“La poesía no es un instrumento de la paz, tampoco de la guerra”: Mario Panyagua en entrevista

El poeta Mario Panyagua (Ciudad de México, 1982) es un observador tenaz de la destrucción de México.

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La dolorosa realidad del país está descrita, con un oficio poético inusitado, en su libro Pueblerío (Malpaís Ediciones, 2017). Este poemario ofrece una visión del abismo mediante el testimonio  de quien ha viajado por tierras baldías. Desde el páramo del norte del país hasta la gran ciudad convertida en un desierto atestado de gente, el poeta nombra la tragedia.

Así lo describe Héctor Carreto, en el prólogo al libro: “Mientras uno va leyendo Pueblerío, va creciendo en el lector  la sensación de estar presenciando el fin del mundo, cómo se desmorona frente a nuestros ojos, o peor: tal vez seamos los sobrevivientes sobre un planeta en ruinas”. De tal manera, este poemario se convierte en un representante destacado de una tradición literaria que cada vez cobra mayor brío, algunos pueden describir esta tradición superficialmente como “poesía social”. Panyagua conversa en exclusiva con Tercera Vía, sobre la “poesía social”, el compromiso del poeta con la realidad  del país, su acercamiento a la violencia y a la miseria cotidianas a partir de su oficio de poeta,  cronista y narrador, entre otros temas.

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Poemas de Mario Panyagua, del libro ‘Pueblerío’

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Pueblerío es un poemario que da testimonio de la dolorosa realidad mexicana desde una mirada casi apocalíptica. ¿Cómo fue el proceso de su escritura?

Esa realidad cotidiana que es, para la gran mayoría, un infierno desde el que parece imposible fecundar la esperanza o la buena fe
El libro lo escribí entre el 2013 y el 2015. Al principio yo quería escribir algo relacionado a la música y la poesía, pero por aquel entonces no podía pensar en otra cosa que no fuera la violencia que padece día a día el país. Fueron años en que leí (debido a necesidades de verosimilitud y sincronicidad que me demandó una novela, y que por aquel entonces alternaba su escritura con los poemas del Pueblerío) novelas y crónicas relacionadas con asesinos y el ambiente carcelario, también consumí muchísima prensa, artículos de política, análisis periciales y mucha nota roja; esto se conjugó con el alza en todo, transporte, servicios, medicamentos, comida, renta, en todo, excepto el salario; la funesta campechana de las reformas; la estigmatización de la protesta; en fin, estaba yo en medio de todo eso, además de desempleado, a expensas de chambas mal pagadas, de si te llaman o no, o si te pagan o no; y si no te alcanza para pagar esto o aquello, pues a arrojarse en brazos de la usura.

El libro está hecho de eso, de distintos tipos de violencias que se corresponden, se mezclan y se superponen; de esa realidad cotidiana que es, para la gran mayoría, un infierno desde el que parece imposible fecundar la esperanza o la buena fe (la casa huele a muerto). Para mí, eso es en lo que México se ha convertido en los años diez de este siglo, un literal infierno, un ensayo del apocalipsis.

 

¿Estás de acuerdo en que tu libro sea etiquetado bajo el membrete de “poesía social”?

No me molesta, desde la Grecia antigua se ha clasificado a la poesía en distintas categorías, y es obvio que al Pueblerío lo atraviesan los temas sociales, y que está montado sobre la historia y el corpus social de lo cotidiano de varias décadas. Quizá lo que me incomoda es cómo se escucha “poesía social” (tan administrativo). Tampoco me gusta el término “poesía comprometida”, la poesía no tiene compromisos, ni siquiera con el que la hace arder, el que los tiene es el poeta, y cada cual adopta los que de la gana. Mas lo que realmente importa, al menos a mí, y mucho, aparte del engranaje músico-verbal, de la destreza expresiva, es el contenido humano.

Tengo la suerte de que el poeta Xhevdet Bajraj sea mi maestro y compa, gracias a él leí a poetas como Zbigniew Herbert, Milosz, Ritsos, Arif, Sarri o Ajmátova, por ejemplo, y yo ya estaba bien relacionado con poetas como Miguel Hernández, Neruda, Dalton, de Rockha, Nicomedes Santa Cruz y algunos otros que utilizaron por necesidad expresiva, en algún momento de su obra, la poesía como denuncia.

 

En México tenemos una sólida tradición de “poesía social”. Por sus condiciones esenciales, esta poesía ha sido muy poco visibilizada, sin embargo, en la última década parece tener cada vez más lectores. ¿Cuál es tu opinión sobre la “poesía social” que se ha hecho en los últimos años?

He leído pocas cosas, leí Antígona González de Sara Uribe, que es un libro que me sorprendió en su hechura; Tiempo de Guernica de Iván Cruz, que me cimbró el aliento con su agudeza irónica de pérdidas punzantes; y Cicatriz que te mira de Huber Matiúwàa, a quien mando mi gratitud; también tengo ganas de leer Te diría que fuéramos al río Bravo a llorar pero debes saber que ya no hay río ni llanto de Jorge Humberto Chávez, pero no he tenido acceso al libro, quizá más adelante.


Y como tú apuntabas, contamos con una larga tradición de poesía social, a esto quiero agregar una anécdota, y ésta es que los noticieros propagaron que Fausto Alzati prohibió la lectura del poema Hombre de México de Aurora Reyes, por considerarlo ofensivo para el presidente Peña Nieto. Así yo llegué a Hombre de México, y así, gracias al azar, llegué a ¡Mi país, oh mi país! del Cocodrilo, y a Yo soy Joaquín de “Corki” González, que es la épica chicana. Como posdata, pienso que las nuevas generaciones deberían leer más al maestro Enrique González Rojo.

La poesía de Miguel Guardia es uno de tus mayores referentes. La figura de este poeta ha sido revalorizada en los últimos años. ¿Por qué la voz de Miguel Guardia resuena con especial interés en estos tiempos?

Porque, él mismo lo dice: “hace afuera un aire erizado de gritos, ¿comprendes?”, porque “algo trágico está sucediendo allá afuera, y yo no lo sabía”. Son tiempos convulsos y buscamos respuestas, y si no llegan, buscamos voces afines que nos nombren lo que estamos sintiendo, lo que tratamos de explicar y nos rebasa, por eso los versos de don Miguel están más vivos que nunca.


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Háblanos de Dionicio Morales, otro de los poetas que también forman parte de la cartografía que estableces en tu libro.

No conozco muy bien la obra de Dionicio, lo leí en los Materiales de lectura en línea que colgó la UNAM, posteriormente José Homero me habló de él, entonces fui a la Biblioteca Central a buscar algo; había varios libros, levanté dos al azar y los hojeé; mas fue el segundo título, 10 de junio, el que devoré de principio a fin, me absorbieron esos poemas contundentes, de una musicalidad de golpe de hacha, de dictado marcial de muerte; los versos, alusivos a la Masacre de Corpus Christi o el Halconazo, fueron algo que se me vino a la cabeza cuando escribí un poema que menciona unos manifestantes; desde entonces decidí utilizarlos como epígrafe.

 

En tu libro también aparece Alejandra Pizarnik, quizá la única referencia que no está tan emparentada con los poetas mexicanos. ¿Cuál es la relación entre tu poesía y la de la poeta argentina?

Es muy cercana. Aunque su canto afecta mis estados de ánimo, (igual que con Rimbaud, con Jattín) sé que sus versos fueron escritos para mí. Pero leerla me hace daño; mis pensamientos son proclives a lo fatal, por eso sus versos me hieren, forman un eco musical en mi cabeza del que es muy difícil desprenderme, ahí están resonando por semanas; me identifico con ellos, y también con aquel sentimiento de orfandad divina, de sed por lo indecible, de sentirse mero espectador de un mundo que parece ajeno. Alejandra aisló esta respuesta que da Alicia a la Reina roja: “Sólo vine a ver el jardín”, y suprimiendo el “majestad”, la trasformó en un verso, y, abracadabra, el jardín adquirió la forma que le corresponde, aquella que da forma al mundo. Tiempo después diría: “No es este el jardín que vine a ver”.

 

Juan Rulfo debe ser considerado también un poeta. En tu libro hay resonancias rulfianas, ¿por qué la visión de Rulfo sobre la condición humana no se agota?

Porque el misterio de nuestra condición es infinito, y los personajes de Rulfo son humanos, son seres con los que padecemos y no meros entes decorativos. Toda la obra de Rulfo es una invitación a asomarnos por los entresijos de la miseria humana. Que hasta en el más allá los desposeídos sigan careciendo, imposibilitados a regir sobre su destino y condenados a ejercer como instrumentos de la fatalidad, sometidos al despojo violento, esperando desde una especie de limbo, de círculo infernal, la resurrección de los muertos y por consiguiente el de la justicia divina, dice mucho, y un pueblo capaz de alabar al que lo tiraniza es algo que no dejará de ser actual.

 

Además de poeta, también eres narrador y cronista. Esta última veta parece asumir una condición importante en Pueblerío. ¿Te interesa el carácter testimonial de la poesía?

Por supuesto. Cuando comencé a escribir el libro, sin importarme los convencionalismos del verso, decidí hacer uso de los recursos que he aprendido haciendo prosa. La crónica que por lo regular escribo proviene del yo, me utilizo a mí mismo para destacar desde mi experiencia ciertos temas, acontecimientos, lugares, personas, obras, y demás, que me son sugestivas y que para el lector, quizá, pueden resultar interesantes. Han sido ya muchos años de trabajar y experimentar con el narrador en primera persona, y una de las cosas que me resultan fascinantes de ésta es que hace del lector un espectador directo de los acontecimientos, un asistente que desde primera fila observa con mayor detalle, eso y que también aporta una inmediata dosis de verosimilitud (mantenerla ya es otra cosa). Yo quise que el lector del poemario experimentara esa sensación.

Volviendo a lo testimonial, me interesaba asir aquello que ha o está dejando de existir, evocar la nostalgia de lo que ya no es sino en el recipiente mítico de la memoria: un tiempo de sombreros y tranvías, de taxis cocodrilo y de osos bailando por las calles la mazurca, de la guerra lejos. Cierta vez (ya había terminado el libro) rastreaba información sobre el poeta Serguei Esenin, y me encontré con que Jorge Teillier y Gabril Barra tradujeron la mayoría de sus poemas al español, reunidos en una antología que titularon, igual a uno de los más conocidos poemas del poeta ruso: La confesión de un granuja. El libro es un tesoro, pero dejando a un lado a Esenin, también me interesó mucho el prólogo escrito por Teillier, en el cual leí por primera vez el concepto de poesía lárica (propuesta estética del poeta chileno), ya que muchas cosas coincidían con lo que yo había construido: consciencia del desarraigo; migración del campo a la urbe; redescubrimiento de lo cotidiano; integración del paisaje; el poeta cumpliendo su papel de guardián del mito y renovador del mismo, rescatador de las cosas en vías de extinción; rechazo al progreso tecnocrático; retorno al paraíso perdido para comprobar que el pasado no fue mejor, que pasado, presente y futuro siempre están convergiendo. Por eso dejé constancia de que la segunda parte del Pueblerío es una Lárica. Por cierto, el término lo acuñó Rilke.

 

¿Confías en que la poesía es un instrumento de esperanza, o piensas que es todo lo contrario?

Existen tantas antologías tan bien intencionadas, tanto poema tan esperanzador, tan sanador, que es imposible no pensar en una poesía teletón, en superación personal versificada, o por otro lado, tan maniquea y afectada que cae en el panfleto que sólo sirve para hacer arder un boiler.

Puede serlo, de ambas cosas, y de muchas otras más, y es válido, pero no es su función principal, que es cantar a nuestra imaginación. También hay que tener cuidado, el oportunismo sobre la tragedia siempre acecha, y existen tantas antologías tan bien intencionadas, tanto poema tan esperanzador, tan sanador, que es imposible no pensar en una poesía teletón, en superación personal versificada, o por otro lado, tan maniquea y afectada que cae en el panfleto que sólo sirve para hacer arder un boiler. Es un tema sobre el que se habría que indagar mucho más, pero me limitaré a decir que yo no creo que la literatura sea más poderosa que una bomba H, así como nunca he creído que un hombre sea entre más culto más compasivo, honesto o generoso. Tampoco creo que tenga que conllevar la desesperanza. La poesía no es un instrumento de la paz, tampoco de la guerra, está por encima de todo aquello que intenta restringirla, y está más allá del bien y del mal, por decirlo así. Lo que sí puedo asegurar es que la poesía es el mejor instrumento de la imaginación, por lo tanto de la rebelión, en todo sentido.

 

¿El poeta mexicano tiene una responsabilidad social? O dicho de otro modo, ¿la poesía tiene una tarea social en estos tiempos?

Como ya señalé, la poesía no tiene obligaciones ni le debe nada a nadie, sino al contrario; pero sí creo en que cada poeta, cada escritor, tiene que ser responsable de su propio trabajo. Por otro lado, pienso que como hijos de nuestro tiempo tenemos una responsabilidad como seres históricos que somos (cada quien sabe la propia), pero no necesariamente es la pluma quien debe dar cuenta de ello; de nada nos sirven cien mil poetas rojos que pronuncian valores que carecen.

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