Sobre Lady Bird y los hermoso de ser teen

Ser muy joven te presenta encrucijadas que definen tu manera de ver la vida. Por ejemplo, una forma sería pensar que es la única edad en la que es medianamente aceptado tener el cabello verde, decir que vas a vivir de la música y sentenciar que-tú-no-quisiste-venir-a-este-mundo. Ser un puñeto, en pocas palabras. Sin agraviar. ¿Esos chicos que ves con rastas, usan burras y dicen creer en el arte como modo de vida? Son puñetos. En su mayoría. Repito: sin agraviar. Su comportamiento es propio de la edad. Ah, los adolescentes. Caso contrario tenemos a los [mucho peores] señorcitos. Los de las formas, los que tienen 35 desde que tienen 17. Esos que prefieren zapato formal de lancha antes que usar tenis. Que critican a sus parejas por usar tenis. Los que dicen ¿en serio ves que toda tu vida te vas a vestir así y hablar así?, cosa que es una pregunta propia de una doña o don, no de un joven. Entonces, tenemos jóvenes siendo jóvenes y jóvenes-viejos.

Este rollo es a propósito de Lady Bird, la primera película dirigida por la gran Greta Gerwig. La protagonista es una chica  llamada Christine que cumple la primera máxima del puñetismo, ser llamada por su apodo (Lady Bird). Insisto, nada mala en eso, es una teen siendo teen. Yo también fui así de puñeto. Prosigo. Christine sueña con irse de su ciudad, considera que en su terruño no la entienden, es ciega ante los sacrificios que sus padres realizan para costear su educación e incluso lo que significa mandarla a la universidad. Su madre es dura, su padre es un buen tipo, pero ella no deja de verlos como monstruos realistas que le cortan las alas. Su juventud no le permite apreciarlos. Aunque la trama hace un punto en lo soulcrusher que es la mamá al recordarle constantemente a Christine su clase social, sus calificaciones regulares, o el que no debe parecer clase media baja. Que su casa es como de pudiente en México, por cierto. Gringos y sus niveles de pobreza diferentes a los nuestros.

La historia se desarrolla en Sacramento (California). No es San Francisco pero tampoco es un pueblo pequeño con kiosko. De cualquier modo, Lady Bird se siente atrapada por -insisto- la puñetez de su edad. El creer que en otro lado todo será mejor. Una especie de héroe personal me dijo una verdad que me repito seguido: quién es infeliz lo será en donde viva. Esto lo platicamos a propósito de tanta gente en la provincia mexicana que cree que la panacea para su vida será irse al DF. Donde sí la van a armar. ¿Por qué la gente de provincia es mala y no los deja? Nah. Quien es infeliz, lo es en cualquier lado. Y la ciudad (la grande) acaba por devorarlos. Entre más gallito llegues a la metrópoli, peor te trata. Yo, al sentirme de CDMX (viví ahí mi infancia y tengo una nostalgia perpetua pero soy de ahí), nunca tuve esos sueños o traumas. Vivimos en Aguascalientes. O Lagos. O Villa García. Pero podemos comernos al mundo. La geografía no debe ser parámetro de felicidad.

Lady Bird, la  película, nos presenta un hermoso debate sobre ser joven y estar en este delicioso punto en que comienzas a salir de casa y hacer una vida donde se defina por ser tú y no lo que tus padres quieren de ti. Pasan cinco años y te da pena quién eras, pero en ese momento significa el mundo. Insisto, soy creyente de que lo fregón de ser joven es tomar por los cuernos la oportunidad de ser la versión de ti que quieres ser. Regándola y recogiéndola Es el momento exacto, luego serán tiempo de los arrepentimientos. ¿Qué vida tan fea sería tener 20 y cerebro de 37, no?

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Una versión de esta columna fue publicada en La Jornada Aguascalientes

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