El delirio, la música y la muerte: poemas de Eusebio Ruvalcaba

Eusebio Ruvalcaba (Guadalajara, 1951) falleció el pasado martes de 7 de febrero a la edad de 66 años. Su huella en las letras mexicanas es imborrable, abarcó diversos géneros como la poesía, la crónica, el ensayo y el periodismo. Sin embargo se destacó en la narrativa dejando grandes obras como  El portador de la fe, Pocos son los elegidos perros del mal, Una cerveza de nombre derrota, El frágil latido del corazón de un hombre y Un hilito de sangre, que fue llevada al cine.

Reconocido como uno de los más destacados escritores contemporáneos, Ruvalcaba fue un melómano insobornable. Su pasión por la música, que tal vez le vino de herencia pues su padre era el violinista Higinio Ruvalcaba, escribía con frecuencia sobre este arte en su blog eusebioruvalcaba.wordpress.com, del cual extraemos los siguientes poemas, como un pequeño homenaje a su memoria.

Delirio

Quisiera morirme ya mismo.
A la hora en que esté hablando de música.
Luego de la audición de una sonata
de Brahms, o de un cuarteto de Beethoven.
O al momento de charlar con un amigo.
Enfrente de él. Podría ser
en una mesa cantinera.
O después de haber mirado
los ojos verdes de una mujer.
De cierta mujer.
O, por qué no, luego de acariciar
la mano de mi hija.
También disfrutaría morir
a la mitad de un cuento de José Revueltas.
O de un poema de Pessoa.
O acaso dando mi taller de creación literaria.
Pero también podría morir
mientras reverbera en mis oídos
el violín de mi padre.
O el piano de mi madre
cuando tocaba Chopin para mí.
En cualquiera de estas circunstancias
me gustaría morir.
Si acaso no le parecen excesivas a Dios.
Que él decida. Yo me adapto.
Y desde ahora le doy las gracias.
Con tal de que no se tarde.
O no más de la cuenta.


Las canicas

Yo era bueno, muy bueno.
Le enseñé a jugar a Pablo,
que fue mi mejor amigo.
Se me hizo costumbre
traer las bolsas llenas de canicas.
Tenía mis favoritas,
con las que había vencido a terribles
enemigos.
Ésas no las cambiaba por nada.
Había otras muy lindas,
que intercambiaba por otras aún mejores.
No tenía chiste comprarlas.
En la esquina
había una viejita
que las vendía muy baratas.
Pero comprarlas equivalía
a hacer trampa.
Los tréboles eran
las más hermosas.
Siempre me pregunté
cómo habían metido esos pétalos
dentro del vidrio.
Y por qué nunca se marchitaban.


El viagra en un soneto sin rima

Para Rafael Ríos

Yo no lo uso; nomás lo recomiendo.
El viagra te abre las puertas del deseo.
Es como la música tropical
cuando la baila una mujer cachonda.

El viagra se desparrama en tu sangre
tan velozmente como la lectura
del Decamerón. Bocaccio lo habría
usado a espaldas de su querida.

Sin que se le mencione, el viagra está
al servicio del talismán erótico.
El viagra supera cualquier sesión

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de psicoanálisis. Y es más barato
que la más módica de las consultas.
Quizás porque su efecto es inmediato.


Anoche lloramos juntos

No sé exactamente cómo aconteció.
Estábamos en la cama. Yo dentro de ti.
De pronto me di cuenta que la belleza
era mi ángel guardián.
Te dije que te amaba.
Como nunca había amado a nadie.
Me dijiste lo mismo.
Y sobrevino el llanto al mismo tiempo
que el semen.
Lloraste aún con mayor intensidad.
Nos juramos amor.
Las almohadas quedaron empapadas
de lágrimas.


El Mezcal

Para Guillermo Quijas

I
Más allá del mezcal está
la confección de la escritura,
el perfume de la lencería —cuando
aquella mujer
se desnuda frente al espejo—,
la mirada triste de los perros.

Pero todo esto es irreal,
y sólo existe en los jirones
que pueblan nuestros sueños.

Lo que existe en estado áspero
es la escritura,
la lencería, los perros.
Lo que hace el mezcal
es restregarte la belleza
de esta actitud en tu dulce cara.
Quitarte la venda de los ojos.

II
Ordenas el mezcal
y lo que estás ordenando
es una mujer que te traiga
la noche
en aquel vasito que en sus ratos libres
es veladora.

Destapas el mezcal
y lo que estás destapando
es la cloaca
de tu vida.
Sin contemplaciones
el mezcal
te va a conducir por los atajos
que te avergüenzan.
Territorio inhóspito y letal.
campo minado,
donde el tequila y el whisky
son niños de brazos.

III
El mezcal nació en cuna de oro,
pero la vida lo obligó a renunciar.
El mezcal es de sangre azul,
pero las decepciones —no
los fracasos, los fracasos no cuentan—
lo obligaron a rezumar alcohol.

IV
El mezcal nunca te decepcionará.
Es la prueba
de que has caído más bajo que él.

V
Se recomienda rociar mezcal
en el sexo
que has de beber.

VI
Hasta en los libros que hablan
sobre Oaxaca
llega el olor del mezcal.


VII
El mezcal nunca se debe beber solo;
siempre con tristeza.

VIII
El mezcal ayuda.
Hay un punto en que los hombres
se funden.
Hay un punto en que cada hombre entrega
lo mejor de sí mismo.
En el que por fin decide llamar a las cosas
por su nombre.
Ese punto no tiene nombre,
aunque algunos lo llamen muerte,
y otros vida.
Tampoco importa más de la cuenta nombrarlo.
Más bien hacer el viaje
y asumirlo.
Porque es irrepetible.
En el fondo es un tramo doloroso y miserable.
Los perros aúllan cuando un hombre
se aproxima
a este punto.
El mezcal ayuda
si te dejas llevar por él.

IX
El mezcal es un arte.
La vida es un aprendizaje.


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