¿Concesionar el NAIM es una buena solución?

Por Rodrigo A. Medellín Erdmann,doctor en Sociología por la Universidad de Harvard, especialista en macro-sociología y sociología rural.

Hace unos días, el Presidente Electo comentó que si la consulta de finales de octubre se pronuncia por continuar el Nuevo Aeropuerto Internacional de México (NAIM), la mejor opción es concesionarlo a la IP.  Esta posibilidad parece ser una buena solución, pues se mantendría la confianza de los inversionistas nacionales y extranjeros, se aprovecharían las inversiones ya realizadas, y no se utilizarían recursos públicos.

Sin embargo, además de los aspectos económicos y financieros de corto plazo, hay otros elementos que conviene estudiar con más detenimiento, como el ecológico y el social, pues tienen muchas implicaciones, inclusive económicas de largo plazo.

Por ejemplo, hay que considerar con mucho más detenimiento lo que se ha señalado reiteradamente: el Valle de México es una cuenca hidrológica endorreica cerrada, donde toda el agua tiende a fluir hacia el interior  y hacia el nivel más bajo, y no tiene ningún desemboque natural. Desde tiempos inmemoriales así funcionó. Así surgieron los grandes lagos: Lago de Xochimilco, Lago de Chalco, Laguna de México, Lago de Texcoco, Lago de Xaltocan, Lago de Zumpango, todos interconectados; un sistema hidráulico  natural inmenso.

A partir de la Colonia, se intentó controlar el agua. Se tomaron diversas medidas conforme crecía la Ciudad de México y área metropolitana, ahora con más de 20 millones de habitantes. Se puede decir que constantemente  se intentó combatir el agua, entubando ríos, secando lagos, abriendo canales de desagüe y grandes emisores, etc., al mismo tiempo que había que traer agua potable desde sitios cada vez más lejanos y extraerla en exceso del subsuelo. El resultado paradójico actual es que falta agua y sobran inundaciones. Pero el agua es muy terca y siempre encuentra su camino, por más que se la trate de manipular.

Por lo mismo, la pregunta es si el mejor lugar para construir un aeropuerto es en el fondo de una cuenca endorreica cerrada ―independientemente de que se pueda seguir combatiendo el agua, y construyendo pistas de aterrizaje con una cimentación formidable en un suelo fangoso―. Sus partidarios dicen que por más que buscaron no encontraron un lugar mejor. ¿Será…, o serán otras las razones? Es seguro que si se continua construyendo el NAIM, a su alrededor surgirán desarrollos inmobiliarios gigantescos que ya están planeados, sobre tierras previamente compradas por políticos e inversionistas a precios de regalo. Es decir, una verdadera mega-aereópolis, en los terrenos del actual aeropuerto y en el gran Valle (antiguo lago) de Texcoco, donde se asentarán varios millones de nuevos habitantes. ¿Quién va a parar estos planes millonarios?

En este contexto, también surge la pregunta de si concesionar el NAIM es una buena opción, o sólo resuelve de momento el asunto del financiamiento, pero en realidad posterga muchos otros problemas, inclusive el económico. “Quien ignora la historia, está condenado a repetirla.” Quienes construyan el aeropuerto lo seguirán administrando mientras les sea rentable, como es lógico. Cuando los costos de mantenimiento, reparaciones, remodelaciones, reacondicionamientos, etc., se vuelvan altísimos ―como claramente se prevé―, ¿qué va a suceder? Los inversionistas ya tendrán en los desarrollos inmobiliarios aledaños negocios altamente redituables, mientras que seguir con el aeropuerto ya no le será rentable. Por lo mismo, le podrán decir al gobierno en turno: “¡ahí está tu aeropuerto!”, y éste tendrá que recibirlo y seguir operándolo a cualquier costo. Además, los constructores buscarán recuperar los recursos que aún no amortizaran. Ahora bien, ¿ya nadie recuerda los grandes rescates a las inversiones privadas: el bancario, el carretero, el azucarero y otros que ya habremos olvidado? ¿A nadie se le ha ocurrido la remota posibilidad de que también pueda darse un rescate aeroportuario? Sobre todo que, cuando todo esto suceda, las decisiones las tomarán ya no el gobierno electo y los actuales inversionistas, sino sus sucesores ―sin que podamos prever quiénes serán y si ya se habrá eliminado totalmente la corrupción. Es  posible que nuevamente acabemos pagando la enorme cuenta todos los mexicanos.

En conclusión, dinero siempre llama dinero, y el agua siempre encuentra sus caminos. En ese sentido, concesionar el NAIM puede acarrear mayores costos y desigualdades en lo económico, y más problemas en lo hidráulico. Por lo pronto, las víctimas serán las de siempre: las comunidades indígenas y campesinas que viven en los terrenos del ex-Lago de Texcoco y son sus propietarios, así como los habitantes de muchas zonas de la Ciudad de México, que padecerán más escasez de agua y peores inundaciones.

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