Odiar a tu padre es la etapa más entrañable de tu vida. Reseña: Carreteras Secundarias de Ignacio Martínez de Pisón

Carreteras Secundarias (Anagrama, 1996) es uno de esos libros que uno debería leer durante los años de juventud. No sé si en España este libro sea una de esas lecturas obligatorias en la secundaria –o en la preparatoria–, pero aquí en México no lo es, o al menos no que yo sepa. Lamentablemente en nuestro país los jóvenes no tienen la costumbre de leer libros largos, sobre todo si éstos no tienen como tema central a vampiros, o algún tipo de “genocidio cultural” –como llamó el cineasta Gónzalez Iñarritu a las películas de superhéroes—o alguna otra criatura “mágica” que haya sido adaptada al cine. Sea como sea la situación en nuestro país, esta novela de Ignacio Martínez del Pisón es una novela juvenil y al mismo tiempo bastante madura. Espero que el adjetivo “juvenil” no sea tomado con intenciones peyorativas, ya que es bastante frecuenta relacionar ciertos adjetivos aplicados a la literatura con criterios peyorativos o con intenciones de menosprecio, expresiones como “literatura juvenil” o “adolescente” tienen esa carga de ninguneo. El ninguneo es una cosa bastante mexicana, que tiene como finalidad restarle méritos o “hacer menos” a alguna cosa, obra y  persona.  

Carreteras Secundarias se inscribe en la tradición de las Bildungsroman o novelas de formación, este género literario tiene como protagonista a un niño que experimenta la transición hacia la etapa adulta, por esta razón se les conoce como novelas de aprendizaje,  donde la visión infantil es reemplazada por una perspectiva de madurez del personaje central, esta evolución se experimenta a lo largo del libro.

Martínez de Pisón nos presenta en su novela a Felipe, el personaje central, tiene 15 años y es un chico con una vida bastante peculiar. Vive únicamente con su padre, no conoce a su madre –murió poco después de darle a luz–, no tiene amigos y muchos menos una familia, pocas veces asiste a la escuela, pues siempre está viajando con su compañero inseparable, su padre, a través de diferentes lugares de España, alquilan apartamentos de playa donde pasan el invierno, o rentan cuartos en algunos pueblos o ciudades hasta que el teléfono sea cortado y ya no puedan pagar más el alquiler. Felipe y su padre son dos entrañables compañeros de viaje, sin embargo entre ellos existe una relación fragmentada por la incomprensión mutua.

Ambos se saben compañeros de un destino irrevocable, padre e hijo sufren las mismas vicisitudes, pero entre ellos se teje una distancia propia de la incomprensión entre dos seres que han convivido mucho tiempo entre sí, además de que Felipe odia con todo su ser a su padre. Lo odia porque su padre es un “don nadie”, un pobre diablo, un hombre sin oficio ni beneficio, un vividor, un estafador, un delincuente de poca monta, pero sobre todas las cosas, lo odia por ser un farsante.

Felipe y su padre son dos entrañables compañeros de viaje, sin embargo entre ellos existe una relación fragmentada por la incomprensión mutua.

¿Cuántas veces no experimentamos durante nuestra adolescencia ese luminoso sentimiento de odio hacia nuestro progenitor? Mediante nuestra propia madurez es como aprendemos a lidiar con los actos que detestamos en su figura. Muchas veces ese sentimiento desaparece a medida que entendemos o comprendemos la actitud de nuestro padre, a medida que nos aceramos a su edad. Sin embargo, en otras ocasiones veces ese odio no desaparece jamás, y como lo señala el poeta José Emilio Pacheco, al crecer nos daremos cuenta que uno de nuestros temores más grandes se ha hecho realidad: finalmente terminamos pareciéndonos a nuestro padre. ¿Estamos condenados a ser un espejo fiel de nuestros progenitores?

El padre de Felipe lo ha condenado a una huída constante, de un sitio a otro, un peregrinar hacia ninguna parte, una suerte de vagabundeo infructuoso, un ir y venir a través de negocios fallidos y planes que no se concretan, entre amores fugaces y la imagen borrosa de una vida “normal”. Cada que abandonan un apartamento compartimos, junto con Felipe, la dolorosa sensación de perder trozos de un pasado inexistente, sabedores que de si hay algo que jamás se puede perder es la esperanza. La esperanza de que su padre cambie y deje de actuar como un “estúpido”. Felipe también culpa a su padre de no dejarle tener un perro, ¿qué es un perro sino un compañero más fiel que su propio padre? un compañero incapaz de dañarle con sus acciones como lo hace su padre, un compañero que jamás le hará  sentir esa especie de incomprensión. Tener una mascota es lo más cercano a tener un hogar, porque se tiene una mascota cuando existe la idea de un hogar, uno sale de casa y deja a su perrito, al salir se tiene la seguridad de que el perrito estará ahí esperando nuestra llegada, sin embargo nuestro protagonista nunca ha tenido la oportunidad de experimentar esta sensación que es cotidiana para muchos.

Tal vez lo que más odia Felipe en su padre es aquella dignidad aristocrática que lo empuja a mentir, a aparentar una imagen, a impostar una voz, a fingir y a engañar. Su padre es uno de esos tipos que siempre están tratando de impresionar a los demás, pertenecen a esa rara especie de hombres con “orgullo”, un orgullo que le impide equivocarse, reconocer sus errores, que no le deja pedir perdón, ni reconciliarse con su familia adinerada de Vitoria: especialmente con su madre (el orgullo es una de esas cosas que alejan a las familias). Un orgullo que le impide retroceder, con el que condena a Felipe a una vida de exiliados, siempre errantes, alejándose en un Citroën Tiburón que se parece al coche del presidente de francia.   

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Huir hacia cualquier sitio es un asunto cansado, alejarse es un evento terrible. Esto lo sabe bien Felipe porque lo sufre en carne propia, y no comprende cómo es que su padre ha sido tan egoísta con él. A lo largo del libro vemos a nuestros protagonistas caer en una espiral de fracasos, quizá Felipe es el único que no fracasa, pues éste sólo es arrastrado por los fracasos del padre. Poco a poco, a medida que Felipe crece se da cuenta que no tiene ningún sentido seguir odiando a su padre, porque, finalmente, se parecen demasiado.

La novela ahonda en el odio al padre como un leitmotiv. A lo largo de la novela, este sentimiento cobra mayor perspectiva y es una de las emociones en las que el autor concentra la mayor parte de su atención piscológica. La novela es un relato ágil por los terrenos de un joven adolescente con una vida bastante terrible, los acontecimientos están situados en un contexto histórico particular, pues desde el primer momento escuchamos a los personajes hablar de Franco, incluso aparece en la televisión a colores –recién salida al mercado— la imagen siniestra de la dictadura española.

Desde aquella televisión la dictadura de Franco se extiende hacia todos los rincones del alma de nuestros personajes, aún sin que éstos se percaten de ello.

 

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