Bill Gates y su última gran jugada filantrópica: donación de 200 mil millones de dólares, casi toda su fortuna

En un contexto internacional donde la filantropía languidece y la cooperación internacional se achica, Bill Gates ha decidido ir a contracorriente. El cofundador de Microsoft anunció que donará prácticamente toda su fortuna —alrededor de 200.000 millones de dólares— y que su fundación cerrará en 2045, cuando él tenga 89 años. La Fundación Gates, símbolo de la filantropía moderna, desaparecerá con la promesa de haber duplicado su impacto en salud, equidad y desarrollo global. Lo que comenzó como una iniciativa privada junto a Melinda French Gates hace 25 años, terminará como uno de los experimentos filantrópicos más ambiciosos de la historia contemporánea.
El anuncio no es casual ni oportunista. Se da en un momento crítico en el que países tradicionalmente donantes —como Estados Unidos, Reino Unido y Francia— han recortado sus aportaciones internacionales. La eliminación de Usaid, la agencia de cooperación estadounidense, por decisión del equipo de Elon Musk —líder de DOGE y actual hombre más rico del mundo— es, para Gates, un ejemplo alarmante del desinterés actual por el desarrollo global. En su carta, advierte que su fundación no podrá cubrir los vacíos financieros dejados por los gobiernos y lanza una crítica directa a quienes optan por recortar en lugar de redistribuir.
El plan de Gates no solo implica desembolsar la casi totalidad de su fortuna, sino redirigirla con precisión quirúrgica. Entre sus prioridades están la reducción de muertes infantiles por causas prevenibles, la erradicación de enfermedades infecciosas como polio, sarampión y malaria, y el desarrollo de soluciones terapéuticas radicales, como una vacuna para la tuberculosis o una terapia genética contra el VIH de una sola dosis. Además, apuesta por una agricultura más nutritiva y un acceso equitativo a servicios educativos y financieros para eliminar la pobreza estructural.
Sin embargo, no todo es celebración. Aunque su impacto en salud pública es indiscutible —más de 100 mil millones de dólares canalizados en un cuarto de siglo—, la Fundación Gates ha sido objeto de críticas por la desproporcionada influencia que ejerce, sin mecanismos públicos de rendición de cuentas. También se ha convertido en blanco de teorías conspirativas durante la pandemia. A pesar de ello, Gates insiste: “cuando muera, no quiero que digan que morí rico”.
Esta iniciativa, más que un legado, parece un manifiesto contra el egoísmo multimillonario. Gates insta a otros ricos a acelerar sus donaciones, no como un gesto de caridad, sino como una responsabilidad estructural en un mundo donde la desigualdad no espera. Él lo llama “el principio de oro”: tratar a los demás como uno quisiera ser tratado. En una era donde Musk tuitea y recorta fondos, Gates opta por desaparecer con una última transferencia a las causas más olvidadas del planeta.