El barrio se respeta: los cuentos de hoy pueden ser las noticias de mañana

“Pinta bien tu aldea y serás universal”, dijo Tolstoi. José Luis Valencia hizo lo propio: puso manos a la obra para ilustrar el barrio, de modo que, a través de historias que transcurren dentro de ese perímetro simbólico, expone la condición humana en su conjunto a partir de experiencias comunes, como enfrentar la violencia, la traición filial, la desgracia inoportuna, la muerte sin previo aviso, el fracaso personal, la valentía que se torna suicida, y en síntesis, el oficio infame de la sobrevivencia. En un entorno cruel, hostil y desleal, el autor nos asoma a esos lúgubres semitonos del alma humana que nos incomoda reconocer en nosotros mismos. 

“El Barrio se respeta…y otras consideraciones” puede ser leído como continuación deliberada del mundo que José Luis Valencia nos presentó en “Los tiempos de Dios” –su libro anterior a este– en la medida en que se despliega, en dos momentos, un mismo universo narrativo, tan consistente como auténtico, tan sugerente como descarnado. Se puede reconocer, en ambas obras, un mismo principio que sirve como eje para la baraja de historias: el autor muestra lo que ocurre cuando las violencias intransigentes que nos acechan se aplican sobre seres vulnerables, indefensos o falsamente astutos. Lo que resulta es una sensación difícil de digerir: la imagen de que lo que nos es más querido y sagrado puede acabar destripado en medio de la calle tan solo en un parpadeo. 

En lo que respecta a sus cualidades como narrador, José Luis Valencia se ha ganado un lugar como cuentista original. Lo interesante es que esta autenticidad descansa en su capacidad de trasvasar las sustancias de lo real y lo imaginario: el autor recrea el barrio, pero al mismo tiempo, crea su barrio; hace ficción, pero la vivimos como no-ficción; sus cuentos pueden pasar por periodismo en la medida en que las tramas son verosímiles, al punto que uno siente que estas historias pueden aparecer en la nota roja del periódico de mañana. Este juego de espejos entre el hecho y la invención es un mérito del autor, porque requiere un gran músculo en el arte de desapegarse de lo inmediato y mirar de lejos, a esa distancia en que se difuminan los límites de las cosas. 

En cuanto al barrio como espacio físico y lugar imaginario de lo colectivo, Valencia nos lo presenta como un paisaje perdido, y sugiere que lo barrial ha muerto en cuanto a núcleo comunitario: sus cuentos nos obligar a probar la amarga nostalgia del barrio como un sitio que, bien que mal, en un tiempo fue un espacio solidario y protector con sus integrantes. Pero el barrio ya no existe; se fue deshilachando junto a otros espacios colectivos como la familia, la ciudad y el país. Estamos solos: las ligas que nos unían están rotas; nuestros lazos, reventados; los vínculos, viciados; cualquier nosotros, desbaratado. 

Los cuentos de José Luis Valencia no pretenden aleccionar, pero se aprende de ellos. Por mi parte, me recuerdan que vivimos en un mundo sin certezas, y que estamos siempre a un paso de cometer ese error truncavidas que nos rompe. También reconozco en su propuesta narrativa una pedagogía de la precaución: el autor demuestra que quienes piensan que se pueden pasar de listos, en el barrio, se pasan de tontos. 

Hay que vivir para contarla, sugiere Valencia; de lo contrario, si nos morimos, en un descuido, seremos contados por alguien más.

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