Los defensores de Temacapulín  

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Enemistar a un pueblo con el agua, fuente de la vida, es imperdonable. Es lo que hicieron un grupo de empresas y políticos en Temacapulín, un pequeño poblado ubicado en Jalisco, el estado con más habitantes del occidente mexicano. Desde hace diez años los pobladores viven la incertidumbre de que su pueblo desaparezca, y todo por culpa de la presa, llamada “Del Zapotillo”, que amenaza con inundarlo.

Por ahora, el agua esta mansa, serena, y es principio de placer. Hay generosos manantiales en Temaca -que es como le dicen todos- así como balnearios de aguas termales. Las nubes tampoco se encaprichan cuando pasan por el pueblo, y lo riegan con lo justo. Por eso los cerros verdean y los helechos asoman por las hendiduras de las piedras.

Foto: Karina Montoya

Estremece pensar que todo cuanto la vista recoje en Temaca pueda desaparecer por completo. Visualizar la parroquia, con sus elegantes pendones, bajo el agua; la plaza entera, con el quiosco y su escolta de bancas de hierro, tragados por la corriente; la retahíla de casas, los patios, las ventanas, habitados sólo por corrientes de agua turbia. Ver perdida la historia de una comunidad humana, con sus tradiciones, sus muertos, sus símbolos. Todo, borrado del mapa. En esa perspectiva, no es difícil entender por qué los pobladores se niegan a vender sus casas y reubicarse: ¿Cuántos de nosotros pondríamos precio a nuestra ciudad natal?

 

El camino a Temaca ofrece un paisaje de mezquitales, nopales e hileras de agaves. Si se llega por Guanajuato, uno de los estados vecinos, se puede apreciar la mudanza de un entorno semidesértico hacia una temperatura más amable, por lo que el recorrido es un deslizamiento recargado de mixtura herbácea, microclimas y barroquismo. Los arcos, los pueblitos y las cercas de alambre se eslabonan en un sinuoso collar de paisajes y sensaciones plácidas.

En las calles empedradas de Temaca el sol cae a plomo, pero sin agobiar. El silencio envuelve hacia las dos de la tarde. Esa parsimonia general contrasta con los muros, tatuados de arte stencil, y las lonas, colgadas con rafia blanca afuera de las casas:

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“Esta casa no se vende, no se reubica, no se expropia, no se inunda”.

“No se puede luchar por lo que no se ama”.

“Si no hay justicia para el pueblo que no haya paz para el gobierno”.

No estamos en las inmediaciones del Auditorio Che Guevara ni en Oaxaca tomada por la APPO, sino en una de las zonas políticamente más conservadoras de México; por si fuera poco, Temaca tiene una composición poblacional predominante de adultos y adultos mayores. En estos pueblos la rebelión no tiene rostro de joven encapuchado con molotov en la mochila, sino del pequeño propietario que se ha hecho a sí mismo.

La señora Agredano, presidenta del comité “Salvemos Temaca” ha templado su carácter con los años, pero especialmente a partir de 2009, cuando ilegalmente comenzó la construcción de la presa, a cargo del grupo español Fomento de Construcciones y Contratas –imputada en España por el pago de comisiones ilegales a cambio de contratos públicos- así como por los conglomerados mexicanos La Peninsular y Grupo Hermes.

Doña Abigail habla con la franqueza que acostumbran las personas en la región. Para ella, este proyecto es impulsado por Vicente Fox, expresidente de México, en beneficio suyo y de sus hijastros, los Bibriesca. “Aunque a la gente le han dicho que van a utilizar la presa para surtir con agua Los Altos de Jalisco, así como las ciudades de Guadalajara y León, su objetivo es privatizar el recurso y usarlo para sus industrias. Por eso no les importa inundarnos”. Doña Abigail frunce el entrecejo al masticar la última frase, pero no pierde el aplomo.

“Su objetivo es privatizar el recurso y usarlo para sus industrias. Por eso no les importa inundarnos”
— Doña Abigail
Y es que la presa del Zapotillo es un megaproyecto en toda regla. Tendrá una cortina de entre 80 y 105 metros de concreto, una planta potabilizadora, un acueducto de 140 kilómetros, un macrocircuito de distribución de 43 kilómetros, dos plantas de bombeo y un tanque de almacenamiento de 100 mil metros cúbicos. Para cumplir con dichos objetivos, el pueblo de Temacapulín, así como los ranchos de Palmarejo y Acasio -ya desalojados- tendrían que desaparecer.

Foto: Karina Montoya

Para Doña Abigail reubicarse no es una opción. Primero, porque las autoridades sólo les han mentido sistemáticamente: “ya no estamos ignorantes, como cuando el gobernador Sandoval vino y nos dijo que nunca nos iban a inundar. Todos nos la creímos. Luego, salió con que siempre si vamos a desaparecer como pueblo”. Los planes de reubicación, por lo demás, han resultado un fracaso: “dicen que nos van a indemnizar, pero sabemos que es pura mentira. La reubicación que ellos ofrecen es que nos vayamos para arriba, a la peña, donde construyeron unas casas que no sirven para nada: las puertas son de cristal y se revientan con los aires de febrero; sólo hay agua dos horas al día; la luz cuesta mucho y no hay alumbrado”. Por si fuera poco, reubicar a los pobladores tendría un enorme costo humano: “mucha gente nunca ha querido salir de aquí. ¡Imagínese que venga la policía a querer correrla! Mi abuela, de 94 años, se me muere si vienen a llevársela de su pueblo. Como ella, mucha gente”.

Con la inundación de Temaca se perderían, entre muchas otras cosas, tradiciones entrañables, como la fiesta patronal, dedicada a la Virgen de los Remedios, así como la tradición local del pescado a la penca: “aquí el bagre se usa para rellenar un nopal muy rico, oriundo de la zona, que se llama chaveño. A las pencas les quitas las espinas, luego los abres por en medio, le metes pescado, las especias, y te da un sabor muy especial”. Por eso Doña Abigail no está dispuesta a largarse sino es a rastras: “No permitiremos que hagan con nosotros lo que quieran: vale más morir de pie que vivir de rodillas”.



“Eres un gober

que no respetó la palabra

que diste en campaña;

traicionaste tu honor


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y hoy no quieres

ni darnos la cara…

¡Me estás oyendo inútil!”

Marichuy suelta una carcajada y flexiona el brazo como mandando a la diablo a todos los poderosos de este mundo. “Esa se la canté al gobernador Aristóteles Sandoval, acá en el municipio, cuando íbamos a decirle que no se fuera a rajar, que no hiciera cambio de uso de suelo. Como nunca nos recibió, fuimos a la casa de la cultura, a un restaurante que está ahí, pero que da a la calle, en donde estaba el gober comiendo después de un evento. Nos pusimos enfrente, en la plaza, y yo pedí el micrófono. Estaba tan enojada que le canté esos versos. Y ya para acabar, le recité en su jeta:

“Aristóteles Sandoval

fue el que la mecha prendió,

y a las primeras de cambio

fue el primero que se culió”

 

En respuesta a su pasión lírica, un grupo de policías se interpuso entre el mitin y el político, lo que a Marichuy le indignó todavía más: “Me acuerdo que ese día yo me enoje tanto que sentía mi columna bien apretada, muy tensa. Tenía harta rabia, mucho emputamiento. Entonces les dije: “lástima que Rambo ya está viejo, si no: ¡lo contratamos para que les parta su madre!”

Marichuy gesticula cuando habla, mueve las manos con efusión y me observa desde el fondo de sus ojos color tabaco. Si le pregunto respecto a los riesgos de que Temaca desaparezca, desliza una broma; cuando bajo la guardia, encantado por su buen humor, se pone seria y me lanza un bazucazo de verdades incontrovertibles:

“Si todo lo que ves aquí deja de existir, pues nos queda el orgullo de haber cumplido”
— Marichuy
“Yo creo que no podemos estar echados en la hamaca mientras destruyen lo que es de uno. Ya es tiempo de que nos defendamos, ¿no? Y si al final no se dan las cosas, por ejemplo, si todo lo que ves aquí deja de existir, pues nos queda el orgullo de haber cumplido, de ser de los que lucharon mientras que los demás se quedaron nada más viendo. Porque como dicen por ahí, Dios nos quiere mansos, pero no quiere mensos”.

Marichuy pide una cerveza, porque de tanto hablar ya se le empezó a secar la boca. Poncho, el dueño del lugar -“El Mesón de Mamá Tachita”- también forma parte del comité en defensa del pueblo, y se la trae con celeridad. “Sale una viqui bien helodia”, dice, mientras pone la botella en la mesa.

Foto: Karina Montoya

Durante su juventud, Poncho trabajó en la Ciudad de México para los Ferrocarriles Nacionales. Con un dinero que juntó, se hizo de su pequeño negocio, ubicado frente a la plaza principal de Temaca, lugar del que es oriundo y en el que quiere terminar sus días. Su filosofía de la resistencia es muy práctica: “Si ganamos, a todo dar. Si perdemos, pues la lucha hicimos”.

Aunque parezca un juicio elemental, esa forma de ver el mundo no siempre es compartida: “Una vez fuimos a Cañada, que es la cabecera municipal, a pedir apoyo para el pueblo. Nos respondieron que a Temaca ya no se le iban a dar ayudas, porque, al fin y al cabo, terminaría desapareciendo. Y yo les respondí: “entonces si su mamá se fuera a morir, ¿no le van a hacer la lucha?, ¿las últimas atenciones no se las van a dar si parece que no la va a librar? Pues así estamos nosotros, como si fuera nuestra madre. Vamos a cuidarla para que no se muera. Y si de todas maneras la perdemos, pues ya no quedó en nosotros”.

Vamos a cuidar Temaca para que no se muera
— Poncho
Poncho interrumpe nuestro diálogo para atender a unos motociclistas que quieren desayunar. Les prepara huevos, les sirve tequila y cerveza, les informa sobre la región. En tanto, Marichuy me refiere los picos y llanos de su experiencia como defensora del territorio, con momentos que van desde sus reuniones con el Alto Comisionado de la ONU en materia de Derechos Humanos hasta cuando clausuraron la presa y casi los fumiga la policía.

“Para la toma de la presa yo decidí llevar hasta a mis nietos. Luego me arrepentí, porque hay que nacer, crecer, reproducirse y morir, y yo ya hice de todo. Como quien dice, ya me puedo morir, pero ellos no. Ellos todavía estan tiernitos, nuevecitos, y tuvieron que apechugar. Al final no pasó a mayores, gracias a Dios. Luego mi esposo me reclamó mucho por eso. La verdad es que él nunca me ha apoyado. Se molestó mucho porque decía que yo estaba metiendo en la lucha a nuestros hijos y nietos. Le dije que ellos iban por su propia cuenta, porque yo les he enseñado a querer la tierra. “Y si tú no entiendes eso, pues nos dejamos también”, le soltó Marichuy. Ante esa muestra de determinación, su marido tuvo que ceder.

“Guanajuato Puerto Interior” es el primer puerto seco en México. Se trata de la plataforma logística más grande de México y América Latina -con una inversión de tres mil quinientos millones de dólares- en la que se han instalado ciento ocho empresas nacionales e internacionales, como Emyco, Flexy,  Acero Sueco Palme, Intermex, Prudential, L&W, Lub& Rec, Softer, Semmaterials, Hino, Teco WestinHouse, entre otras.

Al interior del polígono del Puerto Interior se encuentra un complejo de parques industriales que, por su magnitud y la naturaleza de sus actividades, reqieren garantizar el suministro de agua. La culminación de la presa Del Zapotillo será un modo de cumplir con ese objetivo. Para los empresarios, las cosas marchan en la dirección correcta: sólo hace falta desalojar un pequeño poblado de Jalisco.


CRÉDITOS

Narrativa: César Alan Ruiz Galicia
Fotografía original: Karina Montoya
Diseño web: Francisco Trejo

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