México registra 696 casos y 37 defunciones por tos ferina; repunte global agrava situación

En un contexto de repunte global, México enfrenta una nueva oleada de tos ferina que ha encendido las alertas sanitarias. Hasta la semana epidemiológica 14 de 2025, la Secretaría de Salud ha registrado 696 casos confirmados y 37 defunciones en 30 estados del país, siendo Chihuahua (77), Ciudad de México (74), Aguascalientes (69), Nuevo León (62), Coahuila (46), Jalisco (39) y Estado de México (33) los más afectados. La tasa nacional de incidencia alcanza los 0.52 casos por cada 100 mil habitantes, y la letalidad se sitúa en un preocupante 5.3%.

La enfermedad, causada por la bacteria Bordetella pertussis, es altamente contagiosa y particularmente riesgosa para niños menores de un año, quienes pueden presentar dificultades respiratorias severas y una mayor probabilidad de muerte. En este grupo etario se concentran las recomendaciones de vigilancia epidemiológica, atención clínica y vacunación.

Este brote ha motivado la emisión de dos avisos epidemiológicos por parte de la Secretaría de Salud en lo que va del año, situación que no ocurría desde 2020. El repunte no es exclusivo de México: países como Estados Unidos, Canadá, Brasil, Perú y Colombia también han reportado aumentos significativos de casos en 2024, tras años de descenso sostenido desde el pico registrado en 2012.

El repunte nacional parece estar ligado a una disminución de la vigilancia epidemiológica entre 2020 y 2023, atribuida a la pandemia por COVID-19. Durante ese periodo, los casos confirmados se mantuvieron bajos: 188 en 2023, 463 en 2024. La tendencia se revirtió drásticamente este año, superando los registros previos y con presencia en entidades como Querétaro, Coahuila, Campeche, San Luis Potosí, Puebla, Veracruz y Estado de México, donde también se han reportado muertes.

Una enfermedad reconocible, pero subdiagnosticada

La tos ferina presenta un cuadro clínico característico dividido en tres fases:

  • La fase catarral, con síntomas leves como estornudos, fiebre baja y congestión nasal.
  • La fase paroxística, con tos violenta e incontrolable, principalmente nocturna, acompañada de cianosis o coloración azulada en la piel.
  • Y una fase de convalecencia que puede prolongarse por semanas o incluso meses.

El diagnóstico se confirma mediante cultivo de exudado nasofaríngeo o prueba PCR, aunque en zonas con baja infraestructura se suele diagnosticar solo por observación clínica, lo que abre la puerta a subregistros y demoras en la contención de brotes.

Prevención: entre vacunas, brechas y zonas olvidadas

La vacunación continúa siendo la principal herramienta de prevención. La vacuna hexavalente está recomendada desde los dos meses de edad; la DPT para niñas y niños mayores, y la Tdpa para personas embarazadas a partir de la semana 20. Sin embargo, la cobertura no ha sido suficiente, especialmente en zonas fronterizas, corredores migratorios y municipios con alta afluencia turística, donde las autoridades han instado a reforzar la inmunización.

Además de la vacunación, se han emitido recomendaciones sanitarias: aislamiento de casos sospechosos, uso de cubrebocas por parte del personal médico, ventilación de espacios cerrados y cuidado extremo con lactantes. Aun así, la respuesta institucional luce reactiva más que preventiva. No hay aún una estrategia robusta para mitigar el avance del brote ni para cerrar las brechas territoriales de cobertura en salud pública.

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¿Una alerta ignorada?

La rápida expansión de la enfermedad y la cantidad de muertes registradas —más que en EE.UU., donde hubo 10 defunciones en 2024—, cuestionan la efectividad de las políticas de prevención implementadas. La falta de vacunación oportuna, el retraso en emitir alertas tempranas y las condiciones de vulnerabilidad sanitaria en distintas regiones del país han facilitado la reaparición de una enfermedad que se consideraba bajo control.

En una época en que los brotes infecciosos están lejos de ser cosa del pasado, la tos ferina reaparece no solo como una amenaza sanitaria, sino como síntoma de una infraestructura de salud fragmentada y reactiva, incapaz de contener oportunamente un problema previsible y prevenible.

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