo XX apareció en el debate público la circunstancia en que viven millones de personas jóvenes en nuestro país, que se sintetizó en la doble condición de no trabajar y no estudiar. El tema resultó por demás prolífico en análisis de toda índole, en posicionamientos de los partidos políticos y en una serie de políticas públicas con las cuales el Gobierno Federal y los gobiernos de los estados trataron y tratan de responder a este desafío social, etario, y necesariamente económico. El tema no es menor porque como se sabe las contradicciones sociales, los esquemas de desigualdad social y la diferencia en el acceso a las oportunidades tienden a concentrarse en los grupos más débiles y vulnerables de una sociedad. Lo que genera la diferencia en el acceso a las oportunidades resulta de la eficacia que tengan los gobiernos para que sus políticas y programas incorporen a las personas jóvenes al desarrollo personal y colectivo.

Los llamados “NINI” pasaron a incorporarse al debate político del siglo XXI a través de un acrónimo que se puso por así decirlo de moda en el año 2009 para designar a un segmento de la población que “ni estudia ni trabaja” pero que tampoco intentaba buscar una nueva condición ya que, en términos generales, ha perdido la esperanza en el modelo capitalista, esto de acuerdo con la propia definición del Instituto Mexicano de la Juventud (IMJ). Hasta aquí, esta descripción antes que definición, encierra una postura de hondas repercusiones, que de ser cierta o parcialmente cierta nos coloca ante un desafío mayor en sociedad. El que mujeres y hombres jóvenes perciban o asuman percibir que en el futuro no hay esperanza nos conduce por avenidas por demás complejas que van del nihilismo a la anarquía, pasando por el desencanto y el vacío de sentido, quizá habría de generarse un estudio robusto y de mayor calado para poder plantear una aseveración de esta magnitud pues se trata de un dilema mayor. De acuerdo a cifras del Instituto INJUVE son 7 millones de personas las que tienen estas características.

Por otra parte, el documento de Trabajo que efectuó el Centro de Estudios Económicos del Colegio de México denominado ¿Quiénes son los NINIs? Indica que la definición “Nini” es compleja, de ahí que se proponga una tipología de cuatro criterios excluyentes que son: 1) catalogar a individuo como únicamente estudiante, 2) Individuo que es únicamente trabajador, 3) El individuo puede trabajar y estudiar simultáneamente y 4) Individuo –que- declara no estudiar y trabajar. Esta última es la considerada específicamente dentro del estudio de análisis.

En el trabajo antes señalado se indica que el promedio “NINI” en 1990 era de 37.9%lo que equivalía a 9.1 millones y en 2010 fue de 28.9% que representó 8.6 millones. En suma y de modo muy concreto, en nuestro país más de ocho millones de personas jóvenes no estudian y no trabajan, en evidencia, tal situación representa un problema que debiera concentrar la atención para saber qué se hace como sociedad para generar mayores condiciones de equidad, inclusión, oportunidades y sobre todo para generar expectativas donde el futuro tenga sentido. En diversos estados del país los gobiernos se avocaron a construir más universidades, tecnológicos y preparatorias para enfrentar la demanda educativa, sin embargo, esta no ha sido la regla en el país, sin dejar de mencionar que en algunos casos la educación que se ofrece deja que desear.

Hoy en día se realizan diversos estudios para aproximarse más a esta dinámica que tiene características de carácter global. Uno de cada cinco jóvenes entre las edades de los 15 años y hasta los 24 en América Latina no estudian ni trabajan, en evidencia, el problema es transversal al continente, y también sucede en diferentes países europeos así como en los Estados Unidos. El estudio de Banco Mundial del año 2016 titulado “Ninis en América Latina. 20 millones de jóvenes en busca de oportunidades” relata que lo más frecuente respecto de este fenómeno se puede enunciar de la siguiente manera:

1. Son jóvenes entre los 15 y los 24 años de edad, las cifras oficiales del reporte comunicaron que uno de cada cinco jóvenes entre esas edades no estudian ni trabajan.

2. Casi el 60% de los NINI proviene de hogares pobres o vulnerables.

3. Las mujeres representan dos terceras partes de este grupo etario, lo que conlleva una distribución inequitativa del empleo y la remuneración impidiendo la redistribución de la riqueza. La mayoría de estas mujeres no han terminado la secundaria, y está igual asociado al matrimonio antes de los 18 años así como al embarazo en la adolescencia.

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4. La forma más frecuente de convertirse en “nini” se halla en la deserción escolar para incorporar las filas del mercado laboral, que casi siempre es informal, y la falta de posibilidades de hallar uno de tipo formal por falta de formación educativa.

5. En algunas regiones el componente de inseguridad es clave, México por ejemplo, tiene cifras por encima de la media en América Latina, y esta situación se ve agravada por la presencia del crimen organizado a nivel general.

6. Se deben buscar soluciones para aprovechar de mejor manera el bono demográfico que se está dando en la región en donde el mayor porcentaje de la misma pertenece al rango de edad antes mencionado.

El estudio del Banco Mundial nos coloca en varias de las coordenadas de las cosas que vemos en las calles, pero nos brinda una dimensión mayor, en efecto, el sesenta por ciento de los NINIS son pobres, dos tercios son mujeres, la deserción escolar es una fuente de esta condición, como también lo es el embarazo no planeado, de modo tal que la feminización de la pobreza ahora se reproduce en esta condición de los llamados NINI. Pero convendría detenerse un momento y analizar qué sucede con el cuarenta por ciento que no son pobres, que sucede en esa otra dimensión de lo social donde la oportunidad pareciera no caminar de la mano con la incorporación al estudio y al trabajo.

Para nuestro país, la incorporación de jóvenes a las filas de la delincuencia organizada y no organizada ha sido una constante en los últimos treinta años, y se ha recrudecido en los últimos diez, en varios casos la delincuencia es una salida a las condiciones de marginación en que viven las personas jóvenes, pero en otras, esto no puede afirmarse. El reclutamiento de personas jóvenes en la delincuencia obedece a varios factores que van desde la incorporación forzosa hasta un sistema de expectativas atravesado por factores culturales locales y regionales donde la delincuencia es una opción de vida con grados de reconocimiento social. Se trata entonces de circunstancias donde el enriquecimiento súbito, y hasta la carrera criminal se convierten en factores aspiracionales, sobra decir que asistimos a un fracaso ético donde la ciudadanía es capaz de abrir espacios de aceptación en función del dinero, como sinónimo de prestigio y pertenencia social; en suma la monetarización de las relaciones humanas hoy nos muestra su lado más obscuro.

Necesitamos una nueva generación de políticas públicas para los jóvenes que sean capacidades de ofrecer expectativas. Los núcleos del trabajo y la educación que definen a toda sociedad moderna, necesitan actualizarse para ofrecer opciones distintas, sobre todo se requiere un esfuerzo de familias, comunidades y grupos sociales organizados, empezando por desterrar esa esfera de representación en que el delincuente aparece como una especie de estrella de cine, a veces se olvida que estos grupos y personas se dedican por años al asesinato atroz, a envenenar a su propia patria y a generar sistemas de subordinación basados en el dinero, donde cada centavo expresa una tragedia familiar y colectiva.

Los jóvenes son presente y son futuro, su energía, capacidades y fortaleza son fuentes mayores para una mejor nación, de ahí la necesidad de renovar el entramado ético, jurídico e institucional, así como de ofrecer condiciones para que cada persona pueda elegir un proyecto de vida en libertad y realizarlo en condiciones de dignidad y equidad. Se dice fácil, pero no lo es, se trata en el fondo de cómo nuestras instituciones en el gobierno y en la vida social concreta son capaces de ordenarse bajo principios de justicia.

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