El psicoanálisis como política de la amistad

Todos los días le pido al espejo una imagen que no me devuelve. Lo mismo hacemos muy seguido con otros instrumentos, como las disciplinas que usamos para conocer y para conocernos. ¿Pero qué pasa con la bruja de Blancanieves? ¿Qué hace con la imagen que el espejo le devuelve?

Nos hace falta romper el espejo y su metáfora que han hecho tanto daño. En el proyecto de conocernos hemos incrustado cierto cientificismo con las pretensiones de unidad, totalidad, y fidelidad a la realidad. Queremos un reflejo fiel de ese todo que es uno, de ese todo que uno es. Y sin embargo, lo que obtenemos no termina de satisfacernos. Quizá encontraríamos más provecho en concentrarnos -o descentrarnos, mejor- en lo parcial, lo inmanente, lo que se produce en la fugacidad de un instante.

Para esto, dos conceptos: la hermenéutica y la parresía, análogos a la voluntad de escuchar y a la voluntad de hablar. La hermenéutica entendida como el rechazo a escribir un punto final: aquello que rompe la clausura impuesta por una lógica. Se trata de abrir la lectura y escuchar de nuevo, suspendiendo aquello que consideramos sabido. La parresía, por su parte, entendida como la franqueza de hablar incluso cuando parece convenir a los otros pero no a nosotros. Parresía es hablar de buena fe.

Hermenéutica y parresía, me parece, se conjuntan en el dispositivo de la asociación libre introducido por el psicoanálisis. Decir todo lo que hacemos venir a la mente, de buena fe; escuchar lo que viene, suspendiendo lo sabido. Esas condiciones nos permiten salir del terreno de lo molar, de lo serializado, para asistir a lo molecular, lo singular de cada caso. Aquello a la vez parcial y no falto de nada, que enfrenta y hace a un lado la pretensión totalizadora con que hemos cargado al espejo. Dejar de intentar mirar el todo que hemos creído ser y comenzar a escuchar los fragmentos en que devenimos se convierte en la posibilidad de desechar esa metáfora y pasar a otra cosa.

Digo con Jean Allouch que el análisis es una práctica del cuidado de sí. Esto contrasta con el coaching y su conócete a ti mismo que nos devuelven al espejo y nos imponen la condena de sus metas. Contrario al individualismo y la individuación asociadas con el coaching, la psicología e incluso algunos tipos de psicoanálisis, en esta tierra reaparece la importancia de lo colectivo.

Y es que hemos visto ya que el cuidado de sí es siempre el cuidado con los otros, a la vez que el cuidado con los otros implica el cuidado de sí. No hay política de la amistad que no comience por lavar los trastes propios, literal y metafóricamente: hacernos cargo de nos, tomar consecuencia, hacer parte de lo que nos pasa. De ahí que el análisis, donde podemos escucharnos, sea un espacio para desplegar estas políticas de la amistad, de los cuidados y de los deseos.

Ahí donde lo consabido se suspende, donde se habla de buena fe, hay hilos para tejer los actos, los hitos que marcan la potencia de hacer algo distinto y la ponen en marcha. No hay certezas, tomamos un riesgo: nos lanzamos al vértigo de aquello que podemos inventar: hacer venir. Se ha hablado ya de “la cura por la palabra”, y es que quizá aquí podamos desatar los nudos con la lengua y ya no con los dientes.

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