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La libertad tiene dos ruedas

Por César Alan Ruiz Galicia

“Mario solo necesitaba una bicicleta para sentirse libre”, dice Ameyali Correa, y la voz se le pierde. Su pareja, Mario Trejo, está internado en el Hospital General La Villa. El accidente que sufrió dejará huellas irreversibles: le tendrán que amputar la pierna derecha luego de que un camión de pasajeros lo arrollara mientras él trabajaba como bici repartidor. 

Mario tiene solamente 26 años, pero su vida cambió para siempre el viernes 6 de noviembre del 2020, cuando transitaba en su bicicleta por el paso a desnivel que intercepta al Eje 2 con la Avenida Insurgentes. En acuerdo con testigos, Mario viajaba tranquilo cuando un camión de pasajeros de la Ruta 1 con placas 0012514 lo atropelló. El accidente le provocó múltiples heridas, incluyendo la fractura del fémur, tibia y peroné de su pierna derecha.

Como Mario no tenía seguridad social, a su familia le pidieron firmar un pagaré de ocho mil pesos para que una ambulancia lo trasladara al Hospital General La Villa, donde fue intervenido quirúrgicamente.

Sin embargo, la operación no logró su cometido, y un par de días después sus familiares notaron que la pierna de Mario empeoraba. Luego de muchas gestiones, lograron que especialistas lo revisaran; para entonces la pierna de Mario ya presentaba una trombosis en las arterias de los huesos fracturados. Los doctores declararon que no se podía hacer más y que era necesaria la amputación. Lo que no reconocieron es que la pierna Mario se pudo haber salvado si le hubieran realizado una cirugía de revascularización el mismo día del accidente. 

Los médicos le fallaron a Mario, pero también lo hicieron las autoridades. El conductor de la unidad que lo atropelló escondió el camión, y cuando los familiares de Mario levantaron la denuncia, se enteraron que la póliza de seguro era irregular, además de que no cubría daños a terceros. Por si fuera poco, en el Ministerio Público les dijeron que en principio no podían detener al conductor porque las heridas de Mario “eran leves”.

Luego de que se realizaran manifestaciones de bici repartidores y ciclistas en apoyo a Mario, la Secretaría de Movilidad de la Ciudad de México decidió “mediar”, pero de poco sirvió, porque la empresa responsable, “Corredor Peñón-San Isidro” envió a un representante y lo más que logró conseguir la familia de Mario en ese momento fue que que les dieran 50 mil pesos como “gesto de buena voluntad” y que se afiliara a Mario al Seguro Social para cubrir parte de sus cuidados.

Mario | Ilustración: Mireya Reyes

El calvario de Mario no ha terminado. Ahora debe someterse a otra cirugía, pues incluso la operación de amputación se realizó mal en el Hospital General La Villa, dado que dejaron restos de tejido muerto en su pierna. Ameyali sabe que el accidente de Mario dio paso a una vida distinta, dolorosa y difícil; por ahora, ella sostiene una consigna. “Lo que Mario quiere, lo que nosotros pedimos, es justicia. Y no sólo para él, sino para todos los ciclistas y repartidores atropellados”. 

No hay paraíso sin galeras. Cada palacio tiene a sus jardineros anónimos; cada restaurante de lujo oculta la lucha de los lavalozas con ollas estriadas de cochambre. El esplendor de un hotel elegante tiene como contracara las manos callosas de un pequeño ejército de trabajadoras que tallan, recogen y limpian sin descanso. El sistema que hemos construido exige que personas esforzadas y sudorosas empujen los engranajes del mundo para que se logren apariencias impolutas, higiénicas, impersonales. 

Ocurre lo mismo cuando un dedo juega indolente en el menú de una aplicación de comida a domicilio. El capricho se desliza en el carrusel de opciones: pizza, tacos, ramen, sushi, hamburguesas, alitas, comida china, etcétera. El cliente elige en acuerdo al gusto del momento, agrega complementos, hace la solicitud y espera. Entre veinte y cuarenta minutos después tocan a su puerta para entregarle su pedido. Fácil y rápido, desde la perspectiva del usuario. Sin embargo, a espaldas del cliente se ejecutó una larga cadena de acciones que, desde una perspectiva ética, tiene derecho a conocer. 

Pongamos el ejemplo de Uber Eats, que el 6 de octubre del 2016 comenzó a funcionar en México como aplicación de servicios de comida a domicilio. Actualmente cuenta con por lo menos 120 mil “socios-repartidores” distribuidos en veinte estados de la república, en acuerdo con información de la Secretaría del Trabajo. Sin embargo, estos trabajadores no son reconocidos como tales por Uber Eats, que los considera como “socios”, por lo que no asume ningún tipo de responsabilidad laboral hacia ellos. De hecho, los repartidores deben poner su propio vehículo (ya sea bicicleta, motocicleta o automóvil), su celular personal para el uso de la aplicación y un paquete de datos pagado por ellos mismos para poder trabajar.

Los bici repartidores en México no tienen salario mínimo, ni prestaciones de ley, ni seguridad social, ni derecho al pago de horas extras, ni un límite máximo de horas laborales. Son trabajadores que puede considerarse como parte del “precariado” –una categoría desarrollada por el académico Guy Standing– en tanto que no tienen una relación de confianza y seguridad con la empresa a cambio de su subordinación, que era el pacto implícito que establecieron los grandes capitales con los asalariados en las sociedades industriales.

Plataformas como Uber Eats no asumen ningún tipo de responsabilidad laboral sobre los trabajadores
El precariado actual está conformado por trabajadores con bajos ingresos, que suelen tomar empleos temporales o estacionarios y que mantienen una relación “flexible” con sus empleadores, sin seguridades ni lealtades. Para algunos, ser precariado es un acto de rebeldía, de libertad e inconformismo frente a la rigidez y la estabilidad acomodaticia de la clase obrera. Para otros, es la máxima obra del neoliberalismo económico, pues ha permitido la creación de un ejército de trabajadores sin derechos ni identidad, y con muy pocos espacios organizativos que les permitan luchar de manera colectiva en favor de sus propios intereses. 

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Durante la pandemia los bici repartidores se han convertido en trabajadores esenciales. En acuerdo con el más reciente informe de la firma Morgan Stanley, en sólo unos meses se adelantó el equivalente a tres años del crecimiento pronosticado para esta industria de servicios, que en 2020 generó cerca de 45 billones de dólares.

Hay que considerar también que, mientras que los servicios de taxi de Uber decayeron por la crisis sanitaria, su filial Uber Eats logró generar ganancias para la empresa que compensaron éstas pérdidas, de modo que los ingresos totales de la compañía se elevaron enun 14% durante la pandemia. Como contraparte a esta bonanza económica, los bici repartidores han tenido que exponer su salud para poder sobrevivir. Forman parte de un mercado en el que no sólo tiene precio su fuerza de trabajo, sino que también se compra y se vende el riesgo en que estén dispuestos a ponerse a sí mismos.

 

 

A Mario le nació el amor por la bicicleta a los doce años, cuando comenzó a salir a pasear en una bici rodada 28, de las conocidas como “panaderas”. Aunque era alta para su estatura, para Mario se convirtió en un símbolo de independencia. “Podía ir a donde quisiera. Incluso si me perdía, disfrutaba al conocer lugares nuevos; me encantaba moverme sin miedo y despertar mis sentidos al recorrer las calles de la ciudad”.  

Mario se acostumbró desde entonces a realizar largos trayectos, especialmente los domingos. Antes del accidente era común que fuera cada ocho días a los Dinamos o al Ajusco. Algunas veces rodaba en compañía, pero casi siempre prefería ir solo.

–“Me gusta viajar a mi propio ritmo, enfocado en mis pensamientos, manteniendo una buena energía”, me dice Mario.

–”La bicicleta es una máquina para hablar con uno mismo, respondo. 

Él asiente con una sonrisa grande y generosa. 

Con el tiempo, Mario convirtió su pasión en una fuente ingreso. Desde el 2015 se dedicó a trabajar en servicios de entrega de comida a domicilio, pasando por Uber Eats, Rappi, Sin Delantal, Postmates, etcétera. “Para mí no era duro ser repartidor. Yo sé que muchas personas la pasan mal y que para ellas puede ser difícil este trabajo, pero yo sentía que era como si me pagaran por “andar de vago”, conociendo lugares distintos, quemando grasa, manteniéndome en forma. Era obtener dinero a cambio de ser libre y estar activo”. 

La última empresa en que Mario trabajó como repartidor era “Vegan Express”, una pequeña compañía de distribución de comida vegana en donde no tenía prestaciones sociales, pero tampoco le descontaban impuestos ni comisiones, como hacen las plataformas. Estaba contento allí. Por eso, cuando un amigo lo invitó a rodar a las Pirámides, Mario dudó en ir, a pesar de que era el tipo de viaje que le permitía relajarse y mantener la condición física. La noche anterior al viaje respondió a su amigo que prefería quedarse a trabajar en la ciudad. 

Eso hizo. Fue el día de su accidente. 

No todo es malo en UberEats. Por ejemplo, ser repartidor es muy fácil. Bajas la aplicación, te das de alta, recoges tu mochila, tomas un curso sobre el manejo de la App y te pones a trabajar. Como filtro de seguridad solo te piden una identificación oficial. ¡Y listo! A la aplicación no le importa tu color de piel, ni te solicita una carta de no antecedentes penales, ni pregunta si tienes tatuajes o perforaciones, órdenes de aprensión o buenas referencias de empleos anteriores. Tu pasado, ya sea oscuro o brillante, le resulta indiferente. Lo único que le interesa al algoritmo es la fuerza de tus piernas, que te muevas rápido y que seas eficaz, amable y diligente con los clientes. 

Por eso, si pudiera pintar un cuadro para sintetizar el espíritu de mi época, yo ilustraría “El repartidor”: la fusión del ser humano con la máquina (su bicicleta) y su sombra digital (el perfil virtual geolocalizado que intercambia información con un algoritmo en tiempo real). Es la imagen de una nueva libertad, una libertad radical… 

Como repartidor eres libre para actuar en acuerdo a tu propio interés en cada momento. Puedes moverte o quedarte en la zona en la que estás, puedes tomar o no un pedido, puedes trabajar 5, 20 o 56 horas a la semana. Todo depende de tu elección. La desventaja –todo tiene sus contras– es que como repartidor también eres “libre” como carencia, es decir, “libre” de propiedad, de recursos y de protección social; eres una existencia libre en tanto desnuda, y así te desplazas velozmente a través de un océano de peligros, de oportunidades, de acontecimientos inesperados…

Siempre digo que Uber Eats es igual que una relación abierta: no te exige un compromiso más allá del acuerdo temporal de beneficio mutuo; no te pide lealtad, ni te obliga a ser más productivo, ni te echa en cara una mala racha. Colaboras con la aplicación, y si en un punto la dejas de necesitar o te deja de gustar, puedes marcharte sin temor a reproches. Simplemente te das de baja y sigues con tu vida, tan campante. No tienes jefes directos, ni presiones corporativas, ni un horario estricto, ni un credo de puntos contractuales qué cumplir, ni tu identidad se construye en función del trabajo que realizas. No hay ataduras. Y eso lo que queremos…

¿O no? 1 Del diario de viaje del autor, que también tuvo que ser repartidor. 

Mario recuerda que el conductor del camión venía “aventándole la lámina”. Durante varias calles sintió la mala energía del chofer, su prisa, y trató de dejarlo atrás. Logró hacerlo en donde empieza un desnivel de circuito interior; sin embargo, el autobús se pasó el alto hasta darle alcance a Mario.

“En esa parte hay coladeras abiertas y los conductores esperan hasta que los ciclistas suban ese tramo, y ya arriba, cuando se abre el carril, te rebasan. Sin embargo, el chofer del camión quiso pasar por la fuerza. Tal vez pensó que cabíamos los dos, no sé. Yo me mantuve en mi línea, y él aceleró. En el momento en que pasó a mi lado, me empujó con la parte delantera del chasis, con lo que me hizo girar, y ahí fue cuando la última llanta del camión me arrolló la pierna. Yo sentí cómo se elevó la estructura del autobús ligeramente, como si hubiera pasado un pequeño tope. El conductor también lo sintió, estoy seguro…pero siguió sin detenerse”.

Mario toma aire. Continúa con su relato: “Fue entonces que vi mi pierna destrozada. Mi primera reacción fue querer levantarme, por la desesperación, pero ya no podía. Lo único que pensé es que no quería ser otro ciclista que muere sin ser identificado. Así que pensé: tengo internet, tengo datos, voy a llamar a mi papá y a Ameyali para que vengan a auxiliarme. Y eso hice”.

Los pasajeros obligaron al conductor del camión a regresar a donde estaba Mario, pero la llegada del camionero lo empeoró todo. “Lo primero que hizo al verme fue reclamarme, con una actitud muy enérgica, como si hubiera sido mi culpa. Yo tenía la pierna desecha, y lo único que le pude responderle fue: ¡Mira cómo me dejaste! Pero él quería discutir, como si yo estuviera en condiciones de hacerlo. No sé si venía en otro estado, bajo el efecto de alguna substancia; yo creo que lo mínimo que pudo haber hecho fue pararse y auxiliarme, pero sólo se regresó cuando lo obligaron”.

Mario aguantó hasta que llegó su papá. “Afortunadamente mis familiares me encontraron rápido, veinte minutos después del accidente. Después llegó la ambulancia. En ese momento, por el shock, perdí el conocimiento. Desperté en el hospital, cuando los doctores ya habían dejado que se me muriera la pierna. Se habían ido apagando las venitas, los nervios, las arterias…y no hicieron nada”.

Durante la pandemia se han multiplicado los grupos de repartidores afuera de los supermercados y de las cadenas de tiendas de conveniencia. Se les puede reconocer por sus enormes mochilas, verdes o naranjas, por sus bicicletas y su atención al celular. Generalmente hacen base para tener un pequeño descanso y conectarse a alguna una red abierta que les permita ahorrar sus datos mientras esperan un pedido. “En los días malos pueden pasar horas sin que pesques nada, es lo malo de que ya seamos un chingo de repartidores”, dice Jorge. Él es un joven de 23 años, atlético y entusiasta, que tiene un año trabajando en la aplicación. Considera que ha sido una buena “experiencia temporal”: no quiere tomar un empleo formal puesto que espera regresar a estudiar a la Escuela Nacional de Música, donde interrumpió el tercer semestre de la carrera de músico instrumentista. “Lo mío es tocar la guitarra, pero está difícil ahorita. Por eso me metí de repartidor, para tener un ingreso, ahorrar y volver a la escuela”. 

“Me metí de repartidor para tener un ingreso, ahorrar y volver a la escuela”
Para Jorge ser repartidor también tiene sus bemoles: “estás muy expuesto a un accidente, y todo el tiempo te enteras de alguien que ya se cayó, o que ya lo atropellaron, o que lo mataron en algún choque”. El trabajo además exige una buena dosis de auto-disciplina: “como nadie te obliga a trabajar, pero tampoco nadie te motiva, hay días que es muy difícil animarte a salir, sobre todo si está lloviendo, porque es más peligroso”. Por lo demás, “como repartidor te expones mucho más a enfermedades, tanto respiratorias como de la piel, porque por andar entre los coches te toca estar en contacto con todo el humo y la mugre que sacan, y eso afecta mucho”. 

Bicicleta de reparto sin pedido / FOTO: ROGELIO MORALES /CUARTOSCURO.COM

A lo largo de la pandemia, Jorge ha obtenido mejores ganancias, sobre todo gracias a las propinas de los clientes: “Creo que muchos saben que te estás arriesgando y por eso te dan un poco más, aunque nunca falta la persona que no te da nada, aunque vayas muy lejos a entregar su comida”. Este mes Jorge ganó cerca de 6 mil pesos en la aplicación y obtuvo poco más de 3 mil pesos como parte de bonos y propinas. Un buen sueldo para un bici-repartidor, considerando que suelen ganar en promedio de entre $25 y $30 pesos por cada pedido que entregan. En el caso de Jorge, le dedica a este trabajo de cuatro a seis horas diarias. “Yo creo que sí funciona ser bici repartidor, pero como algo alternativo a tus actividades. Por ejemplo, yo ensayo en las mañanas mi instrumento y ya como a las dos salgo a trabajar, porque es en la tarde cuando hay más movimiento. Ahora, si ya quieres dedicarte a repartir de lleno, te conviene comprarte una moto, porque esas no se cansan, pero uno en la bicicleta sí”. 

A Jorge le parece injusto que los repartidores no tengan ninguna clase de protección social, ni de parte de la empresa, ni de parte del Estado, sobre todo porque el SAT igual les retiene impuestos directamente desde la aplicación. “Generalmente te quitan cerca del 10% por cada entrega. Piensa que si haces diez viajes al día, uno de los viajes se lo estás haciendo al SAT; ahora bien, si no te das de alta ni haces los trámites que te pide la aplicación, el SAT te llega a quitar hasta una cuarta parte de tus ganancias finales, entre retención del IVA y el ISR. Te descuentan mucho dinero, pero el gobierno no te da nada a cambio”.  

Durante cerca de media hora Jorge no recibe ningún pedido. Se despide de mí para moverse a otra zona de la ciudad y probar suerte. “Hay que buscar la miel”, me dice con una sonrisa, mientras se sube a su bicicleta. 

 

Ana Luisa es dueña de un restaurante de comida española en la colonia Insurgentes Mixcoac, en la Ciudad de México. La concurrencia de sus clientes cayó totalmente durante la pandemia, por lo que la única manera de no cerrar su negocio fue apostar por vender su comida mediante Uber Eats. Bien que mal, ha sido la forma en que su establecimiento ha podido sobrevivir. “Son tiempos difíciles, pero tengo confianza en que saldremos adelante”, declara con un tono estoico, como queriendo convencerse a sí misma.  

El sector restaurantero ha sido uno de los más golpeados por la crisis provocada por la pandemia del Covid-19. En acuerdo con la Cámara Nacional de la Industria Restaurantera y Alimentos en Conserva, la producción económica en este ramo cayó entre 60 y 80 por ciento durante los últimos meses. En cuanto a la Ciudad de México, de los 45 mil establecimientos registrados como oferentes de comida, 36 mil negocios cerraron durante la pandemia.

“Debo de hacer promociones, puesto que si no lo hago, la aplicación no muestra mis alimentos”
Ana Luisa tiene 56 años de edad y lleva 17 años como dueña de su propio negocio de comida. Para ella no fue fácil incorporarse a la aplicación. “Soy una mujer peleada con la tecnología, pero mi hija me animó y tuvo la paciencia para enseñarme a utilizarla”, dice. Sin embargo, la distancia de Ana Luisa con los nuevos dispositivos digitales no ha sido el único problema: “Al principio fue muy difícil, porque es una inversión de tiempo y de dinero. Tuve que firmar un contrato con la aplicación, comprar una tablet para gestionar los pedidos, sacar fotos de todos los platillos y subirlas, y encima debo de hacer promociones, puesto que si no lo hago, la aplicación no muestra mis alimentos, porque está diseñada para darle preferencia a los restaurantes que hacen descuentos. Todo está pensando en favor del cliente. Y yo me pregunto, ¿dónde quedamos nosotros?”. 

Ana Luisa considera que es un abuso la ganancia con la que se queda la aplicación. “Uber Eats gana hasta el 30% de cada platillo que vendo en mi restaurante. ¡Eso es muchísimo! Además, tengo que elevar los costos de la comida para que salga alguna ganancia para mí, pero si me paso de tueste, entonces es más difícil que los clientes me elijan por encima de la competencia, sobre todo de las cadenas comerciales, que venden mucho”. 

Un bicirepartidor en la CDMX /
FOTO: MAGDALENA MONTIEL/CUARTOSCURO.COM

En opinión de Ana Luisa, Uber Eats es un mal necesario, especialmente durante la pandemia. Sin embargo, ella espera que eventualmente su restaurante no necesite continuar en la aplicación. “Yo firmé el contrato, pero termina en mayo del 2021. Esperemos que para entonces ya las cosas estén mejor. Yo quiero tener mis propios repartidores y no depender de alguien que me quita mi margen de ganancia. No me parece justo trabajar tanto para que otros, sin hacer nada, se hagan ricos a costa mía”, concluye. 

Mario sale del Hospital General La Villa para ser ingresado al hospital Ángeles, donde es sometido a una remodelación de muñón para corregir los errores de las cirugías previas.

“Mario solo necesitaba una bicicleta para sentirse libre”, dice Ameyali, y la voz se le pierde, porque la vida cambia en un parpadeo. El hombre que ama, que hasta hace unos días rodaba libre en bicicleta, ahora tiene que empujar afanosamente los discos de una silla de ruedas para moverse dentro del hospital. 

Ameyali espera que se respete el acuerdo al que se comprometió la Secretaría de Movilidad y los representantes del Gobierno de la Ciudad de México para cubrir los costos hospitalarios de Mario, además de que el conductor y el dueño del camión compensen el daño que le causaron. Ameyali sabe que el proceso será largo y desgastante. Pero hará todo lo que esté en sus manos para obtener justicia. “Hay días que han sido muy difíciles. Sobre todo porque siento que a veces Mario se guarda las cosas, las ganas de llorar. No sé. Lo único que me tranquiliza es que siempre le da la vuelta a todo. Es muy especial”. 

La cirugía en el Hospital Ángeles es un éxito.

Mario recuerda que, al despertar, su papá lo vió a los ojos y le dijo: “Ya no te preocupes, hijo. Lo peor ya pasó. A partir de hoy solo te van a suceder cosas buenas”. 

Mario sale del hospital el 11 de enero del 2021. Apenas llega a su casa, toma las muletas para moverse por su cuenta. No tolera depender de nadie. “Lo primero que quise fue sentir el piso, porque estuve mucho tiempo sentado, y eso me hartó. Con las muletas puedo moverme a donde yo quiera, que es lo que necesito, porque siempre he sido independiente”.

Han pasado seis meses desde el accidente. Mario ríe mientras que Tiger el cachorro inquieto y alegre que tiene de mascota– juguetea a nuestro alrededor. “Ya ves que todo tiene algo bueno”, me dice Mario. “Yo siempre quise tener un perro, pero no me dejaban mis papás. Luego del accidente, ya viviendo con Ameyali, adoptamos a Tiger, y pude cumplir ese deseo”. 

Hay otros sueños que Mario quiere realizar. Está asistiendo al Instituto Nacional de Rehabilitación dos veces por semana para fortalecer su extremidad, porque eventualmente quiere utilizar una prótesis. También desea volver a ser bici mensajero. “En la parte emocional tengo buena actitud. Si reduzco lo que me sucedió a una pérdida y me empiezo a acomplejar, no podría ni levantarme de la cama. Yo lo veo en positivo, en que estoy aquí, en que sigo disfrutando; puedo despertar, puedo platicar…estoy vivo. Siento que lo que me pasó fue una especie de bendición; obviamente no que me quitaran la pierna, pero sí el tener otra oportunidad para hacer las cosas bien”.

Al final de la tarde, luego de mucho platicar, Mario me confía un secreto. “Ya probé subirme a mi bicicleta. No tengo problemas con el equilibrio, pero descubrí que antes frenaba con la pierna derecha, y que ahora ya no podré hacerlo. Tendré que acostumbrarme a eso, y además modificar la bici. Pero si todo sale bien, me gustaría cerrar el año con un viaje largo, como los que hacía antes. Quisiera hacerlo solo, porque es cuando conectas contigo mismo”.

 

Créditos

Texto e investigación: César Alan Ruiz Galicia

Ilustración de portada e ilustración de Mario: Mireya Reyes

Diseño editorial y GIFs: Francisco J. Trejo Corona

Fotografías: Cristian De Lira, y CUARTOOSCURO

 

Referencias

Referencias
1  Del diario de viaje del autor, que también tuvo que ser repartidor. 
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