Otra agenda para 2018:

El dos mil dieciocho se ha convertido en un concepto en sí mismo, cargado de múltiples significados diferentes entre sí para los diversos sectores -culturales, sociales, económicos, políticos- de la población de nuestro país. Para algunos, este año simboliza una posibilidad de ruptura con el actual régimen de impunidad y el pacto de corrupción de la élite política: un momento fundacional en nuestra historia contemporánea y una restitución de las instituciones democráticas, incluyendo el regreso del Estado bondadoso, honesto y eficiente en su conjunto. Esta es, naturalmente, la propuesta del partido Morena.

Para otros, el dos mil dieciocho ofrece el riesgo de la llegada de Ya Sabes Quién a la presidencia de la República, con la terrorífica incertidumbre que este hecho presuntamente acarrearía: una crisis macroeconómica a la bolivariana, un régimen cuasi estalinista en donde se supriman las libertades civiles de la ciudadanía, o la reposición de la reelección constitucional para perpetuar el poder del caudillo de Tepetitán. José Antonio Meade y Ricardo Anaya competirán por lograr el mayor contraste posible frente a AMLO, y mostrarse como garantes de la estabilidad a través de un proyecto reformista pero que rompa con el orden actual de las cosas.

Finalmente: está el grupo que no espera grandes transformaciones, y que considera que, sin importar si son los frentistas, los priístas o los pejistas quienes ocupen la institución presidencial, todo va a continuar -lastimosamente- más o menos igual. Yo me incluyo en este tercer grupo. Siendo sensatos: todos los partidos nacionales -más parecidos a cárteles- (según la Real Academia Española, un cartel es un convenio entre empresas para evitar la competencia) pueden ofrecernos una limitadísima redistribución real del poder, y, más bien, lo que prometen es evitar que lleguen los otros: Anaya y Meade se disputarán el electorado anti-pejista, mientras que AMLO continúa centrando su discurso en su figura como la única capaz de enfrentar a la denominada mafia del poder.

Es preocupante, pues, cuando en un contexto medianamente democrático la disputa electoral se ubica no en promocionar y justificar técnicamente las propuestas propias (ordenadas en una agenda y explicitadas en un programa armado democráticamente por la militancia de los partidos), sino tratar de abatir mediáticamente -y a billetazos: con spots, pago de publicidad en periódicos y redes sociales- a la otra opción. Tal como lo indicaba el constitucionalista Diego Valadés hace algunos días en un tuit: “los votos no se ganan por hablar mal de los adversarios sino por convencer de los programas y las buenas razones propias”.

Para terminar pronto: veo en AMLO -recordando algunas palabras del Nobel de Economía, Paul Krugman- más a un Lula Da Silva trasnochado, pero aliado con los evangélicos nefastos y radicales del partido morado, porque perder la congruencia es menos costoso que perder otra elección. En Anaya, vislumbro a un personaje gris, bofo y fuera de lugar: que propone hacer innovación política inspirada en Silicon Valley y Emmanuel Macron en un país en donde el 84.3% de los mexicanos sufren pobreza de ingresos, y en donde siete mujeres son asesinadas todos los días. Meade es un Zedillo remasterizado, con su discurso de la paciencia y la continuidad; un lo hemos hecho pésimo, pero echando a perder se aprende, y vienen tiempos mejores. Meade, es pues, un arduo defensor del modelo de apertura extrema de los mercados y la integración a una economía global que, lejos de incrementar el bienestar general de la población, ha producido una caída brutal de los salarios y una ampliación escandalosa de la brecha de desigualdad. Ah, Meade tiene también las credenciales de haber sido empleado de Felipe Calderón y de Enrique Peña Nieto.

Ningún proyecto ofertado en el mercado electoral me convence ni me entusiasma para renovar los aires políticos de nuestro país. Faltan muchos años  -incluso décadas- para que la política nacional deje de significar corrupción, impunidad y desencanto, y comience a debatirse más sobre agendas, proyectos técnicos, argumentos e ideas. Primero, necesitaremos reformar nuestro sistema electoral y de partidos para quitarle el oligopolio a los cárteles. Requerimos ensamblar instituciones funcionales, transparentes, abiertas y eficientes, vigiladas rigurosamente por la ciudadanía y por los contrapesos políticos. Es vital, también, restaurar las facultades de todas las instituciones que fueron vaciadas, desde la Cámara de Diputados hasta la Procuraduría General de Justicia, y no permitir que sean destripadas aquellas que acaban de nacer, como el Sistema Nacional Anticorrupción. Y, finalmente, este país será diferente cuando ninguna persona muera por no haber recibido atención médica pertinente; ningún joven trunque sus sueños porque se quedó sin un asiento en una universidad pública; un país en donde las personas puedan amar a quien sea, sin importar su sexualidad; en donde las y los abuelos tengan pensiones suficientes, y en donde las mujeres caminen sin miedo por las calles y ganen lo mismo que sus pares hombres.

No quiero que se me tilde de pesimista por estas palabras, ni de apolítico. Es cierto: creo que la política nacional está, de momento, perdida. Pero esta condición no prevalecerá por mucho más tiempo. Más temprano que tarde, las militancias valientes de los partidos le van a arrebatar el control de los partidos a las cúpulas y a los cabecillas. Pronto surgirán nuevos partidos y fuerzas políticas que desestabilicen los privilegios de los de siempre. Llegarán a las alcaldías y a los congresos personas decentes, dispuestas a dar la batalla por reconciliar a la política con la esperanza. No, no miren a través de los grandes reflectores mediáticos. Para apreciar el principio de este proceso de transformación política hay que ponerse los lentes de cerca, y observar en lo cotidiano, lo local, lo aparentemente frágil y diminuto. En todo el país, numerosas personas decentes comienzan a alzar la voz en contra del autoritarismo, y se muestran dispuestas a poner su integridad de por medio para defender los intereses de quienes creemos que este país tiene solución: no en 2018, pero sí en un mañana que, si bien no es imposible, tendremos que disputar.

¿Quieren nombres? Frank Aguirre (activista medioambiental), en Baja California. Armando Pliego Ishikawa (activista por la movilidad digna, incluyente y segura) y Enrique Cárdenas (destacado economista), en Puebla. Jacob Aviña (activista por la participación ciudadana), en Tabasco. Carlos Brito (defensor de los derechos digitales y a la privacidad), en Morelos. Y, por supuesto, la Wikibancada, que Pedro Kumamoto (primer diputado independiente en la historia de Jalisco) busca encabezar, pero que contiene perfiles interesantísimos tanto para el Senado, como para las Cámaras de Diputados federales y locales, entre quienes destaco a: Rodrigo Cornejo (ex activista de #YoSoy132), Pablo Montaño Beckmann (politólogo y maestro en desarrollo sustentable por University College of London), Paola Flores (experta en políticas públicas) y Susana Ochoa (ex coordinadora de la comunicación de Kumamoto), además de Roberto Castillo (politólogo por el CIDE), quien buscará hacer lo propio en la Ciudad de México. También hay que recordar que, a pesar de las discrecionales movidas de Emilio Álvarez Icaza, numerosos perfiles de Ahora buscarán ocupar honradamente las instituciones públicas.

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Decía Mercedes Sosa: “¿quién dijo que todo está perdido?” Yo le respondería: aquellos que quieran creerlo. Tampoco es que estos destellos de esperanza nos vayan a salvar del terror que estamos sufriendo en nuestro país. O mejor: del terror que viven muchas personas en este país. Yo, ahora mismo, escribo desde mi MacBook, me tomo un café, puedo hacer tranquilamente mis lecturas de la universidad y en un rato más saldré al cine. No sé lo que es ser una adolescente de Ecatepec que no sabe si volverá a su casa cuando sale a comprar el pan y la leche, o si será violada y descuartizada. No entiendo de las necesidades de los obreros de las maquilas en Ciudad Juárez ni de las personas en las zonas rurales que han sido despojadas absolutamente de todo por el narcotráfico.

Sin embargo, tal como afirmaba el poeta Bertolt Brecht: “la crisis se produce cuando lo viejo no acaba de morir y cuando lo nuevo no acaba de nacer”. Indudablemente, ahora mismo estamos sumidos en una crisis lamentable y extremadamente dolorosa. Pero no es definitiva. Este país va a cambiar en la medida que nos sumemos a la acción política, quienes seamos capaces de hacerlo, y brindemos igualdad de oportunidades y de resultados para quienes quieren ser parte del cambio político, pero no pueden hacerlo, porque, generalmente, no se puede militar con la tripa vacía. Y, quienes lo hacen, merecen todo nuestro reconocimiento, porque son personas dignas y valientes.

Este país va a cambiar, y necesitamos tener un plan de acción para cuando salgamos de la crisis. Necesitamos ser imaginativos y apasionados. Referenciando a Pablo Iglesias: “soñamos, pero nos tomamos muy en serio nuestros sueños”. Por esta razón, he decidido utilizar mi espacio en este portal para soñar la agenda post-crisis. Pero no tiene caso batallar solo: no es estratégico ni sensato. Contacté, pues, a personas de mi generación, a quienes considero brillantes, apasionadas y talentosas, para escribir una serie de propuestas contenidas en bloques temáticos (Seguridad; Ciencia, innovación y tecnología; DDHH y libertades; Democracia e instituciones; Energía; Soberanía alimentaria y desarrollo rural; Crecimiento económico y redistribución de la riqueza; Diversidad sexual y equidad de género) que definan cuál agenda esperamos construir en un futuro: con, sin, o a pesar de nuestro gobierno.

Para este proyecto, he decido contactar a buenos compañeros de distintos espacios: colectivos, partidos, organizaciones de la sociedad civil, y universidades con principios diversos. Biotecnólogos, ingenieros industriales, ingenieros civiles, internacionalistas, actores, restauradores de arte y cineastas son algunos de los perfiles en los que he pensado. Del ITAM, del CIDE, del Colegio de México, de la UNAM, y, naturalmente, de mi universidad: el ITESO. Inclusive, de compañeros y compañeras que han pasado por universidades extranjeras, como la University of British Columbia (Canadá) y la Real Academia Superior de Arte Dramático (España).

 

Finalmente, quiero asincerarme con dos cosas:

La primera es que esto va a cambiar en nada el orden político existente de nuestro país. Apenas algún curioso nos leerá y otro suscribirá nuestros piensos. La segunda es que hablamos absolutamente desde nuestro privilegio, que va desde tener educación universitaria de calidad y poder comprar un libro y dedicarle tiempo a leerlo, hasta poder acceder a información/conocimiento de forma masiva y a círculos culturales (conferencias, seminarios, tertulias) altamente limitados para la mayoría de la población. A pesar de todo esto, creo que es indispensable que no bajemos los brazos. Claudicar es impensable. Podremos, tal vez, toparnos con el muro de la impunidad, la desigualdad, la violencia y el autoritarismo. Pero algo es seguro: no vamos a concederles el triunfo sin haber luchado desde las ideas.

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SOBRE EL AUTOR

David Ricardo Flores. Es estudiante de Ciencia Política en el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente (ITESO). Ha realizado estancias de estudios en El Colegio de México, con profesores como
Lorenzo Meyer, Rogelio Hernández, Jorge Schiavon y Soledad Loaeza. Es colaborador de la Fundación para la Democracia y la Friedrich Ebert Stiftung.

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