El pintor que sufrió más que Cristo

En la mañana del 17 de enero de 1960, el pintor Manuel González Serrano bajó del autobús porque se sintió enfermo. En la calle Candelaria de los patos en la Ciudad de México, apoyado en una pared, murió de un paro cardíaco. Dejo al menos 500 obras, dibujos y pinturas, que son representación parcial de su historia.

La exposición “Yo he sufrido más que Cristo” en el MUSA, muestra una selección de 40 óleos, cartas y objetos del pintor. Es un intento por entender. Las pinturas son acompañadas por textos que cuentan momentos de ese sufrimiento, como el destierro temprano de su patria íntima, Lagos de Moreno, el alcoholismo o la muerte de la madre del pintor.

En el texto curatorial se describen los paisajes “inhóspitos, tan desérticos y solitarios que insinúan una especie de apocalipsis” en sus pinturas. Quien haya visitado Lagos de Moreno, reconoce este escenario. Es un lugar seco. La tierra se vuelve polvo que se pega en la ropa, los caminos están cercados por huizaches, y al arrastrar los pies despunta algún hueso. 

Lagos también es cuna de una profunda tradición religiosa. Este pueblo en los Altos de Jalisco fue uno de los principales escenarios de la Guerra Cristera. En el Centro Histórico hay iglesias en cada esquina. Por ello no es de sorprenderse la decena de Cristos pintados como si fueran una especie de alter ego, en diferentes tonos y estilos.

Manuel González Serrano nació en una de las familias de la aristocracia provinciana de Lagos en 1917. Creció en la casona Montecristo, ubicada en la calle Agustín Rivera No. 530, una de las más impresionantes del pueblo y que ahora es una tienda de antigüedades. 

Sin embargo, se mudó a la Ciudad de México cuando era aún muy joven. La Revolución y la Reforma Agraria tenía a la familia sumida en constante miedo y tensión. Su tío Celso Serrano Hermosillo, dueño de la Hacienda las Cajas, fue asesinado por los villistas en 1915. Cuando los agraristas invadieron el rancho de su madre “Los Salados”, se decidieron a irse. 

Oscar Serrano, sobrino del pintor me contó en una entrevista que Manuel González Serrano volvió a Lagos varias veces. Una vez borracho pintó las paredes de las escaleras de la casa familiar, aunque cuando la casona fungió como hotel pintaron encima de blanco. 

Su familia católica y conservadora debió escandalizarse ante el personaje. Se dice que usaba una especie de kimono y llevaba una coleta, por lo que algunos amigos le apodaban el “chino”. Oscar Serrano también cuenta que era el tío que daba miedo a los sobrinos.

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Pintó durante casi toda su vida. Su obra está inspirada en escenas surrealistas, en las que abundan símbolos como frutas, huesos, y animales. Funcionan como claves de recuerdos o sentimientos. Una pintura titulada “Después (después de una mujer)” muestra el busto de un esqueleto. Como si lo hubieran rumiado hasta los huesos.

Hay una pintura en la exposición titulada “La Castañeda”. En tonos rosas y azules representa una estructura arquitectónica. La obra me provoca un sentimiento de paz, no podría imaginar que en ese edificio fue internado en tres ocasiones debido a su alcoholismo y lo trataron con electrochoques. Huyó cada vez, de ese paisaje que pintó en tonos pasteles.

No es un artista olvidado, aunque durante su vida no gozo de mucho reconocimiento en palabras de Helena González, sobrina del pintor y curadora de la muestra. La cuestión es que no hay muchas de sus obras expuestas al público. Sus cientos de pinturas y dibujos fueron a parar en manos de coleccionistas o se perdieron. Pero se le reconoce en los libros de Historia de Arte.

Los críticos de arte Teresa Conde y Jorge Alberto Manrique lo nombran miembro de “la otra cara de la pintura mexicana” que surgió eclipsada por el nacionalismo y el muralismo. 

Manuel González Serrano conoció el sufrimiento. Una mirada detenida a sus obras lo explicita. La crítica de arte Raquel Tibol calificó sus pinturas “de poderoso contenido emocional, resultado de una combinación muy propia de fantasía, sensualismo, y exuberancia “. 

El trabajo que hizo su sobrina Helena González para recolectar las obras fue arduo, muchos coleccionistas habían muerto y las pinturas pertenecían a hijos o nietos que se dio la labor de localizar. A la vez, el archivo familiar que las acompaña nos cuenta la historia del artista atormentado que, a 64 años de su muerte, resiste al olvido.

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