Gobernar con la soberbia

#VueltayVuelta es una columna periódica de Carlos Aguirre 

En una definición sencilla, la soberbia es un sentimiento de superioridad frente a los demás que provoca un trato distante o despreciativo hacia ellos. En la tradición de algunas religiones, la soberbia es una falta grave, porque es síntoma de sentirse superior al ente divino y no considerarse como un simple terrenal. Cuando se participa en la política, la soberbia está de frente todo el día, a todas horas, acechando.

La clase política tiende a la soberbia, como un imán, se va hacia allá. Mario López, uno de los mejores maestros con los que me he topado en la vida, escribió un texto que describe el error y la ilusión como una parte esencial de la política pero que nadie busca reconocer. Porque reconocer los errores es símbolo de debilidad y de pérdida de control político. No reconocer los errores, aspirar a la perfección es natural a la política, lo escribieron Platón y Aristóteles en sus obras utópicas y perfectas, donde no hay un error palpable. La pericia por mantener el control político es natural de quien busca evitar el error.

Sin embargo, hemos de reconocer que toda actividad humana lleva una dosis de error y que los errores forzosamente traen conocimiento. El “de los errores se aprende” no es sabiduría popular, es también un principio científico de lograr caminar hacia una verdad a través de la prueba y el error. Mario López lo reflexiona así: “entonces, negar y negarse a desarrollar acciones y análisis políticos incorporando las fallas y los ensueños, remite al autoritarismo. No reconocer errores es propio de los dictadores; no asumir responsabilidades públicas es propio de los pueblos manipulados y enajenados.”

Quienes no reconocen errores son víctimas de la soberbia, porque hay un aire de grandeza y superioridad ante ellos, por lo que las ideas de los otros son estúpidas, sin sentido, amañadas, con intereses ocultos o lejos de la sabiduría del pueblo. No vale dato científico, argumento bien construido, razones y motivaciones claras, que valgan. Nada vale ante la soberbia de quienes llegan a la cúspide de la clase política.

Lo peligroso es conducir una nación, una ciudad y un estado con soberbia y aún más, lo peor es que dentro de los grupos de decisión más cercanos, la soberbia sea la consejera de todos, que nadie la hace notar. La soberbia mató a las grandes mentes brillantes en la política y a los mejores funcionarios públicos y no en el sentido literal (a algunos sí), sino en el sentido metafórico. Pudieron pasar a la historia y se quedaron cortos, pudieron ser más y solo se lo creyeron.

La soberbia ciega tanto que hace pensar a la clase política que no pueden equivocarse y a las empresas de comunicación que la muerte pública inicia cuando alguien reconoce un error. Quizá nos falten más demócratas que entiendan que escuchar a los demás, reconocer otras opiniones y reconocer errores es una de las máximas en la democracia moderna. Quizá nos falten asesores demócratas y grupos de decisión demócratas que dejen la soberbia a un lado y que abran los oídos a la realidad.

¿Qué pasaría si los gobiernos soberbios consideran la posibilidad tan real y tan tangible de fracasar en algo?, ¿de fracasar en la siguiente elección, de fracasar en el siguiente discurso, de fracasar en la siguiente iniciativa o de fracasar en la implementación de una política pública? Tendríamos el inicio de la formación de un juicio político sano para todos, sano para nuestra democracia, tal y como sucede con nosotros y la búsqueda de la formación de un sano juicio personal. Pero estamos ante un complejo escenario, ante la tentación que vive la clase política de aislarse de la realidad, de esa realidad donde hay errores, donde hay pensamientos e ideas mejores que las propias, donde hay alguien mejor que nosotros; y a ese lugar, llamado realidad, la clase política quizá nunca vuelva estar y cuando esté de regreso, puede ser demasiado tarde.

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